Coromoto trató de mantener la calma, pero sus amigas no tardaron en notar el cambio. Desde que Ángel había llegado a su vida, todo en ella parecía brillar con una nueva luz.
Su rostro, antes marcado por la rutina y las preocupaciones, ahora estaba adornado con una sonrisa que no la dejaba en paz. Aquella energía contagiosa que emanaba de ella resultaba imposible de ocultar. Sus ojos, más vivos que nunca, reflejaban una alegría difícil de disimular. Patricia y Paola, siempre observadoras y curiosas, pronto comenzaron a sospechar que algo, o más bien, alguien, estaba detrás de esa transformación. La intriga se convirtió en un juego silencioso entre ellas y los pequeños detalles no pasaban desapercibidos: el suspiro al final de la jornada, las risas a media tarde, esos pequeños gestos de Coromoto que hablaban más de lo que ella deseaba admitir. “¿Quién es él?”, preguntó Paola una tarde, mientras ambas observaban a su amiga recoger unos papeles en la mesa. Su tono era suave, pero sus ojos brillaban con la certeza de que ya sabían la respuesta. Coromoto intentó disimular, agachando la cabeza como si una respuesta fuera a escapar de sus labios sin previo aviso. “No es nada”, dijo rápidamente, pero su tono no la convenció ni a ella misma. Patricia, más persuasiva, se cruzó de brazos y sonrió de manera pícara. “Vamos, sabemos que alguien te tiene sonriendo como una tonta. No te hagas la misteriosa.” Coromoto se ruborizó. Intentó cambiar de tema, pero algo en su interior se rebelaba. No podía seguir guardando ese secreto, sobre todo cuando sus amigas lo sabían todo a través de su sonrisa. Sin embargo, una parte de ella aún no estaba lista para compartir su felicidad. No quería que nadie interfiriera en ese espacio íntimo que había creado con Ángel. Mientras las horas pasaban, la preocupación de Patricia y Paola aumentaba, pero Jazmín, la más reservada de las tres, observaba en silencio. Ella comprendía. Sabía que Coromoto necesitaba su tiempo y su espacio para vivir ese amor a su manera. No había prisa. Cuando ella estuviera lista, Jazmín estaba segura de que lo compartiría. Así que, mientras las demás se frustraban con la incertidumbre, Jazmín se dedicaba a disfrutar de los pequeños momentos con su amiga. La veía reír más, ser más espontánea, como si el peso de la vida que antes llevaba sobre sus hombros se hubiera aligerado. Una tarde, después de una larga jornada de trabajo en el hospital, Coromoto se acercó a Ángel con una sonrisa que solo él sabía despertar. Las luces del hospital se apagaban lentamente, y el ambiente se llenaba de ese aire especial que solo se vive cuando la pasión se entrelaza con el deseo, Pero había algo que Coromoto no podía olvidar: sus amigas. “Hoy no puedo Ángel”, le dijo con una sonrisa triste pero cómplice. “No me gustaría que me vieran, no todavía. Están muy curiosas por saber de ti, pero…” Se detuvo por un instante, sabiendo que aún no era el momento. Él la miró, comprensivo. “Lo entiendo. Pero no me importa esperar. Siempre que estemos juntos, eso es lo que importa.” Y así, en medio de un hospital lleno de gente, entre pasillos que conducían a la rutina, ellos encontraron un rincón escondido donde el tiempo se detuvo por unos instantes. Entre besos, caricias y abrazos, se perdieron en su propio mundo, lejos de las expectativas, lejos de las dudas. Antes de que se diera cuenta, Coromoto miró el reloj y vio que el tiempo se les había escapado. Debo irme, llegaré tarde a la pizzería, el dinero extra es necesario dijo, mientras se arreglaba apresurada. Coromoto además de su trabajo realizando limpieza en el hospital en ocasiones también trabajaba en una pizzería, la misma donde su esposo William trabajaba Ángel la tomó de la mano y la miró a los ojos, deseando que aquel momento no terminara. Está bien. Pero, ¿puedo hacer una última pregunta? ¿Qué les dirás a tus amigas?” Coromoto sonrió, la incertidumbre en sus ojos, pero también una sensación de paz. “Les diré que me haces feliz. Y que, algún día, cuando estemos listos, te las presentaré.” Ángel asintió. “Eso me basta. Porque te quiero Coromoto.” Ella se acercó y lo besó con ternura, sabiendo que aunque las dudas