El silencio en la sala de reuniones es tan espeso que podría cortarse con un cuchillo.
Sasha se mantiene de pie junto a la ventana, los brazos cruzados, la mandíbula apretada. El resto del equipo—Gregori, Illya, Nadia—evitan mirarme directamente, como si les diera miedo leerme. Lo entiendo. Estoy a punto de estallar.
—Quiero a Marina —digo—. Viva o muerta.
Nadia, tan eficiente como siempre, abre su libreta digital con una serenidad que casi me resulta insultante.
—¿Rastreamos por los últimos movimientos de sus cuentas? —pregunta.
—Todo. Transferencias, llamadas, señales de GPS... la quiero bajo tierra o encadenada.
Gregori asiente con lentitud. Su lealtad es antigua, pero incluso él parece perturbado. Porque esto no es una operación común. No se trata de atrapar a una traidora más. Se trata de Marina. Mi sangre. Y si la Fraternidad de Hierro está metida en esto... el infierno será poco comparado con lo que viene.
La Fraternidad.
Susurros y cicatrices. Operan desde las sombras como un