Adentrándose en el bosque en dirección al reino de los elfos, Astrid sintió cómo el aire se transformaba, cargado de magia antigua y la presencia de criaturas que se escondían entre los árboles altos. Su corazón palpitaba con la emoción de un nuevo comienzo, una nueva aventura que estaba decidida a enfrentar con más sabiduría.
La luz de la luna filtrándose a través de las hojas la guió mientras avanzaba entre los senderos serpenteantes. El susurro de las ramas parecía animarla, y a cada paso, sentía cada vez más lejos el recuerdo del palacio de Eldamar y su cruel trayectoria. De repente, mientras exploraba una vereda cubierta de flores brillantes que parecían relucir por sí mismas, Astrid notó un movimiento a su izquierda. Detrás de un árbol viejo, apareció un chico albino, de cabello tan blanco como la nieve y ojos de un azul oscuro como la noche estrellada. Un halo de misterio lo rodeaba, y su presencia era a la vez intrigante y tranquilizadora. —Hola… —Su voz era un susurro, tan suave que apenas rompió el silencio del bosque, como si temiera asustar a una criatura salvaje—. Nunca he visto a alguien como tú por estos senderos. Eres… ¿una de las princesas del Bosque Estrella Caída? Astrid se detuvo, el aliento contenido en sus pulmones. La curiosidad, una emoción que creyó olvidada, brillaba en sus ojos. —Soy Astrid Lunaris —dijo, su voz más firme de lo que esperaba, aunque un temblor casi imperceptible la recorrió—. Y sí, he… me fui. Escapé del palacio de las hadas. Para no volver. El chico la miró fijamente, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y sabiduría que parecía ir más allá de su juventud. —Lo sé. He oído hablar de ti —Arion asintió lentamente, sus ojos azules profundos como pozos de conocimiento—. Tu historia… se susurra entre los ancianos. Se habla de la princesa que encontró su propio camino fuera del Bosque Estrella Caída. Astrid sintió un nudo en la garganta, una mezcla de gratitud y la punzada de viejas heridas. Una sonrisa, más real que cualquiera que hubiera mostrado en años, se dibujó en sus labios. Reconocía en él una conexión que no había sentido en mucho tiempo. Ella no solo era la víctima de su historia; también era autora de su destino. —¿Y tú? ¿Cómo te llamas? —preguntó Astrid, una chispa de genuina curiosidad iluminando sus ojos. Sentía que este encuentro era el primer paso real hacia un futuro que ella misma forjaría. —Me llamo Arion —dijo, con una ligera inclinación de cabeza que denotaba una antigua cortesía—. Soy un guardián de este bosque, y… —Sus ojos se clavaron en los de ella, una intensidad casi palpable—. Puedo sentirla. La magia en ti. Es profunda, aunque la hayas ocultado. —¿De verdad? —Astrid sintió un escalofrío de asombro y esperanza. Su voz se elevó con una nueva urgencia, casi un ruego—. Pensé que lo había ocultado por completo. Pero sí… quiero. Quiero aprender a controlarla. Quiero que nadie… nadie más vuelva a definir quién soy o qué me pasará. Quiero forjar mi propio destino, proteger lo que es mío y lo que amo. Arion asintió, una expresión de profunda comprensión en su rostro. Extendió su mano, no como una orden, sino como una invitación a un nuevo camino. —Entonces ven —dijo—. Te guiaré. Te enseñaré a canalizar esa magia de tu linaje, a sentirla en cada fibra de tu ser y a fortificar tus alas hasta que sean inquebrantables. Aquí, entre nosotros, entre los elfos, encontrarás no solo la fuerza, sino también un hogar. Mientras caminaban, Arion le explicó sobre los elfos, sus tradiciones y la profunda conexión con la naturaleza. Cada paso acercaba a Astrid a la esencia de lo que había olvidado, el amor por las estrellas, la luna y la tierra. Al llegar a un claro iluminado por la luz de la luna, un círculo