Capítulo 9
En el majestuoso castillo, un violinista tocaba una melodía suave que envolvía el ambiente. Varios niños caminaban al ritmo de la música, dejando caer pétalos sobre el pasillo.

Todo parecía salido de un cuento: romántico y perfecto.

Clara llegó justo a tiempo para ver cómo Lucas se arrodillaba frente a Mariana, con un anillo en la mano.

—Mariana, ¿quieres casarte conmigo?

Sus ojos brillaban con ternura. Esa clase de mirada que alguna vez fue solo para ella.

De pronto, su mente la llevó tres años atrás. A ese mismo instante, pero con ella en el centro de todo. También entonces Lucas la había mirado así... con los ojos llenos de emoción, incluso con lágrimas.

Mariana vestía un vestido de novia deslumbrante. La cola se extendía como un río de luz bajo los focos del salón.

Con las mejillas encendidas, extendió la mano.

—Sí, quiero.

Clara reconoció ese vestido. Era casi igual al que usó el día de su boda.

Vaya, Lucas lo había hecho replicar en pocos días.

Lo que para ella había sido un recuerdo único para él no parecía tener valor. La novia podía ser cualquiera.

La vista se le nubló de golpe. El sobre con los papeles del divorcio se le resbaló de las manos.

El sonido al caer fue leve, casi imperceptible entre los aplausos. Nadie lo notó. Todos celebraban mientras Lucas abrazaba a Mariana y le daba un beso.

Clara ya no pudo más. Corrió hacia ellos, sin pensar.

—¡Lucas!

Su voz, rota, desgarró el silencio de la sala.

Todo se detuvo. Las miradas giraron hacia ella.

Lucas se volteó, sorprendido. Por un instante, su expresión cambió. La culpa le cruzó la cara. Separó a Mariana con un leve gesto, pero enseguida endureció la mirada.

—¿Qué haces aquí?

Clara se limpió las lágrimas, obligándose a sonreír, con amargura.

—A felicitarte... y de paso...

Sacó los papeles del bolso.

—Vengo a firmar el divorcio.

Lucas soltó una risa seca, sin rastro de calidez.

—Te dije que lo haríamos el sexto día. Este no es el momento.

Clara le tomó la manga con fuerza. Sus ojos, rojos de tanto llorar, lo miraban suplicantes.

—Por favor, hagámoslo ahora. Ya no quiero seguir así. Solo te pido eso.

Estaba pálida, despeinada, con mechones húmedos pegados a la cara. Parecía a punto de romperse.

Lucas se quedó mirándola por unos segundos. Luego le soltó la mano con brusquedad.

—¿De verdad crees que puedes exigirme algo?

Mariana se aferró a su brazo con una sonrisa, empapada de falsa dulzura:

—Clara, ya te dio una fecha. Solo faltan unas horas. ¿O será que no soportas verlo de rodillas frente a mí?

Lucas le acomodó un mechón con delicadeza, pero al voltear a ver a Clara, su expresión se volvió de piedra.

—No le des más vueltas.

Clara sintió que las piernas le temblaban.

—Lucas, hoy es mi último día. No te estoy mintiendo. Yo...

—¡Ya basta! —gritó de pronto, con una furia desbordada—. ¡¿Cuántas veces tengo que repetírtelo?! ¡Tus inventos no me conmueven! ¡Vienes con que estás muerta! ¿Y las pruebas? ¿Dónde están?

La miró con desprecio.

—¿Los muertos viajan en avión?

Se acercó un paso más.

—Y si sigues con esas estupideces, te mando directo a un psiquiátrico. Y ahí sí, Clara, no nos volvemos a ver nunca más.

Algo dentro de ella se rompió en silencio. Y por dentro, todo se apagó. Gritó desde el fondo del pecho, rota de dolor:

—¿Lucas...? ¿De verdad te gusta verme así? ¿Despedazada? ¿No puedes simplemente soltarme?

Su voz se quebró.

—Me haces sentir como basura. Ya ni siquiera me quieres, ¿entonces por qué no me dejas en paz? Dijiste que lo de Mariana era un jueguito... ¿Y esto qué? ¿También estás jugando conmigo ahora?

Las lágrimas le corrieron sin freno. Cayó de rodillas, vencida.

—No te estoy mintiendo. Esa noche me apuñalaron... diecisiete veces.

Su voz se fue apagando.

—Me dolió... tanto...

Se abrazó a sí misma. Temblaba, llorando como una niña asustada.

Lucas no se movió. Se le endureció la mandíbula, pero los ojos se le llenaron de agua. Sentía el corazón golpeándole el pecho y un nudo en la garganta.

De repente, se agachó y la tomó del brazo con decisión.

—¡Ven conmigo!

Pero Mariana lo sujetó, temblando.

—Lucas, no te vayas.
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