Quinn Anderson, la chica de la que más se ha hablado en los últimos meses, está de vuelta en el instituto. Tras un año lejos y un verano al lado de su novio Adam, regresa a un mundo que no perdona: los pasillos no olvidan y su reputación la precede. Perdida y señalada, debe dar la cara ante quienes asegura haber lastimado —o ante quienes dicen que lo hizo— y soportar el rechazo de quienes fueron sus amigos. Quinn se propone resistir cada mirada y cada insulto con un único objetivo: mantener su fachada de indiferencia hasta la graduación; ¿qué ocurre cuando, en medio del juicio, aparece alguien que no la odia, carga con más problemas que ella y aun así le ofrece un respiro capaz de cambiarlo todo?
Leer másAdam estaba fumando en algún lugar de la casa.
No era una sorpresa que se escabullera a mitad de la fiesta, sabía que yo odiaba verlo haciendo eso, así que prefería hacerlo fuera de mi vista para evitar peleas. Según él, necesitaba hacerlo después de cada presentación para continuar con energía y lo cierto es que ya no me importaba demasiado, lo que me molestaba era que si no aparecia debía conseguir a alguien lo suficientemente sobrio que pudiera llevarme a casa.
O podría llamar a Ben. Esa sería la opción más responsable, pero eso solo le daría más razones para odiar a Adam y sinceramente, no quería que siguiera metiéndose en mi vida. Mi hermano podía ser un gran fastidio cuando se lo proponía.
Caminé entre la multitud, intentando distinguir a alguien conocido, pero no reconocí más que a Leena, la baterista de la banda, vomitando en la esquina de la sala.
No sabía de quién demonios era la casa, pero sentí lástima por quien tuviera que limpiarlo.
-¡Quinny!
Escuché que gritaban mi nombre, así que busqué entre las personas hasta que encontré a Gabriel, el bajista de la banda de Adam, tenía el cabello enmarañado, como si alguien se lo hubiera revuelto salvajemente. Él me hizo una seña para que me acercara y así lo hice.
--¡Adam te está buscando! – me gritó en el oído para que pudiera escucharlo con todo ese ruido. – ¡Ha salido al jardín para ver si estabas allí!
Aquello se me hizo extraño. Adam sabía exactamente dónde estaba yo, me había dicho que lo esperara en el sofá mientras él volvía. Cosa que no había hecho.
Aun así, asentí al chico. - ¡Gracias, Gabriel! – dije. – ¡Ah, y, por cierto, mi nombre es Quinn, no Quinny!
--Lo sé. –respondió guiñándome un ojo. – Pero me gusta más Quinny.
Aquello me irritó un poco, pero generalmente Gabriel era agradable, así que decidí no darle importancia.
Me dirigí a los jardines de inmediato, el cambio de temperatura al no tener tantos cuerpos sudorosos en el mismo lugar fue un alivio. Afuera había unas cuantas parejas escondidas en la oscuridad.
Agudice mi vista para poder distinguir a Adam cerca de la piscina.
No estaba solo.
Había una chica rodeándole el cuello en un muy comprometedor abrazo. Él tenía una mano enrollada en su cintura. Respiré profundamente varias veces, hoy iba a ser una noche interesante.
Caminé directamente hacia ellos. Adam fue el primero en verme y se apresuró a alejar a la chica, quien parecía bastante sorprendida por la inesperada reacción. Adam me examinó con ojos cautelosos. Estaba tratando de descubrir de qué humor estaba esa noche. No lo culpaba, al fin y al cabo, la última chica con la que lo había encontrado había terminado con un brazo roto.
En mi defensa, no había querido hacerle daño, lo único que hice fue darle un empujón, no era mi culpa que tuviera un mal equilibrio… y huesos frágiles.
--¿Estás ebrio? – fue lo primero que le pregunté cuando llegué e ignoré a la chica por completo.
-- Nena, - intentó hablar, aún no muy seguro de que yo no era una amenaza. – yo…
-- ¿Estás ebrio? – volví a preguntar.
Él negó con la cabeza y yo lo miré fijamente. Parecía que estaba diciendo la verdad.
--¿Quién es ella? – escuché que la chica preguntaba detrás de él. Su voz era chillona, y la molestia en su tono era bastante irritante.
-- ¿Me llevarás a casa? – le pregunté seriamente, ignorando de nuevo a la chica.
Él se tomó un momento, pero asintió y me tomó de la mano para sacarme de allí.
--¡Adam! – escuché a la chica protestar, pero ambos seguimos caminando, como si no estuviera allí.