de ancianos elfos esperaban. Se sentaron sobre la hierba, formando un círculo mágico que irradiaba poder. Arion y Astrid se unieron a ellos. —Esta es la Asamblea del Ciclo —susurró Arion, su voz llena de reverencia mientras el círculo de ancianos los observaba con ojos sabios—. Es aquí donde el pasado y el futuro se entrelazan, donde la magia de todos nuestros ancestros se invoca. Y es hora, Astrid, de que tú también reconectes con tu herencia. Es hora de que el verdadero poder que reside en ti despierte. Astrid, sintiendo una mezcla de incertidumbre y una determinación férrea, se centró en su respiración y cerró los ojos. Las voces de los elfos comenzaron a cantar en un idioma antiguo, un canto que resonaba en lo profundo de su ser, vibrando con la memoria de su linaje. De repente, una luz plateada comenzó a brotar desde su corazón, expandiéndose hacia afuera. Como si el mismo bosque la abrazara, sintió la energía fluir a través de ella, despertando cada célula de su ser. Su magia se alzó, rejuveneciendo sus alas y convirtiéndolas en una manifestación de su verdadera esencia; brillaban intensamente, como el resplandor de la luna llena, más fuertes, más puras que nunca. Cuando abrió los ojos de nuevo, la mirada de los ancianos se iluminó con gratitud y reverencia. —Astrid Lunaris… —La voz del anciano de barba plateada resonó, cargada con la sabiduría de siglos, y sus ojos se posaron en ella con una profunda gratitud—. Hija de la luna y las estrellas, tercera princesa… has regresado. Y ahora, eres más que eso. Eres un faro. Un faro de esperanza, de renovación, de un futuro que se niega a ser escrito por otros. Pero recuerda, joven hada: el poder sin sabiduría es una llama que consume. Úsalo para sanar, para proteger, para construir. Siempre con el corazón y la mente alineados. Astrid asintió, pero no fue un simple movimiento. Fue un gesto de profunda aceptación, un "sí" silencioso que resonó en cada fibra de su ser. El eco de cada lágrima derramada, de cada injusticia sufrida, resonó en su alma, pero esta vez, no como un lamento, sino como un cimiento. Era la base de una fuerza recién descubierta. La palabra "destino" ya no era una cadena impuesta, sino un lienzo en blanco que ella, y solo ella, pintaría con audacia. Arion sonrió, y su sonrisa no era solo de admiración, sino de una profunda y tranquila satisfacción. Sus ojos azules brillaron con una luz nueva, como si viera no solo la magia desplegada, sino el alma resiliente de Astrid que la había invocado. Era el poder de la luna y las estrellas, sí, pero también el poder inquebrantable de una voluntad forjada en el dolor y la superación. Arion extendió una mano, no para tocarla, sino como un gesto de bienvenida, de alianza. Su voz, ahora más resonante, llenó el claro. —Entonces, respira, Astrid. Siente la tierra bajo tus pies, el aire en tus alas. No estás sola. Este bosque, este reino de elfos, está contigo. La esencia de tu linaje no solo florecerá de nuevo; ¡renacerá! Y con ella, la magia que no solo cambiará tu rumbo, sino que te permitirá trazar un camino completamente nuevo, uno de tu propia creación. Una calidez se extendió desde su pecho, una sensación que no había experimentado en años: el dulce y embriagador aroma del propósito. Ya no era el final de una huida, sino el glorioso amanecer de su verdadera existencia. La noche era joven, sí, pero en el corazón de Astrid, un sol nuevo se alzaba. Su corazón, que una vez había latido con miedo y desesperación, ahora era un tambor de guerra, resonando con una promesa tan vasta como el cielo estrellado sobre ellos. No solo estaba lista para enfrentarlo; estaba ansiosa por construirlo, por volverse la arquitecta de su propia leyenda, una página a la vez.