Capítulo 7
En cuanto Clara terminó de hablar, el silencio se volvió denso, casi incómodo.

Todo quedó suspendido por un instante... hasta que el ambiente se vino abajo, como si algo se hubiera resquebrajado por dentro.

—¿Cuántas veces más vas a repetir esa estupidez? —gritó Lucas, empujándola con fuerza.

Clara casi perdió el equilibrio. Se sostuvo como pudo, bajó la mirada y soltó una sonrisa amarga.

—Nunca me creíste. Pero tiene sentido... La confianza entre nosotros murió hace mucho.

Lucas la miraba con rabia contenida, la mandíbula apretada, los puños cerrados. Pero en cuestión de segundos, su expresión cambió. Una sonrisa cínica se dibujó en su rostro.

—Perfecto. Si eso es lo que quieres, entonces nos divorciaremos el sexto día.

Y sin más, le tomó la mano a Mariana y se dio la vuelta para irse.

—¡Lucas, escúchame! ¡Estoy diciendo la verdad! —Clara trató de alcanzarlo.

Pero justo en ese momento, la barrera de seguridad bajó frente a ella, dándole de lleno. Cayó al suelo con fuerza.

Uno de los tacones se rompió y se torció el tobillo. El dolor le arrancó un gemido que intentó contener.

Aun así, levantó la vista, respiró hondo y le pidió a la recepcionista con la voz entrecortada:

—Por favor... ¿puedes abrirme la puerta?

La chica dudó, nerviosa, pero antes de que pudiera contestar, Lucas habló sin mirarla siquiera:

—No la dejes entrar.

Luego giró la cabeza para verla en el suelo, con la ropa desarreglada y las lágrimas corriéndole por la cara.

Por un segundo, algo parecido a la culpa cruzó su mirada.

Mariana lo notó. No tardó en reaccionar.

—Lucas, todavía me arde la cara... ¿Puedes ver si se me hinchó? —dijo con voz bajita, temblorosa.

Lucas se inclinó hacia ella y le sopló con cuidado en la mejilla.

—Vamos, volvamos a la oficina. Te pondré hielo.

Mariana bajó la mirada, mordiéndose el labio, con lágrimas a punto de salir.

—¿Y Clara...?

Al verla así, tan frágil, la expresión de Lucas se endureció de nuevo.

—Desde hoy, nadie puede dejar entrar a Clara al edificio sin mi autorización.

Clara los veía ahí, tan juntos, tan en paz, ajenos a todo lo que ella estaba sintiendo.

Sentía el pecho apretado, con una presión que le rompía por dentro, en silencio.

Gritó entre lágrimas, con la voz hecha pedazos:

—¡Lucas! ¿De verdad no puedes creerme ni una sola vez? ¡Solo me quedan cinco días!

Pero él no dijo nada. Entró al ascensor con Mariana sin siquiera voltear a verla.

El silencio volvió de golpe. Clara sintió todas las miradas clavadas en ella, punzantes, como alfileres.

Pero por dentro ya no dolía. Solo quedaba un vacío inmenso, seco.

No supo cuánto tiempo pasó.

Al final, se levantó como pudo, rengueando, y salió del edificio despacio.

Afuera, el cielo estaba cubierto de nubes negras.

Frente a la entrada, dos chicas esperaban el bus. Una señaló la pantalla gigante del edificio:

—Oye, ¿no estaban pasando el video de la pedida de mano del presidente del Grupo Castro? ¿Qué onda? Ahora pusieron otro anuncio.

—Sí... qué raro. Esa chica no es tan guapa, pero tiene una cara dulce. ¿Quién será?

Clara alzó la mirada.

En la pantalla, aparecía Mariana sonriendo, radiante.

Era la imagen principal de la nueva campaña de joyería del Grupo Castro: Amor Eterno.

Y en su dedo brillaba un anillo. Pero no era cualquiera. Era el modelo Colección Centenario, una edición especial que jamás salió a la venta.

Clara se quedó helada. Lo reconocía perfectamente.

Ese diseño lo había elegido ella.

Una vez, mientras Lucas revisaba los bocetos en su oficina, le preguntó:

—Clara, ¿cuál te gusta más?

Ella señaló uno en forma de hoja de arce.

—Ese. Tiene algo especial.

Lucas la besó en los labios, con una sonrisa suave.

—Yo también lo elegí. Porque las hojas de arce son más hermosas en otoño, y cada vez que veo una, me acuerdo de la primera vez que te vi en la universidad.

—Este anillo va a ser único, Clara. Será edición centenario. No se venderá a nadie. Solo será tuyo.

Clara lo abrazó, riendo.

—¿Hablas en serio? Si me mientes, te dejo para siempre.

—Lo juro por mi vida —respondió él.
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