Desperté con el corazón latiendo en mi garganta. El silencio de la casa era más aterrador que cualquier ruido, más pesado que la neblina que cubre la ciudad al amanecer. El frío de la madrugada no me llegó, porque el terror ya me había congelado por dentro. Algo estaba mal.
Fue un golpe seco en la puerta lo que confirmó mis peores temores. Al abrir, no vi a Viktor ni a ninguno de sus hombres. Solo una sombra alargada que me susurró al oído con voz urgente:
—Tu escolta fue asesinado hace unas horas. Esto no es un accidente. Es un aviso.
Sentí que el mundo se me desplomaba bajo los pies. Aquella casa, esa fortaleza en la que me había sentido, por primera vez, algo parecido a segura, ahora se sentía como una trampa mortal. El enemigo estaba dentro, entre nosotros.
Los pasos de Viktor resonaron en el pasillo, y su presencia era imponente, como siempre. Tenía esa aura de hielo y fuego que me hacía sentir a la vez protegida y vulnerable. Su mirada, sin embargo, estaba más oscura que nunca,