Coromoto una mujer venezolana que, tras mudarse con su familia a Santiago de Chile debido a la crisis en su país, vive atrapada en un matrimonio lleno de violencia.su esposo William, un hombre egocéntrico, infiel y cruel, cuyas aventuras con la mejor amiga de ella empeoran la situación. Sin embargo, todo cambia cuando conoce a Ángel un hombre común que la hace sentir viva nuevamente. Entre dudas, inseguridades, encuentros secretos y miedos del pasado se enfrentara a la difícil decisión de seguir adelante con un amor que la transforma, o quedarse con su esposo por el bienestar de sus hijos.
Ler maisTodos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.
Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en algún rincón de la oscuridad? Todos deseamos contar nuestra historia, gritarla al mundo, que otros conozcan la belleza, la magia y la intensidad que sentimos. Pero a veces, lo que realmente necesitamos es guardar esa historia en lo más profundo de nuestro ser, como el tesoro más preciado, un secreto que solo nosotros conocemos y valoramos. Esas historias de amor, aunque nunca sean narradas en voz alta, permanecen vivas en los rincones de nuestra alma, como un faro que guía, aunque nunca ilumine el camino para otros. Este libro es una invitación a ese rincón secreto, donde cada amor, ya sea perdido, encontrado, prohibido o incompleto, tiene su lugar. A veces, lo que no se dice, lo que se guarda, tiene más fuerza que cualquier palabra. Este es el relato de esos amores que merecen ser recordados, aunque sea en silencio, como el susurro de un viento que solo nosotros podemos escuchar. Porque el amor, incluso en su forma más silenciosa, más escondida, transforma. Nos moldea, nos rompe y, a veces, también nos reconstruye. Esas historias que parecen no tener desenlace, o aquellas que terminaron antes de tiempo, forman parte de lo que somos. Nos enseñan a sentir, a perder, a valorar y, sobre todo, a seguir amando, incluso con el alma herida. Y aunque muchos prefieran olvidar, hay memorias que se aferran a nosotros con una dulzura melancólica, como si quisieran recordarnos que fuimos capaces de amar con todo el corazón. En esas historias, aunque dolidas, también hay belleza; en esas despedidas, también hay esperanza. Porque el amor, en cualquiera de sus formas, deja huellas. Algunas se borran con el tiempo, otras se convierten en parte de nuestro andar. Así que este no es solo un libro. Es un refugio. Es el eco de todos esos sentimientos que alguna vez fueron reales, aunque ya no estén. Es una promesa silenciosa de que cada historia, por breve o trágica que haya sido, tuvo un propósito. Y ese propósito, quizás, fue simplemente enseñarnos lo que significa amar de verdad.Los días seguían cayendo como hojas secas al suelo, silenciosos e irreversibles. Ángel mantenía un perfil bajo, no por cobardía ni miedo al conflicto —eso nunca había sido parte de su esencia—, sino porque comprendía que un enfrentamiento en desventaja no era una batalla digna, sino una trampa disfrazada de valentía.Sabía que había pasos que no podía dar sin que le costaran más de lo que estaba dispuesto a perder. No se engañaba: estaba en jaque y aunque no lo admitiera en voz alta, lo sentía en la espalda, en la mirada ajena que lo seguía, en ese silencio espeso que a veces lo envolvía incluso cuando estaba acompañado.Sabía que no podía cambiar su suerte o su destino y como hacen los hombres que intuyen la despedida, decidió regalarle a los suyos un último momento de unidad, sin explicar demasiado, sin decirles lo que en realidad quería gritar.Organizó un almuerzo, el cual no era una celebración, aunque algunos intentaron fingir que sí.
