C4-DOCE MIL DOLÁRES.

C4-DOCE MIL DOLÁRES.

En la sala de urgencias, caminaba de un lado al otro sin poder detenerse. Las enfermeras no salían, el médico tampoco, y cada minuto se sentía como una tortura interminable. El reloj del pasillo marcaba las seis y cuarenta y ocho; ya había pasado una hora desde que se llevaron a Aidan y la espera la estaba volviendo loca.

—Cálmate, Anya, cálmate… —se repetía continuamente, pero era demasiado difícil no saber.

De repente, una enfermera salió y Anya se lanzó hacia ella con el corazón al borde de estallar.

—¿Mi hijo? ¿Cómo está? ¡Necesito verlo!

La enfermera respiró hondo antes de responder.

—Señora cálmese, el doctor vendrá pronto. Tiene que hablar con usted.

—¿Hablar conmigo? —no le gustó el tono de la enfermera, como médico sabía que cuando hablaban así, era porque algo grave estaba pasando—. ¿Está bien? ¡Por favor, dígame!

La enfermera sostuvo su mirada, y por un instante Anya sintió que el alma se le detenía, pero la mujer asintió.

—Está estable. La fiebre ya ha bajado.

Se cubrió la boca con ambas manos y comenzó a llorar, esta vez de alivio.

—Gracias… gracias…

Más tarde, estaba en un consultorio con las manos entrelazadas tan fuerte que los nudillos se le habían puesto blancos. La puerta se abrió y el médico entró. Cerró despacio, y al girarse hacia ella, su expresión encendió todas sus alarmas.

—¿Qué pasa? —preguntó nerviosa.

Él dio un paso, sujetando una carpeta.

—Señora Monroe…

Hizo una pausa, demasiado larga, y ella supo que las siguientes palabras iban a destrozarla.

—Su hijo tiene leucemia.

Anya se quedó muda y el shock inundo su cara.

—¿Qué…?

El doctor bajó la voz, intentando ser cuidadoso.

—Tiene leucemia linfoblástica aguda. Su sistema inmunitario está muy comprometido y lo que vimos hoy fue una infección grave producto del descenso brusco de glóbulos blancos. Su hijo, necesita tratamiento inmediato.

El pecho de Anya se contrajo con fuerza, ella más que nadie sabía lo que eso significaba, lo había visto antes en otros pacientes y el avance era rápido y devastador.

—¿Necesita un trasplante? —preguntó, aunque en el fondo ya conocía la respuesta.

—Sí. Y quimioterapia intensiva, transfusiones, antibióticos intravenosos. Vamos a ingresarlo al protocolo lo más pronto posible, pero hay que encontrar un donante compatible.

Cerró los ojos deseando que fuera un mal sueño. Un trasplante, no era cuestión de días, era una batalla larga, y ella apenas estaba comenzando, además… había otro factor: dinero.

—¿Puede recibir el tratamiento aquí?

—Sí —respondió el médico—. Pero antes hay que cubrir la factura inicial.

Abrió un cajón y colocó un sobre sobre el escritorio para luego deslizarlo hacia ella.

—Son doce mil dólares, solo para comenzar.

Anya lo tomó con manos temblorosas y la cifra fue un golpe directo al estómago.

Doce mil.

No tenía esa suma, no estaba cerca. Todo lo que ganaba apenas alcanzaba para sobrevivir, además, nunca había tenido acceso al dinero de Levi y ahora no tenía idea de dónde conseguirlo.

Sin embargo, la determinación de una madre era poderosa y ella iba a salvar a su hijo.

—Lo cubriré. Solo no deje de tratarlo.

El médico asintió y ella salió, con el peso de esa cifra en el bolsillo.

En el vestíbulo, se sentó con la factura doblada entre las manos.

Doce mil dólares. Y eso solo para empezar.

¿Cuánto más sería después? ¿Veinte mil?

No tenía a nadie. No tenía nada. Solo tenía a su hijo. Y de ninguna manera no lo iba a perder.

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