Salimos de la casa y caminamos hacia el auto, tenía un convertible negro, gracias a la generosidad de su padre. Adam estaba tenso, pero no parecía muy preocupado y eso me enojó.
Guardé silencio el resto del viaje.
Adam era dos años mayor que yo. Nos habíamos conocido el año pasado en una fiesta cuando yo estaba pasando un tiempo fuera de la ciudad, en casa de mis tíos. Resultó que era de mi misma ciudad, pero iban a hacer algunas presentaciones por la zona. Me había quedado más tiempo de lo esperado, incluso había terminado el año escolar y había pasado el verano allí. Y ahora estaba de vuelta. No porque yo quisiera, sino porque mi madre insistió en que debía volver a casa.
--¿Vendrás conmigo mañana a casa de Rew? – preguntó de repente. – Vendrán unos amigos y vamos a ensayar las nuevas canciones.
--No lo sé, mañana es el primer día de escuela, no creo que pueda. – respondí.
-- Vamos, tal vez puedas escaparte un rato, así pasaríamos tiempo juntos.
Lo que de verdad quería decir esa oración era: Te ignoraré un rato por estar viendo como le rebotan las tetas a Leena mientras toca la batería, pero luego encontraremos un lugar para tener sexo sucio, y después de fumar un poco, te volveré a ignorar.
Yo suspiré, pero asentí. Al menos así no tendría que soportar los regaños de Ben o las preguntas de mamá.
--Bien, le diré a mi madre que debo hacer algún proyecto o algo así.
Cuando llegamos a mi casa, Adam apenas se detuvo lo suficiente para que pudiera bajarme del auto. A veces me daba la sensación de que solo estaba conmigo porque le gustaba cómo me veía a su lado, como si yo fuera algún tipo de accesorio que él podía lucir cuando le convenía. Sabía que debía terminar con él, que no estaba bien para mí... pero había algo en la manera en la que me miraba, especialmente cuando estaba sobrio, que me hacía sentir que tal vez no todo estaba tan jodido. Me aferraba a eso.
Subí las escaleras hacia mi cuarto con el ruido de la fiesta aún resonando en mis oídos, pero cuando cerré la puerta detrás de mí, el silencio se sintió abrumador. Volver al instituto después de todo lo que había pasado era como entrar en un campo de minas. No sabía si algún día lograría dejar atrás lo que había hecho, ni cómo podría afrontar las miradas y los susurros.
Esa noche no pude dormir. Después de dar vueltas en la cama durante varias horas, decidí levantarme antes de que amaneciera. Al mirar mi reflejo en el espejo, me detuve un momento. Mi pelo estaba alborotado y mis ojos estaban ligeramente enrojecidos por la falta de sueño. Pero este era mi primer día de regreso, y quería enfrentar todo con la cabeza en alto.
Me quedé frente al espejo un momento, evaluando la imagen que devolvía. Mi cabello, antes de un castaño suave y dócil, ahora era negro como la noche, lacio y cortado en capas que caían con un desorden estudiado. Decidí que no iba a mostrar ni un solo signo de debilidad. Después de todo, ¿qué podía hacerme daño ahora?
Mi reflejo mostraba una versión más fría, más dura de mí misma. Llevaba una chaqueta de cuero y un maquillaje oscuro que hacía que mis ojos se vieran aún más profundos y desafiantes. No era exactamente yo… pero tal vez esto era lo que necesitaba ser.
El resto de la mañana fue un bloque largo. En unas clases estaba Hollie, en otras Milo, en dos Denny. No pasó nada que contara como diálogo. Miradas, sí. Hollie me sostuvo los ojos una vez y los apartó de inmediato. Denny no buscó contacto: copiaba, entregaba, se iba. Yo me senté atrás siempre que pude y traté de concentrarme en nada más que mi cuaderno. No hablé con nadie. Milo en cambio, parecía verdaderamente afectado de verme, el odio en sus ojos no me pasó inadvertido en ningún momento.Acababa de salir de la última clase, pero no podía irme aún, debía ir a hablar con el consejero escolar como se lo había prometido a mamá. Faltaban diez minutos. Fui al baño primero.Me apresure a entrar a uno de los cubículos. Lo cerré. Allí, por primera vez en el día pude respirar sabiendo que nadie me estaba viendo, que allí no podían juzgarme.Levanté la vista.Las paredes estaban rayadas de arriba abajo. Insultos con marcador, con tinta de pluma. “PERRA”, “PUTA”, “LÁRGATE”, “NO TE QUEREMOS”.
