Demonio Italiano — Venganza Italiana I
Demonio Italiano — Venganza Italiana I
Por: Isabella Rossi
PRÓLOGO

Me habían llamado desde el Royal London Hospital para darme la noticia más amarga que podría recibir en toda mi vida: mi hermana menor, Valentina, estaba muerta y necesitaban que fuera a identificar su cadáver.

Me había quedado petrificado al oír aquellas palabras tan frías y crueles que hasta pensé se trataba de una enfermiza broma. Sin embargo, me colgaron en la cara con la frase rotunda de que esperarían por mí esa misma noche.

Con el cuerpo frío y temblando por el terror de que no se tratara de una simple confusión, cogí una muda de ropa deportiva para reemplazar el pantalón de chándal con el que dormía siempre.

Mis manos se aferraron con violencia al volante del coche, mientras conducía en dirección a la morgue del hospital.

«¡MALDICIÓN!»

Grité con furia golpeando el mando por aquella impotencia que estaba embargando todo en mi ser. Mi pequeña hermana estaba bajo mi tutela y jamás me perdonaría que aquella terrible noticia fuera verdad, más aun cuando se había marchado de mi piso furiosa, por aquella gran discusión de la que fuimos participes, al señalarle que aquel hombre que tenía por novio no era el más adecuado para ella.

No pensé que aquellas amargas palabras que le había proferido, fueran las últimas que cruzaría con ella. No. Me negaba a que fuera de ese modo.

Aparqué sin importar el cartel de PROHIBIDO ESTACIONAR que había justo delante y salí apresurado del automóvil, entrando con más prisa aun al área de urgencias del hospital.

No sabía cómo preguntar o qué decir; sentía como una enorme bola de hielo se había atorado en mi garganta y me impedía hablar.

—¿Señor? —insistió la enfermera de recepción cuando me quedé de pie, mirándola por un largo rato con mis palmas sosteniendo mi cuerpo sobre la mesada—. ¿Puedo ayudarlo en algo?

Respiré hondo y afirmé.

—He venido a identificar un cuerpo —repliqué con la voz temblorosa mientras sentía que todo mi cuerpo sudaba.

—Siga por el pasillo y gire a la izquierda; verá el letrero que el indica la morgue. Anúnciese allí —dijo con naturalidad y asentí, siguiendo por donde me había indicado.

El tramo que seguí para llegar a la morgue, pareció infinito y como si fuera poco, disminuí la velocidad de mis pasos por miedo a encontrarme con algo que no deseaba cuando llegara allí. Sin embargo, dilatarlo no haría que cambiase lo que ocurrió. Solo me restaba rogarle a Dios porque se hubieran equivocado.

La doble puerta bajo el letrero luminoso se abrió y de allí salió una muchacha pelirroja, hecha un manojo de lágrimas. Me detuve en seco y la miré marcharse, mientras le era imposible contener el llanto.

«¿Me pasaría lo mismo a mí?», no pude evitar preguntarme en un susurro al tiempo que presionaba mis puños y hacía acopio de toda mi fuerza de voluntad para ingresar al sitio.

El fuerte olor a formol inundó de inmediato mis fosas nasales y parpadeé varias veces.

—¿ A quién ha venido a identificar? —un hombre mayor, vestido con una muda de ropa color verde, preguntó sin rodeos.

—Valentina Greco…

—Sígame, por favor —pidió impasible mientras caminaba y yo lo seguía.

Se dirigió a una camilla que portaba una bolsa negra por encima. Abrió la cremallera y no pude continuar caminando. Mi corazón me decía que era ella.

—Señor —el hombre enarcó una ceja y suspiró—. Sé que es complicado, pero créame que hay cientos de cadáveres que ni siquiera han sido reclamados por un familiar para recibir cristiana sepultura. Será mejor que verifique si se trata o no de Valentina Greco lo más pronto posible. Si es una equivocación, ganará tiempo para buscarla en otro sitio.

Caminé con pasos torpes y coloqué mi rostro por encima de la bolsa, donde se había corrido la cremallera para poder ver lo que había en su interior.

Cuando mis ojos se toparon con aquella cara de niña, que tenía los ojos cerrados y la boca azulada, mi pechó reventó por el dolor y algo en lo profundo de mi ser se había ensombrecido. Extendí mi temblorosa mano y rocé mis dedos sobre su mejilla helada.

Era ella. Era mi pequeña Valentina quien yacía inerte en aquella bolsa como si fuera basura.

La contemplé por varios minutos, estudiando los moretones que rodeaban su delicado cuello y el corte en la frente. Cerré mis ojos y me culpé internamente por lo que le había pasado. No debía haberle dado tanta libertad. No debí haberla consentido demasiado, al punto que se revelara en mi contra por un hombre mucho mayor que seguramente solo buscaba divertirse a su costa. Debí haberla enviado a Italia cuando me di por enterado de ese estúpido romance que siempre había augurado una desgracia para Valentina.

¡Era una niña, por todos los cielos!

Tenía apenas veintidós años y le faltaba mucho por vivir. Sin embargo, su luz se había apagado abruptamente.

¿Cómo regresaría a casa junto a mi padre, llevándole el cuerpo sin vida de su tesoro?

Cuando él me la había confiado y hecho prometer que la protegería con mi vida si fuera preciso.

—Por su expresión, deduzco que se trata de Valentina Greco —pronunció el enfermero y asentí—. Puede quedarse pro cinco minutos más; haré el papeleo para que pueda llevarse su cuerpo.

—¿Cómo sucedió? —no pude evitar preguntar—. No me dieron demasiados detalles cuando llamaron…

—Un accidente de coche —respondió—. Ella iba en el asiento del acompañante pro lo que tengo entendido; se quebró el cuello y falleció en el instante en que el automóvil sufrió el impacto. El hombre que llevaba el mando del coche, soportó el fuerte golpe en la cabeza por unos pocos minutos y luego se confirmó su deceso.

—¿Había alguien con ella? ¿Valentina no estaba sola?

—Es así.

—¿Puedo ver al hombre que la acompañaba? —inquirí de inmediato mientras aquella burda idea se formaba en mi cabeza. El hombre dudó unos segundos—. Se lo suplico; Valentina es mi única hermana y necesito saber qué ocurrió.

—Acompáñeme —dijo al fin y lo seguí unos metros. Abrió la bolsa que contenía el otro cuerpo y pude identificarlo con el primer vistazo—. ¿Lo conoce? —asentí—. Minutos antes, estuvo aquí su hermana para reconocer el cuerpo. Se veía muy afectada, al igual que usted.

—Ya veo… —susurré, con la mente maquinando millones de cosas en ese instante—. Le agradezco su ayuda. Esperaré el papeleo para llevarme a mi hermana.

El hombre asintió y regresé hasta la camilla donde se encontraba el cuerpo de Valentina.

La observé devastado mientras mis lágrimas empañaban su rostro sin vida.

Ese hombre la había matado. Ese estúpido rufián me la había arrebatado.

Pero las cosas no se quedarían de ese modo y John O'Kelly me las pagaría; ese inservible irlandés, aunque estuviera muerto, pagaría el precio de la muerte de mi hermana y por Lucifer que se revolcaría en su tumba cuando así sucediera.

—Hermana por hermana… —musité, depositando un último beso en la frente de Valentina, para luego salir de la morgue, dispuesto a todo.

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