VI

Una Historia de Ryke De Nyx

Las campanas de la abadía del pueblo comenzaban a sonar, su tañido melancólico esparciéndose por el aire helado del amanecer. Me encontraba acurrucado en la puerta de aquel sagrado lugar, esperando que alguien, cualquier alma caritativa, se apiadara de mí. Era flaco, mis huesos marcados bajo la piel, mis manos temblorosas por el frío y el hambre. Las ganas de llorar me ahogaban. Sin padres, sin hermanos, sin parientes cercanos; solo yo, un pequeño niño, desamparado, sin forma de sobrevivir en un mundo tan vasto e indiferente.

__¡Para ya de ahí! ¿Qué haces tumbado en la abadía?__La voz era grave, pero no cruel. Levante la vista. Un señor alto, de tez pálida y ojos profundos, me extendía una mano. Dudé antes de tomarla; su tacto era frío, helado, como si tocase a un muerto. Me levanté del suelo con una facilidad asombrosa y me subió a un carruaje. No era nada extravagante, un vehículo sobrio, digno de alguien de buena posición, pero lejos de la ostentación de la realeza.

Aquel hombre me condujo a una casa, me vistió con ropas limpias y me dio de comer. Por un momento, una esperanza frágil floreció en mi corazón: tal vez las cosas malas estaban a punto de terminar. Pero no fue así. Poco después, una señora llegó con varios chicos más, algunos con moretones frescos en la cara, otros ocultando sus brazos con cautela.

__¡Quitad ya del medio!__ ordenó al hombre, empujando a dos de ellos hacia adelante, obligándolos a avanzar. Los tres chicos restantes caminaron detrás. Yo permanecí allí, inmóvil, sin saber qué hacer, hasta que sentí un golpe seco en mi propia cara. Los días que siguieron transcurrieron de la misma manera: peleas obligadas entre nosotros, golpes si nos negábamos; golpes si hablábamos, comíamos o hacíamos algo sin permiso. Una existencia marcada por el miedo y la violencia.

Hasta que, un día, aquello cambió. Michael, el mayor de todos nosotros, tenía que ir al mercado junto con la señora de la limpieza y conmigo. Llegamos al mercado bullicioso. La señora de la limpieza se había separado de nosotros por un momento, y en ese instante, un hombre se nos acercó. Era alto, imponente, con cabello oscuro y un traje resplandeciente de guardia. Era Ryan De Nyx . Se inclinó hacia nosotros, su mirada escrutando nuestros moretones con una intensidad que me hizo encogerme.

__¿Quién se los hizo?__preguntó, agachándose a nuestra altura.

Michael, por instinto, se echó hacia atrás, esperando algún golpe, pero no hubo nada, solo un suave roce en nuestro cabello.

__¿Ya comieron?__preguntó Ryan, incorporándose.

No emitimos sonido alguno. No asentimos, no hicimos nada. En ese momento, la señora de la limpieza regresó y, al vernos junto al guardia, se nos acercó para llevarnos de vuelta a la casa. Pero el hombre la detuvo. Nos subió a un coche, mientras la señora era llevada en la parte trasera con los guardias. Llegamos a la casa donde vivíamos. El señor Gabriel, nuestro captor, recibió al Capitán Ryan De Nyx, quien, al verlo, sin dudarlo dos veces, le propinó un puñetazo. Nosotros nos sobresaltamos, pero el Capitán De Nyx nos dedicó una sonrisa y entró a buscar a nuestros hermanos: Calen, Alen, Olix y Nash.

Desde ese día, Ryan De Nyx se convirtió en nuestro padre. Nos puso nombre, nos educó, nos alimentó, nos cuidó y nos enseñó todo lo que sabíamos. Nos convertimos en seis hermanos, cada uno con un cargo de importancia alrededor de la realeza: mi hermano mayor, Michael Baron , de la Lanza de nuestra majestuosa ciudad capital; Calén , consejero; Alén , el poeta preferido y más elogiado de la Reina Madre; Olix , un gran juez de la corte; Nash , otro juez en una gran ciudad lejana; y yo, Ryke De Nyx , quien ocupó el puesto de su padre como el tercero de seis hermanos. La misma Reina Madre nos nombró sucesores en honor a nuestro padre. Había terminado de crecer cerca de ella, quien, en honor a nuestro padre y delante de su lecho de muerte, nos dejó en cargos importantes. La razón por la cual fui su sucesor fue gracias a mi enlistamiento temprano en la guardia.

