En el venerable reino de Astara, forjado por el honor y arraigado en siglos de tradición, una sombra de desolación se cierne sobre sus imponentes castillos. El Rey yace al borde de la muerte, sumiendo a la corte en un silencio expectante. La Reina Consorte, consumida por la pena, dedica sus días a la Princesa Amaris, su única hija, mientras la formidable Reina Madre se empeña en moldearla para que sea una soberana digna, aunque su espíritu anhele más que los confines de la corte. Sin embargo, entre los pasillos de mármol y las almenas que desafían el viento, se alza el Capitán Ryke De Nyx de la Guardia del Cuervo. Un hombre de acero, lealtad inquebrantable y una disciplina forjada en la batalla. Para Ryke, Amaris no es más que una princesa mimada, ajena a las brutales realidades que acechan las fronteras de Astara. A su vez, Amaris ve en el Capitán la personificación de la rigidez y la mentalidad arcaica que, a su juicio, frenan el progreso del reino. Su primer encuentro, marcado por un malentendido fortuito, siembra una rivalidad inmediata, cargada de agudas réplicas y miradas desafiantes. Pero cuando el destino del reino pende de un hilo, con la muerte real acechando y las intrigas palaciegas en su apogeo, Amaris y Ryke se verán forzados a unirse. En la adversidad, bajo el peso de una corona que exige sacrificios impensables, sus percepciones se desmoronarán. Las palabras de dolor y los sentimientos distantes darán paso a una tensión innegable, a un respeto forjado en el fuego de la batalla y, finalmente, a la ineludible atracción de un romance prohibido. ¿Podrá este amor florecer, o Astara sucumbirá antes de que sus corazones se rindan?
Leer másEn los antiguos salones de Astara, un reino que para algunos estaba olvidado, pero para otros aún era la joya indomable del mundo conocido, yo, la Princesa Amaris, solo lo veía como una fuente incesante de dolor de cabeza. Mi padre, el Rey de Astara, languidecía en cama, su salud declinando con cada aliento, mientras mi madre, la noble Reina Consorte, libraba su propia batalla silenciosa. Se desvivía por protegerme, por moldearme en una hija virtuosa y amable, una dama que jamás sucumbiría a la locura inherente de la corona.
Pero mi abuela, la Reina Madre Leticia, poseía una visión distinta, forjada en hierro y ambición. Ella no creía en la dulzura ni en la cautela; me preparaba día tras día, sin descanso, para el implacable peso del trono. Y yo, me encontraba perpetuamente harta. Querían alianzas, querían un matrimonio, querían que fuera honesta, transparente, que fuera… todo, menos yo misma. La corona, que debería ser un símbolo de gloria, se me antojaba cada día más como una dolorosa y horrible espina.
__¡Amaris!__ exclamó mi abuela, irrumpiendo en mis aposentos con una urgencia que sugería el fin del mundo. Noria, una de mis damas de compañía, ajustaba con destreza mi corsé, apretando el aire de mis pulmones, mientras Lora desplegaba el resplandeciente vestido rojo que debía ponerme__Tienes apenas media hora en esta habitación, Amaris. Tienes el desayuno, reuniones de suma importancia, ensayos de diversas artes que…
__Abuela__ la interrumpí con la calma y el autocontrol que mi madre me había inculcado para mis interacciones con ella. Mis ojos, reflejados en el espejo, observaban el vibrante carmesí de la tela__Tengo que despertarme al alba, tomar una ducha interminable para poder oler bien, debo mantenerme en forma y verme radiante, todo antes del desayuno. ¿Podrías, por favor, calmarte?
Mi abuela, con una mirada gélida que prometía una tormenta, se contuvo. Permaneció de pie, rígida, como alguien al borde de la explosión__¿Cómo sigue la salud del Rey?__pregunté con una lentitud premeditada, mientras mis damas ultimaban los últimos detalles del atuendo.
