LEILA
Había sido otra infructuosa jornada buscando empleo, pero sin conseguir siquiera que me entrevistaran.
Esa mañana me había despertado con unas terribles náuseas y no tenía dudas de que era a consecuencia de la tensión que había vivido anoche.
Había cometido una gran estupidez, un gravísimo error y estaba aterrada y perseguida con la presencia de ese hombre. Estaba segura que mientras caminaba por la calle, Giulio Greco aparecería de algún callejón solo para estrangularme y cobrarse la vergüenza que le había hecho pasar delante de aquellos reporteros.
Cuando llegué al cuarto que rentaba, la puerta estaba entreabierta y me paralicé porque sabía a la perfección quién estaría esperando por mí dentro.
Las rodillas se me debilitaron y tuve que sostenerme de la pared. Prefería mil ve