El resto de la mañana fue un bloque largo. En unas clases estaba Hollie, en otras Milo, en dos Denny. No pasó nada que contara como diálogo. Miradas, sí. Hollie me sostuvo los ojos una vez y los apartó de inmediato. Denny no buscó contacto: copiaba, entregaba, se iba. Yo me senté atrás siempre que pude y traté de concentrarme en nada más que mi cuaderno. No hablé con nadie. Milo en cambio, parecía verdaderamente afectado de verme, el odio en sus ojos no me pasó inadvertido en ningún momento.
Acababa de salir de la última clase, pero no podía irme aún, debía ir a hablar con el consejero escolar como se lo había prometido a mamá. Faltaban diez minutos. Fui al baño primero.
Me apresure a entrar a uno de los cubículos. Lo cerré. Allí, por primera vez en el día pude respirar sabiendo que nadie me estaba viendo, que allí no podían juzgarme.
Levanté la vista.
Las paredes estaban rayadas de arriba abajo. Insultos con marcador, con tinta de pluma. “PERRA”, “PUTA”, “LÁRGATE”, “NO TE QUEREMOS”.