GIULIO
Me sentía agotado de tanto pensar en todo lo que había ocurrido entre Leila y yo.
En mi cabeza retumbaba una y otra vez aquellas palabras: «mientras me sigas reteniendo aquí».
Sin embargo, todo se me olvidó e ingresé renovado a la villa, deseando ver a Leila junto a la piscina, jugando con Silvert o acompañando a mi padre en una partida de ajedrez.
No obstante, cuando entré a la casa algo me dijo que ella no estaba allí.
Justo en ese momento la enfermera de mi padre salió al vestíbulo.
—¿Has visto a mi esposa? —pregunté sin siquiera saludar.
—Buenos días, signore Greco. La señora Leila ha salido... —soltó una pequeña carcajada.
—¿A qué se debe la gracia? —fruncí el ceño—. ¿A dónde