20

La villa olía a humo y a hierro oxidado.

A derrota, aunque hubiésemos ganado.

Las alfombras lujosas estaban ennegrecidas por el fuego. Las paredes, marcadas por disparos y salpicaduras secas de una guerra interna. Caminé descalza por uno de los pasillos, arrastrando una manta sobre los hombros, como si eso pudiera protegerme de lo que ya había pasado.

Voces apagadas se oían en la planta baja. Los hombres de Viktor comenzaban a reagruparse. Algunos estaban heridos, otros simplemente rotos. Yo me sentía parte de ambos.

No había dormido desde el ataque. Cada vez que cerraba los ojos, escuchaba el disparo que acabó con Leonid. A veces, incluso, lo veía girarse hacia mí antes de caer. Como si supiera que yo lo había delatado. Como si me perdonara. O me maldijera.

En la cocina, alguien lloraba en voz baja. Pasé de largo. No era mi duelo.

El mío tenía otros matices.

Otras heridas.

Más profundas.

Subí las escaleras sin saber muy bien por qué. Solo quería… buscar algo. Un refugio. Una excusa.

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