El jardín estaba intacto, demasiado intacto.

Victtorio caminaba lentamente entre los senderos de piedra, con la nota aún en la mano. Sus dedos la habían arrugado tantas veces que el papel parecía cansado, igual que él. Se agachó frente al macizo de flores una vez más, como si mirarlas pudiera darle una respuesta distinta.

—No eran comunes… —murmuró—. No eran para cualquiera.

Carter permanecía de pie, a unos pasos detrás, observándolo con atención. Conocía ese silencio. Era el mismo que Victtorio tenía antes de ordenar una ejecución.

—Dijiste que a Isabella le gustaban —dijo Carter con cuidado—. ¿Quién más lo sabía?

Victtorio soltó una risa breve, sin humor.

—Eso es lo que intento recordar —respondió—.

Ella era celosa incluso de sus gustos. No hablaba de esto. No dejaba que nadie tocara estas flores.

Se levantó de golpe.

—Repasemos —ordenó—.

Jardineros: cambiados hace años.

Personal antiguo: despedido o muerto.

Familia… —se detuvo—. Mi madre nunca se interesó. Esteban menos. Mi padre o