de sus amigas pudieran seguir creciendo, lo importante era que ella estaba lista para dar ese siguiente paso. Cuando llegara el momento adecuado, las Mosqueteras sabrían todo. Y por primera vez en mucho tiempo, Coromoto sintió que no tenía que esconder nada. Que su felicidad, por fin, no era un secreto que debía proteger, sino algo que merecía compartir con quienes más amaba.Coromoto caminaba con paso firme por las mismas calles grises que siempre había recorrido, pero algo había cambiado en ella. Ya no era la misma mujer que se deslizaba por la vida sin energía, sin esperanza, atrapada en su propio dolor. Ahora, algo en su interior comenzaba a latir con fuerza. Ángel había encendido una chispa que, aunque aún pequeña, brillaba en su corazón. Cada encuentro con él le recordaba lo que había olvidado: que había vida más allá del sufrimiento, que el amor aún era posible.Al principio, todo había comenzado con pequeños gestos: Un café compartido, una sonrisa sincera, una conversación ligera. No había promesas, solo momentos de conexión que, poco a poco, la hicieron sentir que, tal vez, merecía algo más que la monotonía de su vida con William. Ángel no la veía como la mujer rota que había sido, sino como una mujer que aún podía ser feliz, que aún tenía algo que ofrecer al mundo. Y eso, para Coromoto, era una revelación.Los días pasaron rápidamente, y el
Cada mañana, Coromoto y Ángel se encontraban con puntualidad casi religiosa en una esquina cercana a la casa de Coromoto. Era una pequeña parada antes de dirigirse al hospital, el lugar donde ambos trabajaban. La casa de Coromoto quedaba justo a la vuelta de la esquina, y aunque el hospital no estaba lejos, el amor por el que ambos luchaban, aunque callado, ya era lo suficientemente fuerte como para convertir esas primeras horas del día en su pequeño refugio. Las horas dentro del hospital eran rápidas, pero la salida nunca garantizaba que pudieran verse. El trabajo extra de Coromoto en la pizzería, las responsabilidades familiares, las llegadas intempestivas de su esposo William… todo conspiraba en su contra. Sin embargo, la oscuridad de las primeras horas de la mañana parecía entenderlo todo y actuaba como cómplice. permitiendo que sus miradas y sonrisas se encontraran sin ser vistas por nadie.Pero cada vez era más difícil ocultarlo. Las sonrisas, los susurros, esos pequeños gesto
El sol de la tarde caía suavemente sobre la ciudad, iluminando las calles tranquilas que rodeaban la casa de Coromoto Ese día, no solo Ángel había hecho una nueva amiga en Patricia, sino también en Paola. Cuando se cruzaron por primera vez, no fue necesario dijera nada. Patricia, con su característico modo de ser, era probable que ya le había dicho no solo que había hablado de Ángel, sino que seguramente le había contado todo lo que debía saber. Sin embargo, el nerviosismo de él seguía palpable mientras se encontraba frente a Paola.La señora lo observaba con detenimiento, buscando alguna señal, algún detalle que pudiera confirmar sus intuiciones.—¿Te incomoda que te observe? —preguntó Paola, rompiendo el silencio con una sonrisa amigable, pero algo desafiante en su mirada.Ángel, un tanto sorprendido, se encogió de hombros. —No… es solo que no estoy acostumbrado a que me miren tan fijamente.Paola asintió lentamente, como si estuviera evaluando cada palabra que Ángel decía. —No es
Los días siguieron su curso, arrastrando consigo las horas en una rutina que, por primera vez en mucho tiempo, parecía no ser tan pesada para Coromoto. Aunque las calles continuaban grises, el sol, aunque tímido, comenzaba a asomarse en su vida de una manera distinta. Cada mañana, al despertar, la imagen de Ángel aparecía en su mente como una chispa de luz que la impulsaba a salir de la cama, a vestir una sonrisa nueva que no podía dejar de mostrar. Se sentía diferente, más radiante, como si la compañía de Ángel hubiese comenzado a reconstruir lo que el tiempo había deteriorado en ella.Ángel y ella habían creado un lazo único, uno que no se podía explicar con palabras. Era como si se conocieran de toda la vida, como si sus almas ya se hubieran encontrado mucho antes de ese primer encuentro en el hospital. En su presencia, Coromoto comenzaba a sentirse menos pesada, menos atrapada en la oscuridad de su propio ser. Sus risas, compartidas entre tareas cotidianas y charlas ligeras, tenía
