III

 Una Cena Inesperada y el Resplandor de la Luna

La pequeña emboscada había terminado. No habíamos enfrentado a tantos agresores como temíamos, pero la aparición de aquellos asaltantes era una señal inequívoca de que más vendrían. Aceleramos el paso, el sonido de los cascos de los caballos marcando un ritmo ansioso mientras nos dirigíamos al pueblo donde nos esperaba el príncipe.

Al entrar en la posada, un torbellino de quejas nos recibió antes siquiera de que nuestros pies tocaran el suelo pulido. El príncipe, un joven de modales tan finos como su temperamento era explosivo, despotricaba sobre lo asquerosa que era la posada. Luego, su irritación se volcó hacia nosotros, exigiendo saber la razón de nuestro inaceptable retraso. Su voz, chillona y despectiva, insinuó incluso que una de mis damas de compañia, la pobre Noria, lucía más regia que yo misma. Reuní cada gramo de paciencia que podía acumular antes de hablar.

__Lamento mucho que en su reino se dediquen a denigrar a las personas y a no saber cómo tratar diplomáticamente a los demás__ dije, mi voz suave pero con un ápice de sarcasmo__También lamento mucho haber sido atacada en una emboscada; no era mi intención hacerlo esperar.

El príncipe y sus guardias nos observaron fijamente, como si estuviera loca o si lo que acababa de decir fuera total y completamente imprudente.

__Pensé que él sería el Príncipe Heredero__dijo uno de los guardias del príncipe, señalando a Ryke con una ceja levantada.

Sonreí, una risa tan irónica que sentí cómo mis sienes comenzaban a arder por la ira.

__Ya veo lo que sucede aquí__ declaré, mi voz subiendo un tono__Ustedes son una nación machista que no soporta saber que una mujer será la que ascenderá al trono. Si no tienen nada que comerciar, decir, o algún tema relevante sobre ambos reinos, se pueden retirar.

Me puse de pie del lugar en el que me encontraba y comencé a dirigirme hacia la puerta. Justo antes de alcanzarla, el príncipe habló, su voz teñida de una urgencia desesperada.

__Es cierto que el Rey está a punto de morir, se va a necesitar un hombre a su lado__dijo, mientras intentaba acercarse a mí, su mirada calculadora.

Pero Ryke, con la velocidad de un rayo, le cortó el paso.

__Por favor, Príncipe, le recomiendo que se aleje de la Princesa.

El príncipe se echó hacia atrás, con las manos en el aire, agitándolas como si aquello fuera una burla.

__Comandante, le recomiendo que no gaste su energía en cosas innecesarias, por favor.

Salimos de la posada, dejando atrás el aire cargado de tensión y el rostro estupefacto del príncipe. Nos subimos a los carruajes. El camino se extendió hasta que la noche nos alcanzó, obligándonos a quedarnos en el siguiente pueblo. Había varias posadas, pero la más cómoda y tranquila era la de la amable señora que ya conocíamos. El aire del bosque, fresco y resinoso, era único, tan relajante que por un momento olvidé las intrigas y las amenazas.

La señora de la posada nos llamó. Una mesa grande, ricamente dispuesta, nos esperaba, rebosante de comida: guisos humeantes, panes recién horneados, quesos aromáticos y frutas frescas. Era un gran banquete, uno “digno de una princesa,” como había dicho aquella amigable señora, lanzándome una sonrisa cómplice. La cena transcurrió con una inesperada normalidad. La comida era deliciosa, y el ambiente hogareño de la posada disipó, al menos por unas horas, la pesada atmósfera de la corte. Ryke y yo apenas intercambiamos palabras, pero el silencio no era tenso; era casi un armisticio no declarado, una tregua tácita nacida de la fatiga y el alivio de haber dejado atrás al odioso príncipe. Mis damas charlaban en voz baja, y los guardias comían con el apetito de hombres que habían enfrentado peligros. Por primera vez en días, sentí una extraña paz.

Llegamos al castillo al amanecer, las primeras luces del día tiñendo de oro las antiguas murallas de Astara. La Reina Madre Leticia nos esperaba en el gran salón, su rostro una máscara de preocupación apenas disimulada bajo su habitual severidad. Su mirada se posó primero en mi vestido morado, y luego en el uniforme de Ryke, que, a pesar de sus esfuerzos, aún conservaba alguna mancha de musgo.

__¿Cómo ha ido el viaje?__su voz, cortante como el acero, resonó en la vasta estancia. __¿Y el Príncipe Lysander? ¿Por qué esta hora tan… inusual?

Ryke, con su habitual concisión, tomó la palabra primero, relatando la emboscada y la necesidad de buscar refugio y ropa limpia. Habló con la objetividad de un estratega, omitiendo, para mi sorpresa, cualquier mención de mi propia participación en la defensa.

