Capítulo 7

Empujé la llave; giró sin resistencia y la puerta cedió. Cerré despacio. El pasillo olía a cena recalentada. Luz blanca en el comedor. Mamá junto a la mesa, brazos cruzados, mandíbula clavada. Ben en el marco del pasillo, ceño fruncido, hombros tensos.

El estómago me dio un giro. El alcohol seguía en mi sangre; la lengua, pastosa; la cabeza, embotada. Respiré por la nariz para ordenar lo que pudiera. No quería exhibirme. No quería dar explicaciones. Quería una ducha, una cama y silencio. Y, sobre todo, quería dejar de sentir que cada paso mío se juzgaba con un checklist.

—Llegas tarde —dijo mamá, sin rodeos—. Apagaste el teléfono. No contestaste un solo mensaje.

—Ya estoy aquí —respondí. Dejé la mochila contra la pared y me quedé de pie.

—No vamos a fingir que no pasó nada —subió el tono, lo justo—. Hoy debías ir con el consejero, avisar si ibas a salir y regresar temprano. Rompiste todo lo que acordamos esta mañana.

Noté el ardor en la nuca, como si me hubieran frotado con papel áspe
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