Desperté abruptamente, el sudor frío pegado a mi piel, el sonido de un golpe seco resonando en la casa como un puñal. Abrí los ojos en la penumbra, los sentidos en alerta máxima. Algo estaba mal.
Unos pasos firmes me hicieron girar la cabeza. Mikhail, mi escolta, no estaba a mi lado.
Me incorporé de un salto, el corazón como tambor de guerra.
—¿Mikhail? —llamé, con la voz apenas un susurro.
La respuesta fue un silencio sepulcral.
Me levanté tambaleándome hasta la puerta. La casa estaba sellada, las ventanas cerradas, las alarmas encendidas. Pero la atmósfera olía a peligro latente.
Entonces sentí un frío en la espalda que no era solo de la madrugada.
El traidor estaba dentro.
Viktor llegó sin aviso, con la mirada más oscura que había visto jamás. Su presencia era un muro que me envolvía y me protegía, pero también me recordaba que estaba atrapada en un juego mucho más grande que nosotros.
—Mikhail fue encontrado muerto en el garaje —dijo en voz baja, como si pronunciarlo fuera invocar