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Mi FlashBoda con el Rey de Mafia

Mi FlashBoda con el Rey de MafiaES

Cuento corto · Cuentos Cortos
Frosted Cabbage  Completo
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Resumen
Índice

Después de diez años a su lado, siempre apoyando a Félix en todo, ayudándolo a llegar a lo más alto del poder en la mafia, yo era su mano derecha, la persona en la que más confiaba. Pero lo que nunca imaginé era lo que él había hecho a mis espaldas. Tomó nuestra isla, la que habíamos logrado con tanto trabajo y astucia, y le dio el nombre de mi mejor amiga, Lilian. La razón era tan cruel como desgarradora: ella estaba gravemente enferma, y su último deseo había sido casarse con Félix en esa isla que ahora llevaba su nombre. Félix, en su afán por guardar el secreto, les prohibió a todos que me dijeran la verdad. Pero lo que él no sabía era que Lilian, en todo momento, me iba contando, prácticamente en vivo, cada detalle de aquella farsa. Esa misma noche, lloré tanto que perdí la noción de lo que sucedía, mientras Félix pasaba la noche con Lilian, en la isla, sin importarle nadie más. Mientras yo, destrozada, yacía en un charco de sangre, luchando por respirar, él estaba junto a Lilian en el hospital. Por esto, cinco días después, acepté la propuesta de matrimonio de Harold, el rey de la mafia.

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Capítulo 1

Capítulo 1

Era la noche en que se cumplían diez años desde que estaba con Félix, y, aunque debería haber sido la más especial de todas —la noche en que él me pidiera matrimonio—, aquí estaba yo, discutiendo sobre nuestra boda con su peor enemigo, Don Harold.

—Sylvie, después de casarte conmigo, todo en tu vida girará en torno a mí, ¿lo entiendes?

Harold no paraba de mandarme mensajes cada pocos minutos, insistiendo en que le diera una respuesta cuanto antes.

Cuando por fin le dije que sí, me envió una lista de bodas de diez páginas, con vestidos de los diseñadores más famosos del mundo, todos ornamentados con diamantes y con precios que me hacían pensar en cuántos sueños rotos podrían comprarse con lo que costaban.

Tras lo cual me envió un mensaje, preguntándome con prisa, casi con ansiedad:

«Estos los pedí especialmente desde París, Milán y Nueva York. Míralos, ¿hay alguno que te llame la atención?»

Al ver que no respondía, me envió otro mensaje:

«Si no te gustan, en tres días hay un desfile de alta costura en Italia. Yo mismo te llevaré para que lo elijas personalmente.»

Me quedé mirando los vestidos. El brillo de los diamantes parecía hipnotizarme. Hasta que finalmente abrí una de las fotos: un vestido de gala con diamantes rosados incrustados a mano, y una cola que arrastraba tres metros, como si fuera el vestido de una princesa.

Lo miré un par de segundos y susurré:

—Este vestido está perfecto.

No supe en qué momento llegó Félix, pero estaba justo detrás de mí cuando escuchó mis palabras.

—¿Qué vestido? —me preguntó, mirándome con una expresión que mostraba cierta preocupación.

Sabía que temía que hablara del matrimonio, y por eso se mostraba tan tenso, casi incapaz de ocultar su nerviosismo.

En ese momento, mi celular vibró. Lo tomé al instante y vi que era una videollamada de Lilian, a quien atendí de inmediato. Un segundo después, apareció en la pantalla, pálida, como un fantasma, con sangre en los labios.

—Sylvie, ¿dónde está Félix? Acabo de vomitar sangre, tengo mucho miedo...

No me dio tiempo a decir nada, Félix, sin pensarlo, se adelantó y me arrancó el teléfono de las manos.

—¡Lilian, tranquila! ¡Voy ya mismo para allá!

Sin decir una palabra más, Félix dejó todo atrás y se fue, tomando el único auto de la villa que subía hasta la cima de la montaña, sin siquiera girarse para despedirse. La noche estaba oscura. Solo se escuchaba el viento.

Esa noche era mi cumpleaños, y se suponía íbamos a ver las estrellas fugaces juntos. Él había prometido pedir un deseo, que estaría conmigo toda la vida.

Él sabía bien que yo había sido secuestrada, y que esa pesadilla había dejado en mí un miedo profundo e irreversible, especialmente hacia la oscuridad y la soledad. Pero aun así se fue, sin pensarlo ni un segundo, dejando atrás todo lo que supuestamente le importaba, solo para ir a ayudar a mi amiga.

Después de tantas traiciones, en ese momento, toda la esperanza que quedaba en mí se desvaneció por completo, mientras pensaba:

«Así es como se siente perder toda fe en alguien.»

El celular volvió a sonar, y esta vez era Harold.

«Sylvie, ¿estás lista? Mañana paso a buscarte.»

Sin pensarlo, respondí:

«En una semana, después de resolver unos asuntos pendientes, nos casaremos en Las Vegas.»

La respuesta de Harold se demoró un poco más de lo habitual, cuando me envió un mensaje de voz, con un tono suave y paciente:

—Está bien, te esperaré. Si necesitas ayuda con algo, no dudes en decírmelo.

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