Capítulo 6
La voz de Clara no fue fuerte, pero bastó para que todo el vestíbulo se quedara en silencio.

Varias cabezas se asomaron, curiosas por ver cómo terminaba aquel espectáculo. Una a una, las miradas se le clavaron encima.

Clara apretó con fuerza los papeles del divorcio, pero no apartó la mirada. Estaba más firme que nunca.

La expresión de Lucas se tensó. Apretó los puños y preguntó entre dientes:

—¿De verdad quieres llegar hasta aquí, Clara?

Ella se secó las lágrimas y lo miró directo a los ojos:

—Puedes preguntarlo mil veces. La respuesta no va a cambiar. Solo firma, Lucas. Y terminemos con esto, de una vez.

Lucas no respondió.

La miraba con tanta frialdad que hasta el aire se sentía más denso.

Mariana, al ver la escena, sintió un brillo de triunfo en el pecho.

Se aferró un poco más al cuello de Lucas, con esa vocecita que fingía preocupación:

—Lucas, mejor bájame... Todo esto está pasando por mi culpa. No pelees con Clara por mí...

Esa vocecita temblorosa le revolvía el estómago a Clara.

Soltó una sonrisa amarga.

—Señor Castro, firme. Su niña lo necesita.

Ese tono —tan seco, tan distante— fue la chispa que encendió a Lucas.

Frunció el ceño y soltó una risa cargada de rabia:

—¡Perfecto! ¿Así que ya lo decidiste, Clara? ¡Solo espero que no te arrepientas!

Clara cerró los ojos por un segundo. Al abrirlos, su voz no temblaba:

—No me voy a arrepentir.

—¡Entonces divorciémonos!

Lucas dejó a Mariana de inmediato y le arrancó los papeles a Clara de las manos, sin cuidado.

Escucharle ese tono tan frío... casi hizo que Clara rompiera a llorar otra vez. Pero se obligó a mantenerse firme.

Clara le sonrió con calma a la recepcionista.

—¿Me prestas una pluma? Gracias.

—Ah... sí, claro —la chica estaba a punto de pasársela, pero al notar la mirada oscura de Lucas, se detuvo en seco.

No dijo ni una palabra, pero esos ojos enrojecidos, tan cargados de rabia contenida, parecían escupir veneno.

A la joven se le heló la sangre. Tragó saliva, retiró la mano con discreción y murmuró:

—Lo siento, no tengo ninguna.

Clara dio un paso hacia el mostrador, dispuesta a tomar una por su cuenta. Justo entonces, clac, una pluma metálica cayó del bolso de Mariana.

—¡Ay! Perdón... se me cayó sin querer —dijo con una vocecita nerviosa.

Pero no hizo el menor intento de recogerla.

Clara se agachó, la tomó sin pensarlo y se la extendió a Lucas.

—Firma.

Todas las miradas se clavaron en él. Más de uno ya había notado que lo suyo no era dolor, sino puro orgullo herido.

Pero ya no había forma de dar marcha atrás.

Lucas miró la pluma y el gesto se le torció. La rabia le deformó el rostro.

De pronto, se la arrebató de las manos y la arrojó directo al basurero.

Se volvió hacia Mariana y le gritó:

—¡¿Quién te dijo que trajeras esa pluma?!

Mariana se mordió los labios, con los ojos vidriosos.

—Tú me dijiste que hoy firmarías un contrato importante... por eso la llevé.

Lucas respiró hondo, como intentando contenerse, y volvió a mirar a Clara.

Tenía la mirada apagada, el rostro tenso.

Tomó los papeles del divorcio... y los rompió en mil pedazos.

—Sí, nos vamos a divorciar. Pero no con esta versión. Está mal redactada. Hablaré con mi abogado. Cuando tenga una válida, te aviso.

Clara no se inmutó. Sabía que era solo otra excusa.

Negó despacio con la cabeza y le respondió con voz firme:

—Entonces llámalo ahora mismo. No quiero nada tuyo. Ni un peso.

Solo quiero terminar con esto, Lucas. Hoy.

Lucas la tomó del brazo con fuerza, acercándola a él.

Tenía los ojos rojos, las ojeras marcadas, el cuerpo tenso como un cable a punto de romperse.

—¿Clara, entiendes lo que estás diciendo? ¿Sabes cómo vas a vivir sin mí? ¿Has pensado en eso?

Las lágrimas le mojaban las pestañas y los ojos le brillaban de tanta tristeza que parecía que se le iban a romper por dentro.

Y entonces, solo para él, con una voz tan baja que nadie más alcanzó a oírla, Clara susurró:

—Te lo dije... ya estoy muerta. Solo me quedan cinco días.
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