__Está igual__ respondió ella, la voz apenas un susurro tenso__Tu madre lo acompaña.
Asentí con lentitud, y en el instante en que mis damas terminaron su labor, con una despreocupación que, según mi abuela, era casi una afrenta, me dispuse a desayunar. Ella se sentó a mi lado, sus ojos fijos en mí, como si mi mera existencia fuera la causa de cada calamidad que azotaba a los habitantes de Astara.
__Serás la futura reina. Necesitas…
___¡Basta!” exclamé, poniéndome de pie abruptamente, la paciencia agotada__Por favor. Solo tengo diecinueve años, de los cuales cuatro no he podido disfrutar a causa de la enfermedad de mi padre. No los culpo a él ni a ti, pero por favor, no puedo desayunar ni cumplir con mis funciones cuando ya tengo otras. ¿Qué es lo que se supone que tengo que hacer ahora?
Mi abuela, con una mirada pétrea, suspiró, la furia contenida en cada poro de su ser, antes de hablar__Irás con el Capitán Ryke De Nyx hasta la entrada de la ciudad y recibirás al Príncipe Heredero del reino contiguo. Y no te puedes negar.”
La mención del “Príncipe Heredero del reino contiguo” me golpeó como un balde de agua helada. Sabía lo que significaba: una unión marital con un desconocido. Y, para colmo de males, tendría que ir con Ryke De Nyx, cuyas prácticas ambiguas me causaban un asco profundo. Nuestra gran guerra personal había comenzado hacía meses, durante un entrenamiento de la Guardia. Lo había catalogado, sin rodeos, como lo que realmente era: un bárbaro.
En ese preciso instante, la puerta se abrió de golpe, y allí estaba él, imponente y altanero.
__Reina Madre__ resonó su voz grave en la estancia, y mi corazón, a pesar de mi desdén, dio un vuelco.
__Capitán Ryke,__respondió mi abuela, con una formalidad que rara vez empleaba con él, un indicio de que la situación era más grave de lo que parecía__Irás con la Princesa Heredera a recibir a un invitado. Asegúrate de que no haya ningún… incidente.” Sus ojos, por un momento, se posaron en mí, cargados de advertencia.
Ryke fijó su mirada penetrante en mí, y yo la sostuve, rehusándome a ceder un ápice.
__Con todo respeto, Reina Madre__dijo Ryke, su voz teñida de una incredulidad apenas disimulada__¿La Princesa Amaris? Para una misión tan delicada como recibir al Príncipe Lysander, ¿no sería más prudente enviar a alguien… con más experiencia en diplomacia, o quizás con una comprensión más clara de la etiqueta real?__Su mirada se posó en mí con un desdén tan palpable que casi pude saborearlo.
__¿Mis habilidades diplomáticas no son insuficientes, Capitán?__repliqué, mi voz un susurro cargado de hielo__¿O es que prefiere la simplicidad de la fuerza bruta, su única herramienta conocida?__Recordé aquel fatídico día, meses atrás, que encendió la llama de nuestra animosidad. Lo había observado mientras él, en el patio de armas, instruía a sus guardias en ejercicios brutales, ignorando la delicadeza de la espada por la contundencia del mazo__Creí que su ‘honor’ le prohibía catalogar a las personas sin conocerlas, Capitán. O quizás su famosa disciplina se desvanece cuando no está blandiendo una espada, sino emitiendo juicios.
Su mandíbula se tensó, sus ojos oscuros, reflejo de la ira contenida.
__Princesa__ siseó, cada sílaba cargada de desprecio___Mi disciplina me permite ver la realidad. Y la realidad es que sus ‘artes diplomáticas’ hasta ahora solo han traído demoras y distracciones, mientras los enemigos acechan nuestras fronteras. Usted prefiere la charla, yo la acción. El honor de Astara no se defiende con poemas, sino con el filo del acero.
