-HISTORIA COMPLETA- Cuando Giulio pensó que Leila había tenido que ver con su desgracia familiar, no dudó ni un segundo para cobrarse esa espina que tanto le retorcía el alma, tomando de ella lo más preciado que guardaba para ese amor que jamás se borraría de su corazón. Le quitó su virginidad. Jugó con ella y se dio por satisfecho cuando la rechazó con saña y vio el dolor en su mirada verde esmeralda. Sin embargo, el tiempo pondría las cartas sobre la mesa, demostrándole a Giulio lo equivocada que había sido su apreciación sobre Leila, y más aún, cuando descubriera que aquella pequeña revancha que se había tomado, dejó sus consecuencias. Leila por su parte, se había arrepentido desde el fondo de su ser por haber sido tan ingenua y haberle entregado todo de sí a aquel demonio italiano que había despertado sus instintos más bajos en una sola noche. Sin embargo, descubrir que estaba embarazada no era precisamente algo simple de ignorar, menos aun cuando aquel colosal e imponente hombre, regresa a su vida reclamando su paternidad.
Leer másMe habían llamado desde el Royal London Hospital para darme la noticia más amarga que podría recibir en toda mi vida: mi hermana menor, Valentina, estaba muerta y necesitaban que fuera a identificar su cadáver.
Me había quedado petrificado al oír aquellas palabras tan frías y crueles que hasta pensé se trataba de una enfermiza broma. Sin embargo, me colgaron en la cara con la frase rotunda de que esperarían por mí esa misma noche.
Con el cuerpo frío y temblando por el terror de que no se tratara de una simple confusión, cogí una muda de ropa deportiva para reemplazar el pantalón de chándal con el que dormía siempre.
Mis manos se aferraron con violencia al volante del coche, mientras conducía en dirección a la morgue del hospital.
«¡MALDICIÓN!»
Grité con furia golpeando el mando por aquella impotencia que estaba embargando todo en mi ser. Mi pequeña hermana estaba bajo mi tutela y jamás me perdonaría que aquella terrible noticia fuera verdad, más aun cuando se había marchado de mi piso furiosa, por aquella gran discusión de la que fuimos participes, al señalarle que aquel hombre que tenía por novio no era el más adecuado para ella.
No pensé que aquellas amargas palabras que le había proferido, fueran las últimas que cruzaría con ella. No. Me negaba a que fuera de ese modo.
Aparqué sin importar el cartel de PROHIBIDO ESTACIONAR que había justo delante y salí apresurado del automóvil, entrando con más prisa aun al área de urgencias del hospital.
No sabía cómo preguntar o qué decir; sentía como una enorme bola de hielo se había atorado en mi garganta y me impedía hablar.
—¿Señor? —insistió la enfermera de recepción cuando me quedé de pie, mirándola por un largo rato con mis palmas sosteniendo mi cuerpo sobre la mesada—. ¿Puedo ayudarlo en algo?
Respiré hondo y afirmé.
—He venido a identificar un cuerpo —repliqué con la voz temblorosa mientras sentía que todo mi cuerpo sudaba.
—Siga por el pasillo y gire a la izquierda; verá el letrero que el indica la morgue. Anúnciese allí —dijo con naturalidad y asentí, siguiendo por donde me había indicado.
El tramo que seguí para llegar a la morgue, pareció infinito y como si fuera poco, disminuí la velocidad de mis pasos por miedo a encontrarme con algo que no deseaba cuando llegara allí. Sin embargo, dilatarlo no haría que cambiase lo que ocurrió. Solo me restaba rogarle a Dios porque se hubieran equivocado.
La doble puerta bajo el letrero luminoso se abrió y de allí salió una muchacha pelirroja, hecha un manojo de lágrimas. Me detuve en seco y la miré marcharse, mientras le era imposible contener el llanto.
«¿Me pasaría lo mismo a mí?», no pude evitar preguntarme en un susurro al tiempo que presionaba mis puños y hacía acopio de toda mi fuerza de voluntad para ingresar al sitio.
El fuerte olor a formol inundó de inmediato mis fosas nasales y parpadeé varias veces.
—¿ A quién ha venido a identificar? —un hombre mayor, vestido con una muda de ropa color verde, preguntó sin rodeos.
—Valentina Greco…
—Sígame, por favor —pidió impasible mientras caminaba y yo lo seguía.
Se dirigió a una camilla que portaba una bolsa negra por encima. Abrió la cremallera y no pude continuar caminando. Mi corazón me decía que era ella.
