El ultimátum de la supuesta Platina había envenenado el aire. La calma precaria que habían construido se hizo añicos, reemplazada por la paranoia y una urgencia febril. Selene observaba a Florencio mientras él se preparaba para la cita, su rostro una máscara de piedra que no lograba ocultar la tormenta en sus ojos.
—Es una trampa, Florencio —repitió ella, por décima vez. Estaba sentada en el borde de la cama, la navaja de él en sus manos, pasándola una y otra vez por una piedra de afilar—. No podés ir.—No tengo opción —respondió él, ajustándose una pistola en la tobillera, oculta bajo el pantalón de vestir. Se había puesto un traje oscuro, la armadura del político. Quería enfrentarse a esta amenaza en su propio terreno—. Yo tengo una foto, la de su tarjeta de memoria, pero ella tiene el resto. Si no voy, l