Las últimas dos semanas en la casa de Coromoto habían transcurrido en una aparente calma. Ella se había convencido —o había intentado convencerse— de que todo estaba bien. William seguía ahí, compartían el techo, el almuerzo, incluso algunos silencios incomodos que antes no estaban, Pero algo dentro de ella, esa intuición que solo se agudiza con los años y con el amor vivido, le gritaba que no, que no todo estaba en orden.William había cambiado y eso no era algo evidente para todos, pero ella lo notaba demasiado. Se levantaba más temprano que de costumbre, salía antes de lo habitual, llegaba más tarde y cuando por fin estaban juntos, su mirada estaba ausente. Ya no jugaba con el pan en el desayuno, no hablaba de su día con la misma pasión, algo se había roto dentro de él o estaba por romperse.Una tarde, Coromoto decidió preguntarle directamente pero no con enojo, sino con esa voz suave que a veces ocultaba más fuego que un grito.—¿Dó
El hospital olía a desinfectante, a café recalentado y a esa extraña mezcla de tensión y rutina que solo conocen quienes trabajan allí día tras día. Eran las 8:17 de la mañana y Ángel caminaba por el pasillo central desde el sector de urgencia infantil con rumbo al estacionamiento, con una libreta en la mano y unas ojeras que el café aún no le había borrado del todo. Había vuelto la noche anterior de la playa, directo a su departamento en Santiago. No habló con nadie, apenas comió algo, se duchó y cayó rendido sobre la cama Pero no durmió bien. El silencio de William lo seguía inquietando, y los recuerdos de Coromoto, removidos por la canción de aquella esquina, no lo dejaban tranquilo. No era fácil cerrar los ojos sabiendo que quizás había perdido algo que no se encuentra dos veces en la vida.La ciudad no lo había esperado y su vida, tampoco, la rutina estaba allí, intacta. Las mismas personas, los mismos turnos, los mismos pasillos que olían
El sol empezaba a caer cuando Ángel abandonó la playa. El cielo ya no era azul, sino una mezcla de naranjas suaves y grises en transición. Cargó la toalla mojada y la botella medio vacía con la sensación de que algo había quedado flotando en el aire. No podía decir que era paz, pero sí era algo distinto al peso que cargaba cuando llegó.El camino de vuelta a Santiago fue silencioso. Las carreteras rectas, la musica apagada y los pensamientos retumbando. Iba solo, como había decidido estar, como se le había advertido no estar Pero esa rebeldía, no era de orgullo, sino de cansancio. No podía seguir huyendo de todo y de todos.A medida que el paisaje costero se convertía en ciudad, las luces empezaban a encenderse. El tránsito denso, los buses llenos, las veredas repletas de vidas que no se cruzaban con la suya. La rutina lo esperaba con los brazos cruzados y la misma cara de todos los días.Llegó a la terminal casi al anochecer, con un pequeño bolso colgado
El cielo se abría lentamente sobre el mar, como si el día despertara con la misma pesadez que Ángel sentía al bajar del autobús. El aire estaba saturado de sal, calor y ese olor a humedad que sólo puede nacer del mar abierto. La brisa, aunque tímida, acariciaba su rostro con una dulzura engañosa que apenas lograba aliviar el bochorno a pesar de todo, respiró hondo y cerró los ojos.No buscaba frescura solo quería un poco de paz y silencio.Estaba solo. Lo sabía, lo sentía y más importante aún, sabía que no debía estarlo,sobre todo después del último encuentro con William y su mascota, cualquier descuido podía costarle caro. Pero eran kilómetros de distancia, ¿qué podría pasar? ¿Quién lo seguiría hasta allí, a un rincón anónimo de costa, sin planes ni dirección?La advertencia de la noche anterior había sido clara, sin necesidad de palabras: “No andaba solo, y el próximo encuentro podría costarle caro.” Pero Ángel nunca funcionó con correa. No lo había
La noche caía sobre la ciudad como una sábana de humo denso, teñida de luces anaranjadas y murmullos lejanos. Ángel caminaba por calles que conocía de memoria, pero que ahora le parecían ajenas, como si las huellas de su vida se hubieran borrado con cada paso mal dado. Llevaba una capucha puesta, no por el frío, sino por el miedo y no miedo a la muerte, sino al juicio. Al de los otros, sí, pero sobre todo al suyo propio.No era cobarde, nunca lo fue Pero hay momentos en los que no se puede hacer otra cosa que retroceder, aunque duela, aunque escueza en el pecho como sal en una herida abierta. No podía dejar de pensar en que las cosas se pusieron feas y la presencia de esa mujer misteriosa—la que lo “ayudó”— lo cambió todoSabía que la próxima vez no sería solo un susto: iba a ser su final.Y eso, curiosamente mucho, no le importaba.No tenía miedo de morir. Sabía, sentía, que quizás había una bala con su nombre esperándolo en alguna esquina
Último capítulo