El Viaje a Alaris
Los días pasaron, y con ellos, volvieron los muros, los distanciamientos y el frío helar de la situación palpable entre Amaris y yo. Estaba claro que yo era solo un simple guardia, un servidor de la Corona, y siendo honesto, no me sentía mal por aquello. Más bien, me reprochaba a mí mismo haber permitido, por un momento fugaz, que la noble Princesa se acercara tanto a mí, por haber abandonado mi puesto, mi deber. Eso, lo tenía claro, no volvería a ocurrir. La disciplina y la lealtad eran mis pilares, y una momentánea debilidad no podía derribarlos.
Seguíamos manteniendo la distancia, un acuerdo tácito que nos convenía a ambos, o eso creía yo. Y gracias a los cielos, no habíamos vuelto a ir a ninguna misión juntos hasta ese entonces. La Reina Madre Leticia apareció tan impecable como siempre, la cabeza en alto, su porte majestuoso, y sus joyas reluciendo con cada movimiento, atrapando la luz como estrellas diminutas. Amaris entró seguida de ella, replicando alguna que