VII

La Tregua del Cuervo y la Esmeralda

Ryker De Nyx

Amaris se encontraba de brazos cruzados, sus ojos verde esmeralda parecían brillar intensamente como si el enojo, la ira o la negación los hicieran resplandecer. Su ceño estaba fruncido, y la tensión de las últimas horas se notaba en cada línea de su cuerpo.

__Mantente en calma__ dije, mientras limpiaba el mango de mi espada, un movimiento rítmico que buscaba llenar el silencio y hacer que el tiempo pasara más rápido. La hoja fría de mi arma era una compañía más agradable que su furia contenida.

Amaris respiró hondo, un sonido que sonó como un quejido, como si mis palabras solo removieran un puñal que ya se había clavado hasta lo profundo de su alma.

__Le agradecería que se ahorrara sus comentarios por el resto del camino__espetó, su voz apenas un susurro, pero cargada de un veneno que bien podría haberme derribado.

Terminé de limpiar el mango de mi espada y, cruzándome de brazos, me recosté en el asiento del carruaje. El silencio que nos arropaba era casi sepulcral. Amaris siempre me había parecido aquella niña mimada a la cual no le importa nada, y ahora mismo lo estaba dando a mostrar con cada fibra de su ser. A pesar de tener los ojos cerrados, no dormiría, pero el cansancio estaba a punto de apoderarse de mí. Los últimos días, las emboscadas, las discusiones, la enfermedad del Rey, todo pesaba.

Después de lo que parecía media hora, sentí cómo el carruaje tropezaba bruscamente. Abrí los ojos de golpe y vi cómo Amaris se tambaleaba hacia adelante, sus manos se aferraban al asiento delantero para no caer. El carruaje se frenó de golpe, igual que el mío, seguido de un chirrido de ruedas y el relincho alarmado de los caballos. Yo, por mi parte, me mantuve en mi asiento, acostumbrado a los sobresaltos del camino. Amaris yacía con las palmas en el suelo del carruaje, una figura digna pero despeinada. Con cuidado de no pisar a la princesa heredera, me levanté y salí del carruaje.

El cochero y los dos guardias que estaban en la parte delantera del carruaje estaban de pie, inmóviles, en la frontera entre las ciudades de Itea y Lonmas. Había distintos guardias allí, y sobre todo, un hombre alto, de cabello negro, ojos azules y una cicatriz cerca de su ojo izquierdo. Era fácil reconocerlo. Era Nash De Nyx , mi hermano menor.

__¿Tanto alboroto para esto, Nash De Nyx?__ Pregunté, con los brazos cruzados, una sonrisa apenas perceptible en mis labios.

Nash me dedicó una gran sonrisa, cálida y genuina, y se acercó a mí antes de darme un fuerte abrazo.

__Es un placer, hermano__dijo, su voz resonando con una alegría contagiosa. Para mí, Nash, a pesar de sus veintitrés años y su cargo como juez en otra gran ciudad, aún era el niño que había crecido bajo la tutela de nuestro padre Ryan.

Amaris salió del carruaje, y los guardias, junto con mi hermano, se inclinaron con respeto.

__Sea bienvenida, Princesa Amaris, heredera de nuestra gran nación__dijeron al unísono, sus voces llenas de reverencia.

Amaris hizo una señal para que se pusieran de pie, y con una sonrisa, mi hermano Nash decidió romper el silencio.

__La Reina Madre me pidió que los acogiera en el pueblo el día de hoy, Princesa. Ha dispuesto el alojamiento más cómodo para usted.

Amaris me miró, confundida por la inesperada bienvenida. No dije nada, solo asentí levemente, y le señalé a la princesa que subiera de nuevo al carruaje, indicándole que siguiéramos a mi hermano.

El viaje hasta el corazón de Itea fue corto. La ciudad, bulliciosa y vibrante, nos recibió con sus mercados llenos de vida y el aroma a especias flotando en el aire. Nash nos condujo a una de las posadas más grandes y elegantes de Itea, una edificación de piedra clara con balcones de madera tallada. Las antorchas a la entrada proyectaban un brillo cálido sobre la noche que comenzaba a caer.

__Princesa Amaris, Capitán Ryke__ dijo Nash, mientras nos guiaba por un amplio pasillo hacia las habitaciones__La Reina Madre ha insistido en que su estadía aquí sea de la mayor comodidad. He dispuesto las mejores habitaciones para usted y sus damas, Princesa, y para el Capitán y sus guardias. Se ha preparado un banquete en su honor esta noche.

Amaris lo miró con curiosidad, el gesto suave.

__Agradezco su hospitalidad, Lord Nash. Pero, si no me equivoco, nuestra misión nos i***a a llegar a Veridia con prontitud para reunirme con el heredero de Valerius.

Nash asintió, su sonrisa un poco más seria.

__Precisamente sobre eso, Princesa. He recibido una misiva urgente de la Reina Madre. Parece haber rumores confusos. La Reina Madre me ha informado que la persona que esperaba encontrar en Veridia, el amigo de su padre, Lord Theron Valerius , no se encuentra en la ciudad. Se dice que ha partido en un viaje, y que su hijo, un joven aún sin mucha experiencia, es quien está al cargo, pero también hay voces que sugieren que no es el heredero legítimo, sino un primo lejano que ha tomado el poder. La Reina ha pedido que se queda en Itea hasta que su carta con nuevas instrucciones llegue y la situación en Veridia se aclara.

Mis ojos se encontraron con los de Nash. La Reina Madre no había mencionado nada de esto. Era una jugada estratégica, darnos tiempo, o quizás evitar que Amaris se topara con un problema mayor del que esperaba.

__Ya veo__murmuró Amaris, la irritación inicial siendo reemplazada por una sutil preocupación__Entonces, ¿debemos esperar aquí?

__Así es, Princesa__ confirmó Nash, su voz tranquilizadora__Mientras tanto, Itea es un lugar seguro. Y el banquete de esta noche es para compensar las molestias de su viaje. Y hermano__ añadió Nash, volviéndose hacia mí, su mirada significativa__También se me ha pedido que me asegure de que, dado que el Heredero de Valerius no es quien esperábamos, tú, Capitán, te aseguras de que la Princesa reciba todo el cuidado y la atención necesaria. La Reina Madre ha sido muy específica.

Sabía lo que eso significaba. Tendría a Amaris bajo mi vigilancia constante, una misión de protección que, dadas nuestras personalidades, sería un desafío tan grande como cualquier batalla en el campo. Miré a Amaris, que aún no había procesado completamente la implicación de las palabras de Nash. El camino que nos esperaban en Itea, y más allá, se antojaba tan incierto como fascinante.

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