Capítulo 2: La reunión de los tiburones

Capítulo 2: La reunión de los tiburones

A la mañana siguiente, el aire en la sala de juntas de "Tecnologías Castelli" estaba cargado de tensión. Marcos se ajustaba la corbata compulsivamente, revisando los documentos sobre la mesa de caoba.

—Siéntate, por favor —le susurró a Sofía, que estaba revisando su maquillaje en una silla lateral—. Los del Grupo V son conservadores. No quiero errores.

—Tranquilo, amor. —Sofía le guiñó un ojo—. Eres brillante. Te darán el dinero. Y con eso, por fin podremos dejar de preocuparnos por las deudas que dejó tu ex.

La puerta se abrió. La secretaria de Marcos asomó la cabeza, visiblemente nerviosa.

—Señor Castelli, los representantes han llegado. El señor Damián Valente viene con ellos.

Marcos se tensó. ¿Damián Valente? Su presencia era inusual para una inversión de este nivel. Marcos se arreglo el traje, preparándose para impresionar al hombre más poderoso de la ciudad.

Damián entró primero. Su presencia era silenciosa pero dominante, como la de un depredador que entra en un territorio nuevo. Marcos se adelantó con una sonrisa ensayada.

—Señor Valente, un honor.

Damián asintió levemente, sin detenerse, y tomó asiento en un extremo de la mesa.

—La reunión la dirigirá mi socia —dijo Damián con voz calmada—. Ella tiene la última palabra sobre el capital.

—¿Socia? —Marcos miró hacia la puerta, esperando ver a algún veterano de las finanzas.

Unos pasos firmes resonaron en el pasillo. Cuando la figura cruzó, la sonrisa de Marcos se congeló en una mueca de confusión absoluta.

Era Elena.

Pero no la Elena que él conocía. Llevaba un traje sastre blanco impecable que se ajustaba a su figura, el cabello suelto en ondas brillantes y un maletín de cuero de alta gama. No había rastro de la ama de casa cansada de la noche anterior.

—Buenos días —dijo ella. Su voz era tranquila, profesional.

Marcos parpadeó, incrédulo. Soltó una risa nerviosa, bajando la voz.

—Elena... ¿qué haces aquí? —Se acercó a ella, bajando el tono para que Damián no oyera—. ¿Viniste a traerme algún documento que olvidé? No es el momento. Vete a casa, luego hablamos de la pensión.

Elena lo ignoró. Caminó hacia la cabecera de la mesa, puso su maletín sobre la superficie y miró a los presentes.

—Tomen asiento, por favor. Vamos a empezar.

—¡Elena, basta! —siseó Marcos, agarrándola suavemente del brazo, avergonzado—. Estás haciendo el ridículo frente al Señor Valente. Sal de aquí antes de que llame a seguridad.

—Suéltela, Castelli —dijo Damián. No alzó la voz, pero el tono cortante hizo que Marcos retirara la mano como si se hubiera quemado.

—Señor Valente, disculpe, es mi exmujer —explicó Marcos, sudando—. Está... confundida. Cree que trabaja aquí.

—No estoy confundida, Marcos —dijo Elena, abriendo el maletín y sacando el expediente de "Tecnologías Castelli"—. Soy la dueña mayoritaria del fondo de inversión que has estado cortejando durante seis meses. Mi nombre legal es Elena Lombardi.

El silencio en la sala fue absoluto. Sofía se tapó la boca. Marcos se quedó pálido, mirando los documentos con el sello de la familia Lombardi.

—Eso es imposible... —murmuró Marcos—. Tú... tú no tienes dinero.

—Tenía dinero. Simplemente elegí no usarlo para ver si podías construir algo por ti mismo —respondió Elena sin mirarlo, pasando las páginas del informe—. He revisado tu propuesta, Marcos. Los números son sólidos. El producto es bueno.

Marcos sintió una chispa de esperanza. Si ella era profesional, tal vez...

—Sin embargo —continuó Elena, cerrando la carpeta de golpe—, la política de inversión del Grupo Lombardi se basa en la confianza.

Elena levantó la vista y clavó sus ojos en los de él. Por primera vez, Marcos vio dolor y una determinación de acero en esa mirada.

—Un hombre que traiciona a la persona que le ha apoyado incondicionalmente durante tres años, no dudará en traicionar a sus socios cuando le convenga. Careces de integridad, Marcos. Y por eso, mi respuesta es no.

Marcos sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies.

—Elena, espera... son negocios. No mezcles lo personal. La empresa va a quebrar sin ese dinero.

—Lo sé —dijo ella, poniéndose de pie—. Es una lástima. Tienes hasta el lunes para desalojar el edificio si no pagas el préstamo puente.

—Vámonos —dijo Damián, levantándose también.

Elena caminó hacia la salida con la cabeza alta, manteniendo la compostura hasta el último segundo. Marcos se quedó paralizado, viendo cómo su futuro salía por la puerta, llevado por la mujer a la que había llamado "inútil" apenas unas horas antes.

 

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