La Fragilidad de Veridia
El nuevo día se había asomado, y con él, la apacible tregua que Amaris y yo habíamos mantenido en Itea llegó a su fin. Con los primeros rayos del sol, un mensajero de la Reina Madre llegó con la carta decisiva. Era breve, pero su contenido era claro: podíamos partir tranquilamente hacia nuestro destino en Veridia, donde nos estaría esperando el Lord o su hijo. La Reina Madre no había añadido más detalles sobre los rumores que había escuchado Nash, lo que me hizo sentir una punzada de inquietud. La certeza de que el viaje continuaría, y con él, mi constante vigilancia sobre Amaris, era innegable.
Mi hermano Nash, siempre el anfitrión generoso, nos ofreció un desayuno tan grande y delicioso que parecía un banquete. Había panes recién horneados, quesos cremosos, frutas frescas de la región y carnes asadas. A pesar de la inminente partida y la tensión latente entre Amaris y yo, la comida era un bálsamo. Amaris comió con un apetito que a veces olvidaba que poseía,