El hospital olía a desinfectante, a café recalentado y a esa extraña mezcla de tensión y rutina que solo conocen quienes trabajan allí día tras día.
Eran las 8:17 de la mañana y Ángel caminaba por el pasillo central desde el sector de urgencia infantil con rumbo al estacionamiento, con una libreta en la mano y unas ojeras que el café aún no le había borrado del todo. Había vuelto la noche anterior de la playa, directo a su departamento en Santiago.No habló con nadie, apenas comió algo, se duchó y cayó rendido sobre la cama Pero no durmió bien.El silencio de William lo seguía inquietando, y los recuerdos de Coromoto, removidos por la canción de aquella esquina, no lo dejaban tranquilo.No era fácil cerrar los ojos sabiendo que quizás había perdido algo que no se encuentra dos veces en la vida.La ciudad no lo había esperado y su vida, tampoco, la rutina estaba allí, intacta.Las mismas personas, los mismos turnos, los mismos pasillos que olían