Las últimas dos semanas en la casa de Coromoto habían transcurrido en una aparente calma.
Ella se había convencido —o había intentado convencerse— de que todo estaba bien.William seguía ahí, compartían el techo, el almuerzo, incluso algunos silencios incomodos que antes no estaban, Pero algo dentro de ella, esa intuición que solo se agudiza con los años y con el amor vivido, le gritaba que no, que no todo estaba en orden.William había cambiado y eso no era algo evidente para todos, pero ella lo notaba demasiado.Se levantaba más temprano que de costumbre, salía antes de lo habitual, llegaba más tarde y cuando por fin estaban juntos, su mirada estaba ausente.Ya no jugaba con el pan en el desayuno, no hablaba de su día con la misma pasión, algo se había roto dentro de él o estaba por romperse.Una tarde, Coromoto decidió preguntarle directamente pero no con enojo, sino con esa voz suave que a veces ocultaba más fuego que un grito.—¿Dó