No debería estar escuchando esto.
Y, sin embargo, aquí estoy, escondida en el estudio de Viktor como una adolescente a punto de ser atrapada con la mano en la caja de galletas… solo que esta caja guarda secretos que podrían incendiarlo todo.
Rebobino una y otra vez la misma parte del mensaje. La voz de Marina suena más frágil de lo que jamás la escuché. No hay arrogancia, ni ese tono calculador que usaba cuando quería salirse con la suya. Solo miedo. Dolor. Y algo más…
¿Culpa?
«Si estás oyendo esto, es porque todo se fue al demonio antes de lo previsto. No confíes en nadie, Ari. Ni siquiera en mí.»
Pausa.
Respiro.
Y la frase que sigue no es tan inocente como parece.
«¿Recuerdas nuestras charlas sobre Sócrates y la corrupción? El fuego también purifica, ¿no es así?»
Y ahí está. El código. Solo mío y de ella. Nadie más entendería lo que significa esa frase, excepto nosotras. No es una metáfora poética. Es una condena disfrazada de recuerdo. Marina no solo se metió con la Fraternidad. Er