Dedicatoria: A quienes alguna vez se sintieron atrapados por un destino impuesto, esta historia es para ustedes. Para los valientes que deciden tomar las riendas de su propia vida, incluso cuando el guion parece escrito. Que nunca teman escapar de la trama y escribir su propia historia. Introducción: En su traición, resurgió la magia... y con ella, la esperanza de venganza. Sinopsis: Creí en el segundo príncipe, en la promesa de paz entre mi hogar y su reino. Lo amé y lo ayudé a coronarse, pero su traición fue brutal. Al descubrirlo con su amante, desató su ira: me golpeó, ordenó mi humillación y mi muerte. Mientras agonizo, una sola idea me consume: volver y hacerlos pagar por cada gota de mi sangre derramada. Con mi último aliento renace un juramento: volveré, y la venganza será mi única guía.
Leer másEn el antiguo reino de Rivendel vivían los elfos. No muy lejos de allí, se encontraba el Bosque Estrella Caída, hogar de las hadas ocultas del mundo.
Una noche, cuando tenía 18 años, huía del bosque, perseguida por bestias mágicas. Siempre fui muy curiosa, quizás demasiado. Escuchaba que no debía salir del bosque, pero yo quería descubrir cómo era todo más allá del bosque encantado. Esa noche escapé del palacio y crucé el bosque. En las afueras, fui rodeada por bestias mágicas, así que corrí y me perdí entre los árboles, hasta que me encontré con un joven que me salvó la vida. Con el tiempo fuimos conociéndonos. Él era el segundo príncipe del reino Eldamar, un humano sin magia ni dones. Aquella noche, él estaba en una misión encomendada por su madre, la emperatriz, que lo llevó al Bosque Estrella Caída en busca de unos bandidos. Tras capturarlos y encerrarlos en una carreta con rejas, envió primero a los caballeros para que llevarán primero la carreta, mientras él perseguía a uno que había logrado escapar. Sin embargo, este fue devorado por una bestia mágica. Fue entonces cuando vio a una joven corriendo hacia él, seguida de una enorme bestia. Él la salvó, matando a la criatura, y luego la ayudó a ponerse de pie. —¿Estás bien? —preguntó el joven, su voz temblaba un poco mientras me ofrecía la mano. Sus ojos recorrían mi rostro, buscando alguna herida. —N-no lo sé… —balbuceé, sintiendo el corazón a punto de salirse del pecho—. Creo que sí. Gracias… de verdad. Si no hubieras estado aquí… Él sonrió, aunque el cansancio se notaba en sus facciones. Se pasó la mano por el cabello, manchado de barro y sangre de la bestia. —No tienes que agradecerme. ¿Cómo te llamas? —preguntó, intentando sonar tranquilo. —Astrid… —susurré, aún temblando—. ¿Y tú? —Elandor Dravenor —respondió, haciendo una torpe reverencia—. Segundo príncipe de Eldamar, aunque ahora mismo no parezco muy real, ¿verdad? No pude evitar sonreír, a pesar del miedo. Su sinceridad era desarmante. —No deberías estar aquí —dijo de pronto, su mirada se endureció mientras observaba la oscuridad del bosque—. Este lugar es peligroso, incluso para mí. —Lo sé… —admití, bajando la mirada—. Pero ya no soportaba las paredes del palacio. Necesitaba ver el mundo, aunque fuera solo por una noche. Elandor asintió, y por un momento, sus ojos reflejaron una tristeza que no esperaba. —A veces, el deber nos encierra más que cualquier muro —murmuró, casi para sí mismo—. Pero ahora debemos salir de aquí. No quiero que nada te pase. Sin pensarlo, tomó mi mano. Su calidez me tranquilizó, y juntos avanzamos entre los árboles, guiados por la luz de la luna. El bosque seguía susurrando, pero ya no sentía tanto miedo. —¿Por qué tu madre te envió aquí? —pregunté, buscando su mirada. Él suspiró, como si el peso del mundo cayera sobre sus hombros. —Buscaba justicia —dijo, serio—. Los bandidos han estado atacando aldeas. Pero nunca imaginé que terminaría salvando a una hada fugitiva. Solté una risa nerviosa, y por primera vez en la noche, sentí esperanza. . . . Sonreí, apenas, sintiendo que el destino nos había reunido por alguna razón. Tal vez —pensé— mi curiosidad no era tan mala después de todo. Mientras caminábamos, una brisa suave nos envolvió con el aroma de flores nocturnas. Me