Ángel había fallado por primera vez a su ritual sagrado de cada mañana de encontrarse con Coromoto a las 6:30, en la esquina de su casa antes de ir al hospital, ese punto que ya tenía marcado en el mapa de su rutina. Durante meses, su encuentro a esa hora había sido una constante, un respiro antes de que la jornada comenzara a consumirlos, Pero esa mañana, la distancia y los imprevistos lo habían retrasado. Las fuerzas mayores, las complicaciones del día a día, lo habían mantenido atrapado en el tráfico, mientras el reloj avanzaba sin piedad.Le envió un mensaje, pero Coromoto no lo vio a tiempo. No podía llamarla. No sabía si estaba con William, si ya había salido, o si estaba esperando en su lugar, como siempre.El tiempo apremiaba y el estrés comenzaba a apoderarse de él. Al llegar al hospital, solo pudo avanzar hasta la entrada, donde las luces frías de los pasillos lo saludaban. Eran casi las 8:15. Saca su teléfono y marca el número. Esperaba que al menos escucharla, sentir
La tarde que Ángel tomó la decisión, el sol comenzaba a despedirse del horizonte. No fue un acto impulsivo, sino el resultado de días de incertidumbre, de dudas que se habían ido acumulando en su mente hasta desbordarse. La sensación de traición se apoderaba de él, y algo dentro de su pecho lo empujaba a dar el paso definitivo. Ya no podía seguir adelante con Coromoto.El simple hecho de que le hubiera pedido, casi rogado a ella, hace tiempo que no tuviera contacto con Blas fue un acto que lo desbordó. Sabía que Coromoto nunca había sido completamente transparente, pero al principio había querido creer que su amor era sincero. Al principio, se dijo a sí mismo que sus errores podían ser perdonados, que el pasado no tenía por qué definir el futuro. Pero esa vez, esa pequeña mentira, ese pequeño gesto de desconfianza, fue la gota que colmó el vaso.—Lo siento, Coromoto —se dijo a sí mismo en su mente, mientras caminaba por los pasillos del hospital— no puedo seguir ignorando lo que
El turno nocturno para Coromoto en el hospital fue largo y pesado. Salió agotada, sin fuerzas para continuar la rutina diaria de su vida. El encuentro con Ángel esa conversación no había tenido el resultado que ella anhelaba, a pesar de que sabía sus amigas la esperarían en la entrada para platicar, no tenía ganas de hacer eso esa mañana. Estaba sumida en una tristeza tan profunda que no quería responder a las preguntas llenas de preocupación que Patricia, Paola y Jazmín, siempre tan solícitas, sabía que harían al verla. No quería hablar, no quería fingir que todo estaba bien cuando, en realidad, todo se desmoronaba dentro de ella y decidió salir por otro lugar.Al llegar a casa, William estaba allí, sentado como siempre en el sillón rojizo, su mirada fija en la pantalla de su celular mientras tomaba desayuno, luego de dejar a Los niños en la escuela. Coromoto le lanzó un saludo apático, que él respondió con la misma frialdad que siempre lo caracterizaba.—Hola —dijo William, con
Varias semanas habían pasado desde el encuentro secreto entre Coromoto y Blas en el ascensor.Coromoto y ángel habían regresado y aunque aún permanecían las dudas en él, todo estaba bien entre ambos.El hospital, con su rutina inquebrantable, seguía siendo el lugar donde todo comenzaba y terminaba para ellos. Entre las luces frías de los pasillos y el incesante ir y venir de enfermeras, médicos y pacientes, su amor crecía en silencio a pasos agigantados. Ya no era necesario esconderse de nadie. La relación que había nacido en secreto entre el sonido del ascensor y las palabras susurradas en la penumbra, se había convertido en un amor a la vista de todos. No importaba la hora, ni el lugar; Coromoto y Ángel encontraban momentos para cruzarse, para sonreírse, para sostenerse de la mano en todas las esquinas del hospital.Pero, a pesar de esa aparente tranquilidad, el tiempo seguía siendo un enemigo. Ángel, dedicado a su trabajo nocturno desde aquel día, solo lograba ver a Coromot