__La Princesa se condujo con notable calma y entereza, Reina Madre__ añadió, una pausa casi imperceptible antes de la formalidad.

Yo, sin embargo, no pude contenerme.

__Y Su Alteza el Príncipe Lysander__ comencé, con un tono que dejaba claro mi desprecio__demostró ser un espécimen de arrogancia y machismo. No solo denigró nuestra posada, sino que se atrevió a insultar a mis damas y a mí misma, insinuando que la sucesión de una mujer al trono era una afrenta para su… delicado sentido del honor. Y para colmo, Capitán, sus guardias creyeron que Ryke era el heredero.

La Reina Madre parpadeó, una chispa de furia encendiéndose en sus ojos al escuchar mi relato del príncipe. Su mirada se endureció al cruzarse con la de Ryke.

__Ya veo__ musitó, su voz cargada de un peligro contenido__Parece que la diplomacia tendrá que esperar.

Después de la tensa narración y las órdenes de la Reina Madre para preparar un nuevo recibimiento al príncipe, me retiré a mis aposentos. Más tarde, buscando un respiro de la sofocante atmósfera del castillo, invité a Noria y Lora a un paseo por los jardines del lado oeste, bañados por la luz plateada de la luna. Las fuentes murmuraban suavemente, y el aire nocturno traía el dulce aroma de las rosas de medianoche.

__No puedo creer la audacia de ese príncipe__susurró Noria, aún conmocionada por el incidente en la posada.

__Y la forma en que el Capitán Ryke lo puso en su lugar… fue casi noble, ¿no crees, Princesa?__añadió Lora, con un brillo soñador en los ojos, lo cual me irritó profundamente.

__¿Noble?__Resoplé, mi voz más alta de lo que pretendía__Fue lo mínimo que podía hacer. Y no nos engañemos, ese hombre solo actúa por su propio interés y por su obsesión con la fuerza bruta. Se cree el único capaz de defender Astara, como si la inteligencia y la estrategia no tuvieran valor. Es un necio que confunde el honor con la inflexibilidad__ Mis palabras, cargadas de la frustración acumulada, resonaron un poco más de lo debido en el aire de la noche.

De repente, una voz grave y fría nos interrumpió desde las sombras de un seto de rosas.

___Parece, Princesa, que su visión de la inteligencia es tan selectiva como su comprensión del honor.

Mi corazón dio un vuelco. Allí estaba, emergiendo de la oscuridad, la silueta inconfundible del Capitán Ryke De Nyx. Su presencia era tan imponente como siempre, pero ahora su rostro estaba endurecido por una ira contenida. ¡Había estado escuchando! Noria y Lora retrocedieron, aterrorizadas, casi fundiéndose con las sombras.

__¿Escuchando a escondidas, Capitán?__repliqué, mi voz temblorosa de furia__Qué digno de un hombre de ‘honor’ y ‘disciplina’. ¿Acaso sus tácticas militares se extienden ahora al espionaje de damas en los jardines?

__Mis tácticas se extienden a asegurar la supervivencia de este reino, Princesa__ espetó Ryke, acercándose, su voz apenas un murmullo letal__ Y mi ‘ambigüedad’, como usted tan elocuentemente la describe, es la capacidad de ver la verdad: que sus ‘ideales diplomáticos’ son una debilidad frente a los lobos que nos acechan. Me llama necio, pero usted ignora la realidad de la sangre derramada en las fronteras, la misma sangre que sus ‘alianzas’ no han podido detener.”

__¿Y usted ignora el valor de la vida sin la guerra, Capitán?__ le confronté, mi voz elevándose__¿Cree que Astara puede ser solo un campo de batalla? Mi visión busca un futuro, no una perpetua masacre. Su lealtad es ciega; la fuerza sin propósito es solo violencia.

__¡Mi propósito es la protección!__ rugió Ryke, el control deslizándose de su voz__Mientras usted soñaba con jardines y poemas, yo estaba en el fango, defendiendo a la gente que sus nobles ideales ignoran. La suya es la ceguera de quien no ha visto la verdadera oscuridad.”

__¡Y la suya es la ceguera de quien solo ve la oscuridad, Capitán!__grité, la ira desbordándose, mi voz resonando entre los muros del castillo. En ese momento, desde la distancia, se escuchó un carraspeo familiar. La silueta esbelta y decidida de la Reina Madre Leticia se recortaba contra la luz de la luna, acercándose al jardín. Ambas partes de Astara, la tradición y el cambio, la fuerza y la diplomacia, la autoridad y el deber, se encontraban, una vez más, en un choque estrepitoso bajo el manto de la noche.

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