detuve un instante, cerrando los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, sentí esperanza. —¿Me ayudarás a encontrar mi camino de regreso? —pregunté, mirándolo, con la voz temblorosa, como si temiera la respuesta. Elandor me sostuvo la mirada, y su sonrisa fue cálida, sincera. Apretó mi mano con fuerza, como si quisiera transmitirme valor. —No solo eso, Astrid —susurró, con una chispa de emoción en los ojos—. Te mostraré el mundo más allá del bosque, si te atreves a soñar conmigo. Sentí un nudo en la garganta. Asentí, sin poder ocultar la mezcla de miedo y emoción que me invadía. —Quiero verlo —dije, apenas audible—. Quiero ver todo lo que hay. Bajo el manto estrellado, comenzó nuestra aventura. Avanzamos en silencio, pero nuestros pasos resonaban entre las hojas secas. Cada crujido, cada ulular lejano, me ponía los nervios de punta. El bosque, aunque peligroso, tenía una belleza misteriosa bajo la luna. Las hojas brillaban con destellos plateados y las luciérnagas bailaban entre los arbustos, iluminando el camino. De repente, un murmullo suave, casi un canto, nos detuvo. Tiré de la mano de Elandor, el corazón latiéndome con fuerza. —¿Escuchas eso? —susurré, con los ojos muy abiertos. Elandor asintió, serio, y desenvainó su espada. —Quédate detrás de mí —dijo, su voz baja pero firme. Nos acercamos sigilosamente. Entre los árboles, un claro se abría, bañado en luz plateada. Un grupo de hadas flotaba en círculo, entonando una melodía ancestral. Sus alas brillaban con todos los colores del arcoíris. Me llevé una mano a la boca, maravillada. Hacía años que no veía a las hadas reunidas así. Una de ellas, la más pequeña, se percató de nuestra presencia y voló hacia nosotros, con ojos enormes y curiosos. —Astrid, ¿qué haces aquí fuera del palacio? —su voz era melodiosa, pero en su mirada había una sombra de preocupación. Sentí el rubor subir a mis mejillas. —Tuve que salir —respondí, apretando la mano de Elandor—. Él me salvó de una bestia. Las hadas se miraron entre sí, cuchicheando. Una de ellas, la más anciana, se adelantó. Sus ojos eran profundos, llenos de historias. —El destino te ha llevado por caminos inesperados, Astrid —dijo, con voz grave—. Pero debes tener cuidado. No todos los humanos son de fiar. Elandor inclinó la cabeza, con respeto, pero también con una determinación que me sorprendió. —Prometo protegerla —dijo, apretando los labios—. No le haré daño. Jamás. La anciana hada lo observó largo rato, como si pudiera ver su alma. Finalmente asintió, aunque no sin cierta desconfianza. —Muy bien. Pero el bosque tiene sus propias reglas. Si desean salir, sigan el sendero de la luz azul. Solo así evitarán perderse en la niebla mágica.Cuando se separaron, Arya sonrió, sintiendo el calor de su abrazo aún envolviéndola como una manta reconfortante. —No puedo creer que esto esté sucediendo —dijo ella, su voz temblando ligeramente, como si temiera que el momento se desvaneciera. —Es real —respondió Arion, acariciando su mejilla con una suavidad que le hizo cerrar los ojos por un segundo, disfrutando de la calidez de su toque—. Y quiero que sea real para siempre. La noche continuó con celebraciones y danzas, pero Arya y Arion se encontraron a menudo en pequeños rincones del salón, robándose besos furtivos y susurros llenos de complicidad mientras sus corazones latían al unísono. Cada encuentro era una chispa de alegría en medio del bullicio, un refugio donde podían ser solo ellos dos. A medida que pasaban los días, la tarea de reconstruir Eldamar comenzó. Arya y Arion trabajaron codo a codo con los nobles y la g
El tirano cayó al suelo con un estruendo sordo, su espada rodando lejos de él. Los nobles rodearon a Elandor, sus rostros reflejaban una mezcla de triunfo y incredulidad. Elandor, con la mirada llena de furia y desesperación, levantó la cabeza y sus ojos se encontraron con los de Arion. —Esto es solo el comienzo —susurró Elandor, su voz temblando de rabia—. No pueden detenerme para siempre. Arion respiró pesadamente, su pecho subiendo y bajando con la adrenalina aún fluyendo por sus venas. Miró a Elandor en el suelo, sintiendo el peso de la victoria en sus hombros. —No tienes poder aquí —respondió con firmeza, cada palabra cargada de una determinación que resonaba en la sala—. El pueblo ha hablado y hemos decidido que tu reinado ha terminado. Arya dio un paso adelante, sintiendo cómo la ira y el dolor acumulados durante años se transformaban en un fuego purificador. Se agachó
