Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl Registro Civil VIP de la ciudad era un lugar silencioso y discreto, reservado para políticos y celebridades que querían mantener sus asuntos privados. Sin embargo, cuando Damián Valente entró, el juez parecía a punto de sufrir un infarto por la sorpresa.
—Señor Valente —dijo el juez, ajustándose las gafas con nerviosismo—. No teníamos cita, pero... es un honor. ¿En qué puedo ayudarle?
—Vengo a casarme —dijo Damián con la misma naturalidad con la que pediría un café. Señaló a Elena a su lado—. Con ella.
El juez miró a Elena. Ella se había quitado las gafas de sol y lo miraba con una calma imperial.
—Necesitamos los trámites hechos ahora. Sin esperas. Sin prensa —añadió Damián, poniendo su tarjeta de identificación sobre el mostrador.
El proceso tomó menos de veinte minutos. No hubo votos románticos, ni flores, ni música. Solo el sonido de la pluma rasgando el papel.
Elena firmó: Elena Lombardi. Damián firmó: Damián Valente.
Cuando el juez declaró "marido y mujer", Damián sacó una caja de terciopelo de su bolsillo. Elena se sorprendió. ¿Llevaba un anillo preparado?
—Era de mi abuela —dijo él en voz baja, tomando la mano izquierda de Elena. Deslizó un impresionante diamante azul en su dedo anular. Encajaba perfectamente—. Considéralo parte del contrato. Tienes que parecer la señora de la casa.
Elena miró el anillo. Brillaba con una intensidad fría y hermosa. Era, sin duda, la joya más cara que había tocado en su vida, superando con creces la alianza de cobre que Marcos le había comprado en una tienda de empeños.
—Es hermoso —admitió ella.
—Bien. Ahora, una cosa más. —Damián sacó su teléfono—. Pon tu mano sobre mi brazo.
—¿Para qué?
—Publicidad, querida esposa.
Elena obedeció. Damián tomó una foto de sus manos entrelazadas, destacando el enorme anillo y su reloj de lujo. Sin dudarlo, subió la foto a sus redes sociales personales —que tenían millones de seguidores— con una sola palabra como descripción:
"Mía."
Al otro lado de la ciudad, en la oficina de Marcos, el caos reinaba.
Marcos estaba gritando a sus contables. La retirada de la inversión había provocado que tres bancos llamaran exigiendo pagos inmediatos.
—¡Búsquenme dinero! ¡No me importa de dónde salga! —rugió Marcos, tirando una carpeta al suelo.
Sofía estaba sentada en el sofá, revisando su teléfono con aburrimiento, ignorando la crisis. De repente, soltó un grito agudo.
—¡No puede ser!
—¿Qué pasa ahora? —ladró Marcos—. ¿Te rompiste una uña?
Sofía se levantó, pálida, y le puso el teléfono en la cara.
—Mira esto. Es... es Elena.
Marcos agarró el teléfono. En la pantalla estaba la última publicación de Damián Valente. La foto de las manos. El anillo. Y la etiqueta: Elena Lombardi.
La publicación tenía ya 50.000 "me gusta" en diez minutos. Los comentarios ardían: "¿El rey Valente se ha casado?" "¿Quién es Elena Lombardi?" "¡Ese anillo vale millones!"
Marcos sintió que la sangre se le helaba en las venas. Reconocería esa pequeña cicatriz en la mano de Elena en cualquier parte. Era ella.
—Se ha casado... —susurró Marcos, sin poder creerlo—. Nos divorciamos anoche. ¡Es imposible! ¡Me estaba engañando!
La ira lo cegó. Elena no solo era rica. Elena ahora era la esposa del hombre más poderoso de la ciudad. Eso significaba que Marcos no solo había perdido una inversión; se había convertido en el enemigo número uno de Valente.
—Esa zorra... —gruñó Marcos, marcando el número de Elena con dedos temblorosos—. Me va a escuchar.
El teléfono sonó una vez. Dos veces. Luego, fue enviado al buzón de voz.
Marcos tiró su propio teléfono contra la pared, haciéndolo pedazos.
—¡Esto no se queda así! —gritó, con los ojos inyectados en sangre—. Voy a destruirla. Voy a decirle al mundo que es una adúltera. Nadie se burla de Marcos Castelli.
Sofía lo miró con miedo. Por primera vez, se dio cuenta de que quizás habían subestimado a la "ama de casa aburrida".