—Señor —el hombre enarcó una ceja y suspiró—. Sé que es complicado, pero créame que hay cientos de cadáveres que ni siquiera han sido reclamados por un familiar para recibir cristiana sepultura. Será mejor que verifique si se trata o no de Valentina Greco lo más pronto posible. Si es una equivocación, ganará tiempo para buscarla en otro sitio.
Caminé con pasos torpes y coloqué mi rostro por encima de la bolsa, donde se había corrido la cremallera para poder ver lo que había en su interior.
Cuando mis ojos se toparon con aquella cara de niña, que tenía los ojos cerrados y la boca azulada, mi pechó reventó por el dolor y algo en lo profundo de mi ser se había ensombrecido. Extendí mi temblorosa mano y rocé mis dedos sobre su mejilla helada.
Era ella. Era mi pequeña Valentina quien yacía inerte en aquella bolsa como si fuera basura.
La contemplé por varios minutos, estudiando los moretones que rodeaban su delicado cuello y el corte en la frente. Cerré mis ojos y me culpé internamente por lo que le había pasado. No debía haberle dado tanta libertad. No debí haberla consentido demasiado, al punto que se revelara en mi contra por un hombre mucho mayor que seguramente solo buscaba divertirse a su costa. Debí haberla enviado a Italia cuando me di por enterado de ese estúpido romance que siempre había augurado una desgracia para Valentina.
¡Era una niña, por todos los cielos!
Tenía apenas veintidós años y le faltaba mucho por vivir. Sin embargo, su luz se había apagado abruptamente.
¿Cómo regresaría a casa junto a mi padre, llevándole el cuerpo sin vida de su tesoro?
Cuando él me la había confiado y hecho prometer que la protegería con mi vida si fuera preciso.
—Por su expresión, deduzco que se trata de Valentina Greco —pronunció el enfermero y asentí—. Puede quedarse pro cinco minutos más; haré el papeleo para que pueda llevarse su cuerpo.
—¿Cómo sucedió? —no pude evitar preguntar—. No me dieron demasiados detalles cuando llamaron…
—Un accidente de coche —respondió—. Ella iba en el asiento del acompañante pro lo que tengo entendido; se quebró el cuello y falleció en el instante en que el automóvil sufrió el impacto. El hombre que llevaba el mando del coche, soportó el fuerte golpe en la cabeza por unos pocos minutos y luego se confirmó su deceso.
—¿Había alguien con ella? ¿Valentina no estaba sola?
—Es así.
—¿Puedo ver al hombre que la acompañaba? —inquirí de inmediato mientras aquella burda idea se formaba en mi cabeza. El hombre dudó unos segundos—. Se lo suplico; Valentina es mi única hermana y necesito saber qué ocurrió.
—Acompáñeme —dijo al fin y lo seguí unos metros. Abrió la bolsa que contenía el otro cuerpo y pude identificarlo con el primer vistazo—. ¿Lo conoce? —asentí—. Minutos antes, estuvo aquí su hermana para reconocer el cuerpo. Se veía muy afectada, al igual que usted.
—Ya veo… —susurré, con la mente maquinando millones de cosas en ese instante—. Le agradezco su ayuda. Esperaré el papeleo para llevarme a mi hermana.
El hombre asintió y regresé hasta la camilla donde se encontraba el cuerpo de Valentina.
La observé devastado mientras mis lágrimas empañaban su rostro sin vida.
Ese hombre la había matado. Ese estúpido rufián me la había arrebatado.
Pero las cosas no se quedarían de ese modo y John O'Kelly me las pagaría; ese inservible irlandés, aunque estuviera muerto, pagaría el precio de la muerte de mi hermana y por Lucifer que se revolcaría en su tumba cuando así sucediera.
—Hermana por hermana… —musité, depositando un último beso en la frente de Valentina, para luego salir de la morgue, dispuesto a todo.