Pero todo parecía perdido cuando Elandor levantó su espada, su mirada fría y despiadada fija en Arion. La furia del tirano era palpable, y el joven noble sintió un escalofrío recorrerle la espalda. —Hoy terminarás aquí, noble tonto —espetó Elandor, su voz un susurro amenazante que cortaba el aire como un cuchillo afilado. Justo cuando parecía inevitable que la oscuridad se apoderara de todo… Un grito desgarrador resonó por toda la sala, atravesando el caos como un rayo de luz en la tormenta. —¡Arion! ¡No! —la voz de Arya retumbó en sus oídos. Con determinación ardiente brillando intensamente en sus ojos, Arya irrumpió en la sala, empuñando un arma que había tomado de uno de los guardias caídos. Su presencia era como un soplo de aire fresco en medio del desasosiego. La mirada de Elandor se desvió hacia ella, sorprendido y furioso al mismo tiempo. —¿Qué te crees que estás haciendo, traidora? —ru
Arion se detuvo un momento, su mirada fija en el tirano. Arya pudo ver la tensión en su mandíbula, la determinación en sus ojos. Era el líder que Eldamar necesitaba, y ella estaba dispuesta a seguirlo hasta el final. —Ahora —susurró Arion, y el grupo comenzó a moverse hacia adelante con una resolución renovada. Arya mantuvo su mirada fija en Elandor. Su corazón latía con fuerza mientras se acercaban lentamente; era hora de hacer justicia por todo el dolor que él había causado. Pero justo cuando estaban a punto de atacar, algo inesperado ocurrió: Elandor levantó la vista y sonrió al verlos acercarse. —Ah, mis queridos traidores —dijo él con desdén, su voz resonando con una confianza inquietante—. ¿Pensaron realmente que podían derrocarme tan fácilmente? La sala quedó en silencio, como si el aire se hubiera congelado. Los nobles se miraron entre sí, la incredulidad pintada en sus rostros. La sonrisa de
Finalmente, después de horas de discusiones cargadas de emociones, se tomó la decisión. Un mensaje sería enviado a Elandor, exigiendo su renuncia. Un murmullo de aprobación recorrió la sala, y Arya no pudo evitar sonreír para sí misma. Cada paso que daban los acercaba más a su objetivo final. Con la reunión concluida y los nobles divididos pero decididos, Arion tomó la mano de Arya mientras salían del salón del consejo. Su toque era cálido y reconfortante en medio de la tormenta emocional. —Lo hicimos, Arya —dijo él, su voz vibrando con emoción—. Estamos un paso más cerca de liberar Eldamar. Arya asintió, permitiéndose sentir una chispa de alegría genuina por un instante. Pero al instante siguiente, recordó su verdadero propósito y la necesidad de mantener la fachada. —Sí, amor mío —respondió ella suavemente, sintiendo cómo su corazón se encogía—. Pero aún queda mucho por hacer. Las semanas siguientes fueron
Arion sonrió, su mirada llena de confianza y admiración. Arya sintió un nudo en el estómago; la calidez de su apoyo era reconfortante, pero también la llenaba de culpa. Manipularlo de esa manera le pesaba en el corazón, pero la ambición que ardía dentro de ella superaba cualquier remordimiento. Sabía que debía seguir adelante con su plan; la familia imperial había hecho sufrir a demasiadas personas, y estaba decidida a poner fin a su reinado de terror. —No puedo dejar que esto continúe —murmuró Arya, con la voz apenas un susurro, mientras sus ojos se encontraban con los de Arion—. No puedo quedarme de brazos cruzados. Arion asintió, comprendiendo el fuego que la consumía. —Lo sé —respondió, su tono grave—. Pero también quiero que estés a salvo. No quiero perderte. La sinceridad en su voz hizo que el corazón de Arya se encogiera. Se acercó a él, sintiendo el calor de su cuerpo, y tomó sus manos entre las su
Último capítulo