Capítulo 4
Apenas Lucas vio el desastre en la sala, se le desfiguró la cara. La mirada se le oscureció y gritó, lleno de rabia:

—¡¿Qué carajos hiciste, Clara?! ¡¿Hasta cuándo vas a seguir con esta locura?! ¡¡Estas cosas eran recuerdos que prometimos guardar toda la vida!! ¿Por qué los destruiste?

Clara bajó la mirada. Su voz, suave y casi apagada, se quebró al hablar:

—Cuando un amor se pudre, lo único que queda es dolor. Es mejor cortar por lo sano.

—Quiero el divorcio —dijo, con la voz entrecortada.

—¡Clara! ¡Llevas dos días con lo mismo! Apenas vi tu mensaje, volví de una... ¡y tú sigues igual! ¿Puedes dejar de armar tanto drama?

—Te dije que lo de Mariana no significó nada. ¡Solo fue un juego! ¿Por qué tienes que ser tan celosa?

Clara negó con la cabeza, serena:

—No soy yo la que no puede tolerar... es ella.

Lucas apretó los dientes. De pronto, la sujetó del brazo y la obligó a ponerse de pie. Su voz ahora sonaba fría, seca:

—Además, ya no tienes a nadie. Sin mí, ¿qué vas a hacer con tu vida?

Cada palabra le dolía como una puñalada en el pecho.

Desde el accidente que le arrebató a sus padres, los pocos familiares que le quedaban solo se le acercaban por interés.

Fue Lucas quien la cuidó, quien se volvió su hogar.

Pero ahora... ese hogar se había vuelto una jaula.

Y esa amenaza que antes la ataba… ya no le pesaba igual.

Quien más te conoce, sabe exactamente dónde hacerte daño.

Las lágrimas le brotaron sin poder contenerlas.

Lucas, al darse cuenta de lo que había dicho, intentó recular.

La abrazó de golpe, con la voz más baja:

—Perdón, Clara... no debí hablarte así.

Ella lo empujó con fuerza. Tenía los ojos llenos de un dolor callado, profundo.

—¿Por qué dejaste de amarme?

Lucas intentó besarle las lágrimas:

—¡Claro que te amo!

—Entonces divorciémonos.

Esa frase, dicha bajito y con la voz rota, le cayó directo al pecho como una piedra.

Lucas explotó. La acorraló contra la pared.

—¡¿Por qué insistes tanto en divorciarte, Clara?!

—Porque estoy muerta. Y lo único que quiero antes de irme para siempre... es cortar cualquier lazo contigo.

—Esa noche, después de que me dejaste tirada en la carretera, un tipo me arrastró hasta un callejón...

Clara le contó todo.

Pero justo cuando mencionó que solo tenía siete días para estar viva, Lucas la interrumpió:

—¡Clara, tienes veintisiete años! ¡Ya no eres una niña! ¡Y yo tampoco soy idiota! ¡Basta con esas fantasías ridículas!

—Si Mariana te molesta tanto, vete un tiempo al extranjero. Tómate un respiro. Luego se dio vuelta dispuesto a irse.

—¿O sea que prefieres que me vaya... antes que dejar a Mariana?

Lucas no giró la cabeza. Solo soltó, seco:

—Piensa lo que quieras. Cuando me canse, vuelvo contigo.

Clara se dejó caer al suelo.

Sabía que no podía esperar ese día. No le quedaba tiempo.

Desde entonces, no volvieron a hablar.

Solo quedó el silencio.

Y a ella, cinco días. Desesperada, le escribió a Lucas.

Él tardó horas en contestar: "No voy a volver a casa en estos días. Tranquilízate. Cuando estés más calmada, hablamos."

Clara leyó el mensaje con las manos temblorosas.

Respiró hondo. Se tragó la rabia…

Y manejó directo al edificio del Grupo Castro.

Apenas llegó, la frenaron en recepción.

—¡Quiero ver a Lucas!

La recepcionista, impecable, la miró con cortesía:

—Lo siento, señorita. Es hora de almuerzo. El señor Castro no está recibiendo visitas.

—Soy su esposa.

La joven se quedó sorprendida. Luego bajó la mirada y dijo:

—La señorita Mariana dejó instrucciones claras. Nadie puede molestarlos. Ni siquiera usted.

Clara soltó una risa amarga.

Hacía mucho que no pisaba esa empresa. No tenía idea de cuánto había cambiado todo.

—¡Clara!

La voz vino desde el fondo del pasillo.

Mariana se acercaba sonriendo, con un vestido llamativo, de esos de moda dopamina.

En la mano llevaba una bolsa de diseñador.
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