PRÓXIMAMENTE SINOPSIS Un juramento de revancha, una propuesta del pasado, un resultado escandaloso. Cuando Luciana abandonó a Julián para casarse con otro hombre, él se juró que encontraría el modo de hacerle pagar por aquella traición. Años después, Luciana estaba desesperada por resolver un problema ocasionado por su difunto esposo y que podría llevar a su familia a la ruina. Sin embargo, nadie estaba dispuesto a tenderle la mano a una empresa que prácticamente era un caso perdido. En ese preciso instante, Julián Ricci, aparece de nuevo en su vida, dispuesto a ayudarla a cambio de un alto precio que él sabía heriría profundamente su orgullo: ella debía entregarse a él y servirlo en la cama durante un periodo establecido. Sin embargo, las cosas no eran precisamente ni como Julián pensaba ocurrió en el pasado, ni como Luciana creía eran en ese momento. Un exquisito juego cruzado de venganza y
2 meses después…Era momento de casarnos nuevamente, pero esta vez, en el jardín de la villa, con el resplandeciente Mediterráneo como testigo.—¿Estás lista? —inquirió Brendan, quien había venido desde Londres para acompañarme.—Más que nunca —respondí, tomando su brazo y caminando el recorrido de hierbas que me llevaría hasta mi demonio personal.Había escogido un vestido sencillo de seda color crema, que se ajustaba a mi cuerpo y me caía sobre los tobillos.Dejé mi cabellera color fuego suelta, extendida sobre mi espalda, cuyo único adorno era una corona de flores amarillas. No llevaba joyas, salvo los pendientes de esmeraldas que mi futuro marido —por segunda vez— me había regalado el día de mi cumpleaños.Cuando me acerqué a &eac
LEILAAl oír esas palabras, se me detuvo el corazón.—¿Qué has dicho? —inquirí con la voz estrangulada.Giulio estaba quieto como una estatua.—He dicho que es lo mínimo que puedo hacer por la mujer que amo —repitió y negué con la cabeza.—No... no puede ser —dije, sintiendo como si el mundo estuviera derrumbándose a mi alrededor.¿El demonio acababa de decir que me amaba?—Sí, Leila; me he enamorado de ti y desde el momento en que me alejé aquella mañana en Londres, no he podido sacarte de mi cabeza. Habría buscado cualquier excusa para volver a tu lado —se mordió el labio y suspiró—. No tengo derecho a mantenerte aquí, cuando lo que siempre has deseado ha sido tu libertad.»No seré un tirano. Tienes el poder de vengarte de m&i
GIULIOMe sentía agotado de tanto pensar en todo lo que había ocurrido entre Leila y yo.En mi cabeza retumbaba una y otra vez aquellas palabras: «mientras me sigas reteniendo aquí». Sin embargo, todo se me olvidó e ingresé renovado a la villa, deseando ver a Leila junto a la piscina, jugando con Silvert o acompañando a mi padre en una partida de ajedrez.No obstante, cuando entré a la casa algo me dijo que ella no estaba allí.Justo en ese momento la enfermera de mi padre salió al vestíbulo.—¿Has visto a mi esposa? —pregunté sin siquiera saludar.—Buenos días, signore Greco. La señora Leila ha salido... —soltó una pequeña carcajada.—¿A qué se debe la gracia? —fruncí el ceño—. ¿A dónde
Al verla algo nerviosa y reacia a responder a mi confesión, le agarré una mano para tranquilizarla y eso la animo a hablar:—No sé cómo puedo creerte… pero también siento muchas cosas por ti, aunque me siento bastante dolida por tu acusaciones, por tratarme como alguien que no vale la pena —quise explicarle mis motivos, pero me silenció con un apretón de mano—. Entiendo cómo te debes de haber sentido y he visto en primera persona el desastre que mi hermano causó en tu familia. Lo siento mucho.En ese momento me di cuenta de que éramos los últimos clientes en el restaurante y, cuando salimos de allí, me detuve, le besé la mano y le dijo:—Gracias por ser sincera conmigo, Leila.Ella asintió y nos montamos a la moto para regresar a casa.Cuando llegamos a la villa, Leila era un manojo de nervios. Durante el trayecto, sent&i
GIULIOCuando llegué de Roma, lo primero que hice fue buscar con ansiedad a Leila.Llevaba conmigo una carta de condolencias que ella escribió antes de conocernos y no sabía qué pensar de la situación, porque su contenido me había calado muy hondo. Apenas llegó de la sede de Londres, a la oficina central de Roma y me la entregaron.Y eso no había sido todo; también comprobé que ella no iba al club irlandés a cazar hombres con dinero como había pensado y que era prácticamente como la hermana del dueño, a quien, ayudaba desinteresadamente las veces que iba allí.La encontré, sentada al borde de la piscina, con el Mediterráneo de fondo y el corazón se me detuvo al darme cuenta de que la había extrañado mucho y también al saber que ella no estaba comportándose como había esperado, bas
Último capítulo