137. El Veneno de la Duda
El viaje de regreso a la cabaña fue un descenso al infierno del silencio. Florencio conducía con una furia fría y contenida, sus nudillos blancos sobre el volante, la mandíbula tan apretada que parecía a punto de romperse. No era la rabia caliente de un guerrero, sino la humillación helada de un rey que ha sido despojado de su corona en público. Había sido un idiota. Un principiante. Su obsesión por Selene, su miedo a la foto de Platina, lo habían convertido en una marioneta en manos de Blandini.
Selene, a su lado, no decía nada. No necesitaba hacerlo. Leía la derrota en la tensión de sus hombros, en el tic nervioso de su ojo. Sabía que cualquier palabra de consuelo sería un insulto. Cualquier "te lo dije" sería una crueldad innecesaria. Así que se limitó a observar, a sentir cómo la dinámica de poder entre ellos se reconfiguraba una vez más. Él había ido a la reserva como el protector, el hombre al mando. Y volvía como un soldado derrotado, con el veneno de la duda de su propia capac