La noche en que Lucas estaba con su amante, Clara murió de forma trágica. La Muerte le concedió siete días para volver y cumplir su único deseo: divorciarse de Lucas. Romper todo lazo con él. Y no volver a cruzarse jamás. Ni en esta vida, ni en la otra.
Leer másClara se sorprendió un momento y luego negó con la cabeza.—Mi prometido es alguien que me presentó una amiga de mi mamá. Nuestras familias se llevan bien y pronto nos vamos a casar.Lucas apretó los puños, decidido a no darse por vencido.—Entonces, por lo que dices, no parece que se quieran mucho.Clara sonrió tranquila.—¿Y qué importa? Aunque lo hubiera, al final da lo mismo.Lucas se quedó sin palabras. Guardó silencio un buen rato y, al final, forzó una sonrisa.—Te deseo felicidad.—Igualmente.Ella le devolvió una sonrisa leve y distante, y salió del café sin volver la vista.Lucas la siguió con la mirada, con las lágrimas rodándole sin freno. Entre ellos ya no había vuelta atrás.De regreso a casa, Clara alcanzó a ver entre la multitud a una mujer de cara envejecida, con la ropa gastada y descolorida, que discutía a gritos con un vendedor ambulante. A su lado, dos niños pequeños lloraban desconsolados.Era Mariana.Después de tantos años, su vida iba en picada.Clara desvió la
Clara apartó la mirada y subió al auto con sus padres.El mayordomo, que había presenciado todo, dejó escapar un suspiro:—Señor Castro, váyase ya. No siga destrozando su salud.Pero Lucas no escuchaba. El cuerpo helado le temblaba sin parar y murmuraba entre dientes:—Me arrepiento tanto... ¿por qué tuvo que terminar así?El rugido del motor lo sacó en seco de sus pensamientos. Abrió los ojos con desesperación y corrió tras el carro.—¡Clara, no te vayas!Su cuerpo ya no aguantó. Apenas dio unos pasos y se desplomó en la nieve, con sangre escurriéndole de la boca, hasta perder el sentido.Desde la ventanilla, Clara giró la cabeza instintivamente y lo vio caer. Esa figura delgada y vencida bajo la nieve era una imagen que calaba hondo... pero, ¿qué tenía que ver ya con ella? Cerró los ojos y reprimió cualquier emoción.Ya en el extranjero, la vida de Clara fue tranquila. Cuando entró a la universidad hizo nuevos amigos, y algunos antiguos compañeros se pusieron en contacto para saludar
La puerta del salón se abrió de golpe y Lucas irrumpió, fuera de sí. De un tirón arrancó el amuleto del bolso de Clara y lo arrojó al suelo.Clara lo empujó con rabia.—¿Ya basta, no? ¡A ti qué te importa!Se agachó enseguida, recogió el amuleto y, con calma, le pidió disculpas a Julio.Lucas tenía los ojos enrojecidos.—¿Entonces ahora piensas aceptar a él? ¿De verdad quieres hacerme sufrir así? ¿Por qué no me das aunque sea una oportunidad?Clara, furiosa, lo miró con desprecio:—Lucas, búscate un psiquiatra.Él temblaba de ira. Se giró hacia Julio y lo fulminó con la mirada.—¡Te lo advierto! Clara es mía, ni lo sueñes.Julio, aunque molesto, se mantuvo sereno y respondió:—Lucas, Clara no es una cosa. Es una persona, y nadie es dueño de nadie. Si de verdad la quieres, respétala.—¿Y tú quién eres para darme lecciones? —rugió Lucas—. No te hagas el santo, sé muy bien lo que quieres. ¡Aléjate de ella!En ese momento sonó la campana y la profesora entró al aula. Al ver la escena, preg
Clara no dudó ni un segundo y señaló a Mariana:—Papá, mamá, a todos los demás pueden apoyarlos... menos a ella.Manuel y Carmen asintieron sin titubear.—Como digas —respondieron al unísono.Mariana, segura de que sus buenas notas le darían la beca, no podía creer que Clara la rechazara con una sola frase. Rompió a llorar de inmediato:—¡Por favor! ¡Yo necesito esta oportunidad! Me encanta estudiar, no quiero dejar la escuela.Clara, al ver que Mariana no había vuelto a vivir como ella, mantuvo el rostro impasible.—Entonces busca a alguien más que te ayude. Te doy un nombre: Lucas Castro. Ve con él, quizá tengas suerte.Mariana se arrodilló allí mismo.—¡Se los ruego! Ustedes tienen tanto dinero, ¿qué les cuesta ayudarme también a mí?Clara no quiso verla más y soltó una orden tajante:—Llévenla al hospital. Que vaya a ver a Lucas.¿No era a él a quien le gustaba? Así que en esta vida ella misma se encargaría de juntarlos.Los guardaespaldas obedecieron sin dudar, arrastrando a Maria
—¿Se enteraron de lo del hijo de los Castro? Se tiró al lago por la señorita Santos y hasta se abrió la frente. ¡Eso fue de novela!—¿De novela? ¡Por favor! A esa edad ni saben lo que es el amor, puro impulso. Ya de grande se va a arrepentir.—Lo que sí, la señorita Santos tiene el corazón de piedra. Ni con eso se conmovió.—Capaz que no le gustan los que se destrozan el cuerpo por amor. El pobre Castro está inconsciente, con una fiebre altísima.Clara apenas había vuelto a su cuarto cuando escuchó a unas enfermeras chismear sobre lo ocurrido. Se hizo la sorda, se lavó la cara y se metió en la cama.Mientras tanto, Lucas ardía en fiebre. Pasó la noche dando vueltas entre el desvelo y el delirio. Ya de madrugada empezó a alucinar: vio a la Clara de su otra vida, con los ojos rojos fijos en él, la ropa hecha jirones y un cuchillo clavado en el pecho del que goteaba sangre.—¡Clara! —gritó, con el alma rota, empapado en lágrimas.Estiró la mano para tocarla, pero cuando estaba a punto de
Ya era pleno otoño. El aire estaba helado y, de noche, el frío calaba igual que en pleno invierno. Entre la gente reunida empezaron los murmullos.—¡Pero si ese muchacho todavía está enfermo! Qué crueldad la de la chica...—Quién sabe qué habrá pasado entre ellos.Y era cierto: Lucas seguía convaleciente. De camino al hospital le había subido la fiebre y ahora se sentía cada vez peor. El viento helado le provocó varias toses, y su cara se volvió aún más pálida.—Clara, ¿hablas en serio? —preguntó con la voz entrecortada.—Cree lo que quieras —dijo ella con indiferencia.Lucas apretó los puños y, con una sonrisa forzada, respondió:—Si eso es lo que quieres, lo voy a hacer.Y sin pensarlo más, corrió hacia el lago artificial.—¡Dios mío, va a tirarse!—¡Deténganlo, alguien! ¡Se va a matar!Los gritos resonaban, pero nadie se atrevía a intervenir. Lucas trepó la baranda sin dudar. Un segundo después, el chapoteo del agua helada rompió el silencio de la noche. El lago lo tragó de golpe.
Último capítulo