__¿Y cree que la brutalidad ciega es la solución, Capitán?__rebato, sintiendo cómo mi rostro se encendía__Recuerdo muy bien su ‘demostración de fuerza’ con los hombres de la frontera. Su método es tan rudimentario como el de un bárbaro. ¿Es esa su visión de liderazgo, Capitán? ¿Reducir a Astara a una fortaleza donde solo impera la ley del más fuerte, sin espacio para la razón o la negociación?__ Mi voz se alzó con cada palabra, la frustración de aquella primera confrontación volviendo a la superficie con una fuerza renovada__Lo catalogo de lo que realmente es: un hombre ambiguo, cuyas prácticas son tan desagradables como su arrogancia. Confundió la fuerza con la sabiduría entonces, y lo sigue haciendo ahora. Esa ‘práctica de entrenamiento’ con sus reclutas fue una demostración de salvajismo, no de estrategia.
Ryke dio un paso hacia mí, su imponente figura eclipsando la luz.
__Y usted, Princesa, sigue confundiendo la compasión con la debilidad. La fuerza es necesaria para la supervivencia. Sus sueños de alianzas son solo eso: sueños, cuando la sangre yase derramada en nuestras tierras y sus ‘negociaciones’ no han traído más que promesas vacías.
La Reina Madre carraspeó, cortando la creciente tensión con un filo propio.
__Suficiente. Sus diferencias son irrelevantes para esta misión. Cumplirán la orden, y lo harán sin más dilación. Ahora, prepárense. Astara no espera.
Y así, con la promesa de una unión indeseada y la obligación de una compañía detestada, el destino comenzaba a tejer su trama.
La Feria de las RevelacionesLa duda seguía sembrada en mi cabeza. ¿Celos? Pasé la noche entera pensando en ello, antes, durante y después de la cena en Aethelgard. Y Adel parecía darse cuenta. Con una sonrisa y mucho disimulo, le inquirió a mi abuela que yo solo estaba cansada por el viaje, al igual que ella, y con ruegos y gran destreza logró convencerla para que me quedara en su habitación con ella. Estaba agradecida por el respiro de la soledad de mis propias aposentos y la oportunidad de hablar libremente con mi prima. Luego de habernos cambiado nuestras ropas por un camisón más holgado para poder descansar, y sin nadie cerca, ni siquiera mis damas de mayor confianza, Adeline se aventuró:__Estás pensando en ello, ¿verdad? __dijo con una sonrisita que no dejaba lugar a dudas.__¿Cómo no hacerlo, Adel? __pregunté con furor, aún dudando lo dicho por ella en el jardín. La idea era tan ajena a mi entendimiento de Ryker y de mí misma.Ella sonrió como si estuviera confirmando algo.__
El Reencuentro y la Semilla de la DudaNo hice escándalo ni el más mínimo gesto de indignación pública. Solo seguí caminando después de la cena, mis pasos firmes, aunque mi mente ya formulaba las palabras de la inminente confrontación. Tendría una charla con el Capitán De Nyx, y por Dios, sería extensa. El Barón Ery parecía no darle importancia a lo dicho por Ryker, seguramente pensando que era una excentricidad protocolaria del Capitán, o simplemente eligiendo ignorar la discordia en su mesa.Con una sonrisa, nos despedimos del Barón, quien nos acompañó hasta la residencia. Fue un gesto cálido, algo que no había visto en ninguno de los hombres de la corte real. Su sonrisa genuina parecía calar hasta el alma, una pureza de intención que contrastaba con la calculada cortesía a la que estaba acostumbrada.__Descanse, Princesa __susurró con una pequeña sonrisa, sus ojos amables reflejando la luz de las antorchas.Asentí y dejé que todos entraran, quedándome en la sala, a solas con el Cap
