La Corona de Ceniza y CariciasEn los antiguos salones de Astara, un reino que para algunos estaba olvidado, pero para otros aún era la joya indomable del mundo conocido, yo, la Princesa Amaris, solo lo veía como una fuente incesante de dolor de cabeza. Mi padre, el Rey de Astara, languidecía en cama, su salud declinando con cada aliento, mientras mi madre, la noble Reina Consorte, libraba su propia batalla silenciosa. Se desvivía por protegerme, por moldearme en una hija virtuosa y amable, una dama que jamás sucumbiría a la locura inherente de la corona.Pero mi abuela, la Reina Madre Leticia, poseía una visión distinta, forjada en hierro y ambición. Ella no creía en la dulzura ni en la cautela; me preparaba día tras día, sin descanso, para el implacable peso del trono. Y yo, me encontraba perpetuamente harta. Querían alianzas, querían un matrimonio, querían que fuera honesta, transparente, que fuera… todo, menos yo misma. La corona, que debería ser un símbolo de gloria, se me antoja
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