Terminé de escribir una carta a mi hermano mayor, Michael, preguntando por su vida, por mis sobrinos y por Ela, su esposa. Me puse de pie de mi asiento y me dirigí hacia el campo de entrenamiento. El príncipe Lysander, el embustero, no había vuelto a hablar, se había quedado callado; Me había asegurado de aquello. El entrenamiento era riguroso, intenso. Al momento de terminar, tenía que dirigirme a donde se encontraba la caprichosa Amaris. Parecía que iba a hiperventilar por algo que la Reina Madre le estaba diciendo.

__Reina Madre__dije, mientras hacía una reverencia hacia ella.

La Reina Madre Leticia, con su habitual puerta severa, estaba de pie frente a la Princesa Amaris, quien parecía al borde del colapso. Sus manos se aferraban al borde de un pergamino, sus nudillos blancos. El aire en la sala de audiencias era peso con la tensión.

__Princesa Amaris__la voz de la Reina Madre era una seda de acero, cortante y sin concesiones__El honor de Astara y la estabilidad de su futuro depende de esta visita. Sabes la importancia de mantener las alianzas, especialmente con los linajes antiguos.

Amaris apretaba los labios, sus ojos verdes fijos en el suelo, su piel morena un tono más oscuro de lo habitual por la irritación.

__Entiendo, Abuela. Pero enviar a un emisario a un reino tan remoto, por un asunto que podría resolverse con una simple misiva... y con un joven que apenas recuerdo de mis primeros años, es... excesivo.

__¡No es excesivo!__ la Reina Madre tocó el suelo con su bastón__El hijo de Lord Valerius , de la ciudad de Veridia, no es un mero conocido. Es el heredero de un linaje que ha servido a la corona durante siglos, un pilar de nuestra influencia en el sur. Su padre fue un gran amigo del Rey, tu padre. Y la charla que debes tener con él no es una simple misiva. Es una conversación delicada, una que solo la futura reina puede manejar con la gracia necesaria__Su mirada se desvió hacia mí.

__Capitán De Nyx__ dijo la Reina Madre, su voz recuperando su autoridad habitual__Me alegra que haya llegado. La Princesa Amaris emprenderá viaje de inmediato hacia Veridia. Necesitará un guardia digno de su rango y de la importancia de esta misión. Usted será su escolta. No solo la protegerá de los peligros del camino, sino que asegurará que la charla con el heredero de Valerius se lleve a cabo con la seriedad y el respeto que merece.

La noticia no me sorprendió. Después de la debacle con el Príncipe Lysander, era lógico que la Reina Madre tomara medidas más drásticas para asegurar la “diplomacia” de Amaris. Mi rostro permaneció impasible, aunque por dentro, un ligero escalofrío me recorrió. Veridia era una ciudad fronteriza, conocida por sus tierras escarpadas y sus gentes orgullosas, no siempre receptivas a la autoridad central.

__Como usted ordene, Reina Madre__respondió con una inclinación de cabeza, mi voz firme. Mis ojos se posaron en Amaris. La expresión en su rostro era una mezcla de furia, resignación y un atisbo de miedo que intentaba ocultar.

__¿Por qué yo, abuela?__Amaris suplicó, su voz apenas un murmullo__¿No puede ir otro? ¿Un emisario con más… paciencia para los viejos conocidos de mi padre?__La última parte la dijo con una leve ironía que solo yo, quizás, logré captar.

__Porque eres la Princesa Heredera, Amaris__respondió la Reina Madre, su voz inquebrantable__Y es hora de que demuestres que puedes forjar alianzas con aquellos que no son de tu agrado, por el bien de Astara. Y usted, Capitán, asegúrese de que el viaje sea expedito y la misión, exitosa. Esta vez, sin incidentes. La dignidad de Astara no puede permitirse más errores.

Mientras la Reina Madre se retiraba, mi mirada se encontró con la de Amaris. Su esmeralda de Astara brillaba con una furia contenida, pero también con una determinación que, a pesar de todo, no dejaba de impresionarme. Otro viaje. Otra misión. Y yo, el cuervo siempre a su sombra, asegurando que la rosa floreciera, incluso en terrenos espinosos.

 

 

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