Esa noche, Lucas no volvió.
Clara se quedó en la bañera, frotándose una y otra vez, como si pudiera arrancarse de la piel lo que había vivido.
Se restregó tanto que terminó sangrando, pero nada parecía suficiente.
El dolor seguía ahí, clavado en los huesos como un cuchillo, abriéndole heridas por dentro, recordándole que ya nada volvería a ser igual.
Lloró hasta quedarse sin fuerzas. Y en medio de ese desmayo, sintió unos brazos cálidos que la alzaban con cuidado.
—¡Clara!
Una voz desesperada la llamaba desde lejos. Con esfuerzo, abrió los ojos.
Lucas estaba ahí. No tenía idea de cuándo había vuelto.
Su cara, casi siempre dura, ahora mostraba una angustia que no le había visto nunca.
—¡No te duermas! ¡Te llevo al hospital!
Clara lo miró. Y por un instante, su mente la llevó de regreso al pasado.
Tenía diecisiete años cuando ocurrió el gran terremoto en Elarvia.
El techo del salón se vino abajo, y Lucas, sin pensarlo, la cubrió con su propio cuerpo.
Estuvieron atrapados cinco días, sin agua ni comida.
Clara deliraba. Ya no le quedaban fuerzas.
Pero él no la dejó rendirse. La llamó por su nombre una y otra vez, aferrándola a la vida.
Salieron vivos. Y prometieron no separarse nunca.
Clara creyó que después de haber vencido a la muerte, nada podría romperlos.
Jamás imaginó que, tres años después de casarse, Lucas la traicionaría de la peor forma.
Despertó en el hospital.
Lo primero que vio fue a Lucas, dormido al lado de la cama, todavía con la ropa del día anterior.
Tenía la cara pálida, ojeras marcadas y el pelo hecho un desastre. Se notaba que no había pegado un ojo.
Clara lo miró en silencio.
Luego alzó la mano y le acarició la mejilla con ternura.
Lucas se despertó de golpe y, sin decir una palabra, la abrazó con fuerza.
—¡Me diste el susto de mi vida! —murmuró con la voz temblorosa—. Qué bueno que estás bien... Lo de anoche, no debí hablarte así.
Esa mañana, al volver a casa, la encontró inconsciente en la bañera.
El agua estaba helada, teñida de rojo. Por un momento pensó que ya no respiraba, y casi se volvió loco.
Clara tragó saliva y contuvo las lágrimas.
Lo apartó con suavidad y forzó una sonrisa pálida.
—Lucas, ¿podemos hablar en serio?
—Claro. Lo que tú digas. Pero prométeme que no vas a hacer algo así otra vez.
—Anoche yo...
Justo en ese momento, sonó su celular.
Lucas miró la pantalla y colgó de inmediato.
—Sigue, Clara.
Pero ella alcanzó a leer el nombre del contacto: Mi querida Mariana.
Y algo dentro de ella se vino abajo.
—No importa. Contesta si quieres. Estoy cansada. Solo quiero descansar.
Se dio la vuelta y cerró los ojos.
Lucas la miró en silencio unos segundos. Luego se fue, sin decir nada.
Apenas cruzó la puerta, el celular de Clara vibró con un mensaje de un número desconocido:
"¿Te atreves a bajar al estacionamiento?"
Clara apretó los puños. No pensaba responder.
Pero algo, un impulso que no supo de dónde venía, la empujó a bajar.
En el sótano la esperaba Mariana.
Tenía los ojos hinchados de tanto llorar y se colgaba del brazo de Lucas.
—Por favor, déjame tener este bebé. Es el primero que vamos a tener tú y yo. No quiero abortarlo.
Lucas frunció el ceño y respondió con voz fría:
—Ni siquiera tengo hijos con Clara. ¿Cómo vas tú a adelantarte? Cuando Clara y yo tengamos uno, entonces haz lo que quieras.
Mariana rompió en llanto, más fuerte.
—¡Pero me va a doler! ¡Tengo miedo! Tú me dijiste que ibas a hacerte cargo de mí...
Lucas soltó un suspiro largo, como resignado.
La abrazó despacio y le susurró al oído:
—Está bien, voy contigo. Después te compro unos departamentos, ¿sí? Pide lo que quieras.
Mariana lo abrazó fuerte, con una sonrisa entre lágrimas.
—Quiero que me pidas matrimonio... aunque sea de mentira. Si no puedo ser tu esposa de verdad, al menos déjame fingirlo.
Lucas no respondió de inmediato.
Mariana frunció los labios, a punto de hacer un berrinche.
—¿Ves? Otra vez me fallas...
—Bueno, bueno... está bien. Te lo prometo.
De inmediato, a Mariana se le iluminó la cara.
—¡Y quiero el mismo anillo y el mismo vestido que tuvo Clara!
—Está bien. Lo que tú quieras.
—Y también quiero ir al castillo.
—Como digas.