—Espérame un momento, ya vuelvo —murmuró Lucas, rozándole el hombro a Mariana antes de tomar a Clara del brazo y sacarla del salón.
Clara no se resistió. Caminó con él en silencio hasta una sala privada. Adentro, el aire se volvió denso, cargado, como cuando está por caer una tormenta.
Lucas la miró por un buen rato. Tenía la mandíbula apretada. Finalmente, dijo en voz baja:
—¿Y si no firmamos el divorcio? Puedo terminar con Mariana.
Clara soltó una risa seca. Negó lentamente con la cabeza.
—Si de verdad quisieras, no estaríamos aquí hablando de esto. Tal vez tú no lo notes, pero ya la quieres. Y no va a ser la única. Si no es ella, será otra. Siempre habrá otra.
Lucas cerró los puños.
—Entonces que se quede fuera del país. No tienen por qué cruzarse nunca más.
Clara sintió un vacío pesado en el pecho. Ya no tenía energía para explicarle nada.
—No, Lucas. Ya no se puede.
Él la miró con los ojos encendidos. Su expresión se volvió tensa, oscura.
—¿Por qué insistes tanto? ¿Por qué te importa?
—Porque ya no te amo —dijo Clara, al borde del colapso.
Y le cruzó la cara con una bofetada firme.
—¡¿No lo entiendes?! Desde que me fallaste, todo se rompió. No hay vuelta atrás.
El silencio que vino después fue duro, casi agresivo. Lucas se quedó quieto, con la cabeza gacha y los ojos fijos en el piso. Los tenía enrojecidos. Levantó una mano, temblando, pero no la tocó. Solo cerró el puño con tanta fuerza que los nudillos le tronaron.
—Perfecto —escupió con rabia—. ¿Quieres divorcio? ¡Lo tendrás! Pero no vengas después con arrepentimientos.
Le arrancó los papeles, los firmó sin mirar y se los tiró en la cara.
—¿Así está bien? ¿Ya te quedaste tranquila?
El golpe le dejó la mejilla ardiendo. Clara dio un paso atrás, aturdida. Tardó unos segundos en agacharse, recogió los papeles con cuidado y los abrazó contra el pecho.
—Al final... soy libre —susurró.
Lucas la miró con rabia. El enojo le quemaba por dentro.
—¡Te vas a arrepentir! —escupió antes de salir como una ráfaga.
—¡Lucas!
Clara lo alcanzó y lo sujetó del brazo. Ya no tenía furia en los ojos, solo una tristeza mansa, resignada.
—¿Podrías acompañarme al Bosque Rojo? Solo un momento. Quiero despedirme.
Él se quedó quieto, sin mirarla. Luego se soltó con frialdad.
—No. Estés viva o muerta, ya no eres nada para mí.
Y se fue sin voltear.
Clara se quedó de pie, sintiendo cómo algo en el pecho se volvía piedra. Tal vez era mejor así. Tal vez, cuando Lucas supiera que ella ya no estaba... no dolería tanto.
El cielo estaba completamente oscuro. Alzó la vista hacia la luna, redonda y brillante, suspendida en el silencio.
Apretando los papeles contra el pecho, se dirigió sola al Bosque Rojo.
Las hojas de arce caían como brasas bajo la luz de la luna. Caminó sin rumbo hasta que el reloj marcó las 11:58 p.m.
Sacó el celular. Le temblaban los dedos al escribir:
"Lucas, no me arrepiento de haberte amado. Lo nuestro fue real. Las risas, las lágrimas, los abrazos... todo fue de verdad. Pero si pudiera empezar otra vez, elegiría no haberte conocido. Porque este final no lo soporto."
Apretó "enviar" justo a la medianoche.
Las campanas del castillo sonaron. Doce golpes sordos que partieron la noche.
En la pantalla apareció un ícono rojo: mensaje no entregado.
Clara lo miró en silencio. La luna la bañaba con su luz plateada. Cerró los ojos y respiró hondo.
Y en ese instante... desapareció sin dejar rastro.
Esa misma noche, en las afueras de Elarvia, junto a una zanja llena de agua estancada, alguien llamó a la policía.
Habían encontrado el cuerpo de una mujer. Estaba irreconocible.