La luz de la mañana no trajo claridad a la mansión Marchetti; trajo un aura de muerte.
Victtorio salió de su oficina como una bestia herida que finalmente ha encontrado el rastro de su presa. Su saco, mal abotonado, no era descuido, era la prisa de un hombre que ya no tiene tiempo para la cortesía. Su mandíbula estaba tan tensa que el roce de sus dientes crujía en el silencio del pasillo.
—Repítelo —ladró. No era una petición; era una orden que cortaba el aire como un látigo.
Carter, un hombre que rara vez sentía miedo, dio un paso atrás antes de responder.
—La señal es un pulso errático. Aparece y desaparece, una burla tecnológica en una zona industrial muerta al norte. Almacenes de acero podrido y rutas sin un solo ojo digital. Es un punto ciego total, Victtorio. Es el lugar perfecto para una ejecución.
Victtorio se detuvo en seco. No hubo duda en sus ojos, solo un brillo gélido y calculador.
—Si es una trampa, espero que hayan traído suficientes bolsas para cadáveres —su voz bajó a