El Imprevisto y el Barón RisueñoLos días en el castillo de mi tía, la Duquesa Alaris, habían llegado a su final, marcados por un viaje de dos días de ida y vuelta y una estancia de dos días en la fortaleza de montaña. Mis damas de compañía habían preparado todo con la eficiencia habitual, y yo estaba ansiando poder encontrarme con Adeline , quien en su última carta relataba que pronto volvería al castillo de Astara luego de su boda. Era una de mis primas, pero desde su matrimonio no la había visto, y esta vez, regresaría llevando un bebé en su vientre. De repente, todo lo demás se me había olvidado. Ella no era solo mi prima; Era como una hermana, nos habíamos criado juntas y compartíamos las mismas responsabilidades y sueños.Su padre era el hermano menor del mío, y su madre, la hermana mayor de la mía. Ambos fallecieron de una manera muy escandalosa, de una enfermedad súbita que levantó un gran revuelo en el castillo. Pronto se supo que uno de los duques, hermano de nuestro abuelo,
Reflexiones y ResentimientosAmarisLas luces del castillo reflejaban todo desde el lugar en el cual estaba, su candelabro colgaba como una joya brillante en el techo abovedado. Respiré hondo y me alejé de aquel pasillo, dejando atrás a las dos figuras que lo cruzaban: Ryker y Lady Elara. Mi vestido de seda rosa, suelto y de mangas largas, permitía que mi silueta se desvaneciera con gracia en la penumbra, lejos de su molesta cercanía. Aún recordaba el sermón que mi madre me había dado. No hacía las cosas porque pensara exactamente como ella, sino porque creía firmemente en lo que mi abuela decía. Lo hacía para cuidar la Corona, para proteger nuestro legado, para cuidarme a mí misma. La idea de que mi preocupación por el Capitán De Nyx pudiera ser malinterpretada o, peor aún, que pusiera en riesgo mi reputación, era insoportable.Llegué al comedor unos veinte minutos después, esperando que todos ya estuvieran allí, y así fue. Me senté cerca de mi tía, la Duquesa Alaris, cuyo rostro ama
El Viaje a AlarisLos días pasaron, y con ellos, volvieron los muros, los distanciamientos y el frío helar de la situación palpable entre Amaris y yo. Estaba claro que yo era solo un simple guardia, un servidor de la Corona, y siendo honesto, no me sentía mal por aquello. Más bien, me reprochaba a mí mismo haber permitido, por un momento fugaz, que la noble Princesa se acercara tanto a mí, por haber abandonado mi puesto, mi deber. Eso, lo tenía claro, no volvería a ocurrir. La disciplina y la lealtad eran mis pilares, y una momentánea debilidad no podía derribarlos.Seguíamos manteniendo la distancia, un acuerdo tácito que nos convenía a ambos, o eso creía yo. Y gracias a los cielos, no habíamos vuelto a ir a ninguna misión juntos hasta ese entonces. La Reina Madre Leticia apareció tan impecable como siempre, la cabeza en alto, su porte majestuoso, y sus joyas reluciendo con cada movimiento, atrapando la luz como estrellas diminutas. Amaris entró seguida de ella, replicando alguna que
La Grieta en la MurallaMe sentía afectado por aquel malestar. Estaba sentado cerca de donde me había sentido mareado, cansado, y ahora sudaba aún más debido al calor del lugar. Sentí cómo todo se movía, cómo me balanceaba hacia adelante y hacia atrás, esforzándome por no caer. Mi visión periférica bailaba con puntos negros, y el murmullo de la feria se distorsionaba en un zumbido distante.__El médico irá hasta sus aposentos, Capitán. Sería mejor que volviera a estos__dijo la Princesa Amaris, su voz suave, inusualmente gentil. Me sorprendió ver una pequeña sonrisa dibujarse en sus labios, una que no era de burla ni de condescendencia, sino de genuina preocupación.Era extraño. Era la primera vez que la rivalidad habitual entre ambos parecía disiparse, reemplazada por una especie de tregua inesperada. Asentí, demasiado agotado para articular una respuesta. Con la ayuda de uno de los guardias en los que más confiaba, el Teniente Gareth, me dirigí con paso lento y vacilante hacia mi habi
Último capítulo