Capítulo 6: El vestido de la venganza

Capítulo 6: El vestido de la venganza

La Gala del Alcalde era el evento social del año. Candelabros de cristal, música de orquesta en vivo y la élite de la ciudad bebiendo champán.

Marcos estaba en una esquina, con una copa en la mano, sudando. Sofía estaba a su lado, vestida con un traje dorado demasiado llamativo, intentando sonreír a las esposas de los banqueros que la miraban por encima del hombro.

—Nadie quiere hablar conmigo —susurró Marcos con desesperación—. Todos han visto la noticia de que Damián rechazó mi inversión.

—No importa —dijo Sofía—. Ya lanzaste el rumor del robo. Mañana Elena será la vergüenza de la ciudad y Damián la dejará para no manchar su imagen. Entonces volveremos a estar arriba.

De repente, la música se detuvo. Un murmullo recorrió el salón como una ola. Todas las cabezas se giraron hacia la gran escalera de entrada.

—¿Qué pasa? —preguntó Marcos, estirando el cuello.

Entonces los vio.

En lo alto de la escalera apareció Damián Valente, impecable en un esmoquin negro. Pero nadie lo miraba a él. Todas las miradas estaban clavadas en la mujer que tenía del brazo.

Elena.

Llevaba un vestido negro de terciopelo, ajustado como una segunda piel, con un escote en la espalda que llegaba peligrosamente bajo y una abertura lateral que mostraba sus piernas largas y tonificadas. Llevaba el cabello suelto en ondas salvajes y un collar de diamantes que brillaba tanto que dolía mirarlo.

No parecía una exesposa triste. Parecía una diosa de la venganza.

—Dios mío... —susurró un hombre al lado de Marcos—. ¿Esa es la mujer de la que Castelli se divorció? ¿Está ciego?

Marcos sintió como si le hubieran dado una bofetada. Esa mujer... ¿era la misma que le servía la sopa con un delantal viejo?

Damián y Elena bajaron las escaleras. Los fotógrafos se volvieron locos. Los flashes estallaban como una tormenta eléctrica.

Damián la guio directamente hacia el centro del salón, donde estaba el Alcalde. Pero Marcos, impulsado por el alcohol y la humillación, bloqueó su camino.

—¡Tú! —gritó Marcos, señalando a Elena. El salón se quedó en silencio—. ¡Tienes agallas para venir aquí con las joyas que me robaste!

Elena se detuvo. Damián hizo un ademán de avanzar, pero ella le puso una mano en el pecho para detenerlo. Déjamelo a mí, decía su gesto.

Elena miró a Marcos con una calma gélida. Luego miró a Sofía, que intentaba esconderse detrás de él.

—¿Robar? —preguntó Elena con voz clara, lo suficientemente alta para que todos oyeran—. Marcos, las únicas joyas que había en esa casa eran las falsificaciones que le compraste a tu amante usando la tarjeta de crédito de la empresa.

Un grito ahogado recorrió la sala. Sofía se puso roja como un tomate.

—¡Mientes! —chilló Sofía—. ¡Son auténticas!

Elena sonrió y dio un paso hacia Sofía.

—¿Ah, sí? —Elena señaló el collar de Sofía—. Ese es un diseño de Van Cleef. La colección original se hizo en oro de 24 quilates. El tuyo... se está poniendo verde en el cuello, querida.

Todas las miradas se dirigieron al cuello de Sofía. Efectivamente, una leve mancha verdosa se veía bajo el collar dorado. La gente empezó a reírse disimuladamente.

Marcos estaba temblando de rabia.

—¡No cambies el tema! ¡Eres una adúltera! ¡Me engañaste con él! —Señaló a Damián.

Damián dio un paso adelante. Su aura de peligro hizo que Marcos retrocediera dos pasos instintivamente.

—Cuidado con tus palabras, Castelli —dijo Damián con voz suave y letal—. Mi esposa y yo nos conocimos ayer profesionalmente. Nos casamos hoy porque cuando encuentro algo valioso, no soy tan estúpido como para dejarlo ir. A diferencia de ti.

Damián pasó su brazo por la cintura de Elena, marcando territorio frente a toda la élite.

—Además —continuó Damián—, mis abogados ya han enviado una auditoría a tu empresa esta mañana. Parece que has estado desviando fondos para pagar los caprichos de la señorita Sofía. Creo que la policía te estará esperando en la salida.

La cara de Marcos perdió todo color. ¿Auditoría? ¿Policía?

—¿Q-qué?

En ese momento, dos oficiales uniformados entraron en el salón, mirando alrededor.

—¿Marcos Castelli? —preguntó uno de ellos.

Elena miró a su exmarido, que ahora parecía un animal acorralado. No sintió lástima. Solo sintió el dulce sabor de la victoria.

—Disfruta de la fiesta, Marcos —susurró Elena mientras pasaba a su lado—. Creo que es la última a la que te invitarán.

Damián y Elena se alejaron hacia la pista de baile mientras la policía se llevaba a Marcos entre los gritos histéricos de Sofía.

—Eso fue despiadado —murmuró Damián al oído de Elena mientras empezaban a bailar un vals lento.

Elena apoyó la cabeza en su hombro, sintiéndose agotada pero victoriosa.

—Te lo dije. El precio de la traición es alto.

—Me gusta —dijo Damián, apretándola más contra él—. Creo que este matrimonio será muy divertido.

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