La siguiente clase pasó sin más. Otro profesor, otro programa. Me senté atrás, escribí lo mínimo, entregué y salí en cuanto sonó el timbre. Nadie me habló directamente. Era la hora del almuerzo. Me quedé un segundo en el pasillo, con la billetera en la mano. Podía cruzar a la tienda de la esquina y comer allá, sola. Tenía el dinero que me dejó Ben. Fácil. Respiré. No. Si me escondía hoy, debía hacerlo siempre. Guardé la billetera y caminé a la cafetería.Abrí la puerta. Ruido de bandejas, vasos, sillas. Me puse al final de la fila, intentando no bajar la mirada. Dos chicos a mi derecha me miraron sin disimulo.—Mírala —dijo uno.—Zorra —soltó el otro.Me giré para mirarlo. No recordaba haberlo visto nunca.—¿Algo más? —pregunté, plano. – ¿Ese es tu gran insulto?Bajaron la vista. Avancé un paso. Otro más.Entonces, inevitablemente los vi. Mesa larga contra la pared, la de siempre.Denny Coleman ya estaba allí con la espalda recta, pelo oscuro corto, limpio. Camiseta azul, el teléfono
El pasillo me tragó el ruido y me lo escupió encima. Seguí a la derecha hasta el aula. La puerta estaba abierta. Adentro ya había gente sentada. El zumbido de voces se cortó cuando crucé el marco.Reconocí al instante unos ojos mieles.Me esforcé en no quedarme paralizada. Sabía que debía encontrarlos a todos en algún momento, y estaba preparada. Estaba preparada, estaba preparada. Me repetí.Allí está él, Denny. Mi viejo amigo.Estaba en la tercera fila, al lado del pasillo, compartiendo mesa con un tipo que no reconocí. Tenía el cuerpo inclinado hacia delante, el codo en la mesa y el teléfono escondido a medias. Alzó la vista por reflejo. Primero fue sorpresa: cejas arriba, ojos abiertos. Le duró menos de un segundo. Después, asco. La boca se le tensó. Apartó la mirada como si quemara. Dijo algo breve al de al lado, sin despegar los labios del todo. El otro miró hacia mí y bajó la vista rápido.Me quedé con ese cambio de cara clavado en la cabeza. Sorpresa. Asco. Denny. El mismo que
Me vestí sin ruido y me até el cabello. Revisé la mochila una vez, dos, tres. Cuaderno, estuche, botella, auriculares, billetera. El horario que mamá había impreso. El carnet, por si me lo pedían. Tragué saliva. Abrí la puerta del cuarto y bajé.La casa estaba en silencio, ese silencio de la mañana que sólo tiene sonidos pequeños: el motor de la nevera, el agua en la tubería, el roce de una taza contra la encimera. Mamá estaba en la cocina. Tenía el cabello recogido y la mirada puesta en el teléfono. Ben estaba en la mesa, ya vestido, con su mochila de la universidad en la silla de al lado y el portátil cerrado. Levantó la cara cuando me oyó llegar.—Buenos días —dije, quedándome de pie al borde de la mesa. La voz me salió áspera.—¿Dormiste algo? —preguntó mamá en seguida, sin disfrazar la preocupación. Me sostuvo la mirada como si necesitara una respuesta clara, no una excusa.—Casi nada —admití, apoyando la mochila en el respaldo de la silla.Ben se inclinó hacia delante y con un d
Adam estaba fumando en algún lugar de la casa.No era una sorpresa que se escabullera a mitad de la fiesta, sabía que yo odiaba verlo haciendo eso, así que prefería hacerlo fuera de mi vista para evitar peleas. Según él, necesitaba hacerlo después de cada presentación para continuar con energía y lo cierto es que ya no me importaba demasiado, lo que me molestaba era que si no aparecia debía conseguir a alguien lo suficientemente sobrio que pudiera llevarme a casa.O podría llamar a Ben. Esa sería la opción más responsable, pero eso solo le daría más razones para odiar a Adam y sinceramente, no quería que siguiera metiéndose en mi vida. Mi hermano podía ser un gran fastidio cuando se lo proponía.Caminé entre la multitud, intentando distinguir a alguien conocido, pero no reconocí más que a Leena, la baterista de la banda, vomitando en la esquina de la sala.No sabía de quién demonios era la casa, pero sentí lástima por quien tuviera que limpiarlo.-¡Quinny!Escuché que gritaban mi nomb
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