Mundo ficciónIniciar sesión«¡Dame un bebé y te daré un millón de dólares!». Carmen Valentina Álvarez ha pasado toda su vida ahogada en deudas con Lizza Ramírez, la madre adoptiva que nunca le permitió olvidar el costo de cada comida, cada prenda de ropa, cada respiro que tomaba bajo su techo. Ahora, fregando pisos en un lujoso rascacielos, Carmen busca desesperadamente una forma de escapar del yugo asfixiante de la obligación y el desprecio. Entonces Sebastián Mendoza le hace una oferta que podría cambiarlo todo. Un millón de dólares por tener un hijo para él y su esposa, la supermodelo Verella Dominic de Mendoza. Sin condiciones. Solo nueve meses, y Carmen sería finalmente libre. Pero la libertad tiene un precio que ella nunca imaginó. Cuando Verella descubre que no puede concebir de forma natural, hace una petición impactante: Carmen debe acostarse con Bastian para garantizar el embarazo. Una noche. Una transacción clínica. Eso es todo lo que se suponía que iba a ser. Excepto que nada en Sebastián Mendoza es clínico. A medida que el bebé crece dentro de ella, también lo hace algo mucho más peligroso: los sentimientos hacia el hombre que no debería ser más que su jefe. El hombre cuyo hijo lleva en su vientre. El hombre que pertenece a otra persona. Atrapada entre un contrato millonario y un corazón que se niega a permanecer en silencio, Carmen debe decidir: ¿puede alejarse del único hombre al que ha amado, o arriesgará todo por un futuro que nunca estuvo destinado a ser suyo? Cuando el dinero puede comprar cualquier cosa excepto lo único que importa: el amor.
Leer más«Cinco años, Verella. Cinco años de matrimonio y aún no hay nietos».
Verella Dominic de Mendoza sintió un nudo en el estómago. Al otro lado de la mesa, Bastian apretó la mandíbula, una señal de advertencia que ella había aprendido a reconocer. «Mamá, esta noche no...», comenzó a decir. «¿Cuándo, entonces?», preguntó Emmagia con voz aguda y acusadora. —¿El año que viene? ¿El siguiente? Tu esposa desfila en lencería para revistas mientras nuestro apellido muere contigo. El calor inundó las mejillas de Verella. —Tengo un contrato. Ellos específicamente... —Tu contrato —Emmagia se rió, amarga y fría—. Dime, hija, ¿quién crees que pagó esas clases de actuación? ¿Esas fotos de primer plano? ¿Las conexiones que te hicieron destacar? Las palabras flotaban en el aire como veneno. —Ya basta. —Bastian dio un golpe en la mesa con la palma de la mano. Pero Emmagia ya se había levantado, con su chaqueta roja contrastando con las paredes color crema. Se inclinó hacia Verella, y su perfume, caro y sofocante, llenó el espacio entre ellas. —La familia Mendoza necesita un heredero, no una modelo. Tienes siete días para elegir: la maternidad o el divorcio. Sus tacones resonaron contra el piso de mármol. El sonido resonó mucho después de que ella desapareciera. *** Verella se encerró en el baño, agarrándose al mostrador de mármol hasta que sus nudillos se pusieron blancos. En el espejo, su reflejo la miraba fijamente: maquillaje perfecto, cabello perfecto, cuerpo perfecto. El cuerpo que finalmente se había convertido en su fortuna después de años de rechazo y lucha. —¿Verella? —La voz de Bastian se filtró a través de la puerta, vacilante. Ella presionó la frente contra el vidrio frío—. Necesito un minuto. —Deberíamos hablar de esto. —No hay nada que discutir. —Agarró su bata de seda, una armadura contra la conversación que la esperaba fuera—. Tengo una sesión fotográfica al amanecer. Necesito dormir. Cuando salió, Bastian le bloqueaba el paso hacia la cama. —Mi madre no se equivoca, ¿sabes? —Su voz era tranquila, peligrosa. Algo dentro de Verella se rompió. —¿Así que eso es todo? Cinco años fingiendo que apoyabas mi carrera y ahora... —Yo te apoyo, pero... —¡Pero nada, Bastian! —Las palabras brotaron de algún lugar profundo y desesperado—. No voy a destruir todo lo que he construido solo para darle a tu madre un nieto que controlar. Su rostro palideció y luego se sonrojó. —¿Eso es lo que piensas de nuestros futuros hijos? ¿Algo que te destruiría? —Bastian, no quería decir... Pero él ya estaba cogiendo sus llaves, su cartera y su teléfono. —No lo hagas. —Ella le agarró del brazo. Se apartó como si su contacto le quemara. Y esa vez se fue sin decir nada. Cerró la puerta de un portazo. *** La estación de autobuses olía a gasóleo y desesperación. Carmen Valentina Álvarez agarraba con fuerza su única maleta, con las últimas palabras de su madre adoptiva aún resonando en sus oídos. «El setenta por ciento de cada sueldo. No lo olvides: invertimos en criarte. Es hora de cobrar». Emma Ramírez ni siquiera la había abrazado para despedirse. Ahora, de pie en la húmeda tarde de la ciudad, Carmen buscaba entre la multitud a Lucía Ortega, la amiga de su madre adoptiva, su única conexión con este extraño mundo nuevo. «¡Carmen!». Una mujer corpulenta con rizos cobrizos la saludaba frenéticamente con la mano. —¡Aquí, mija! El apartamento era peor de lo que Carmen había imaginado. Lucía la condujo por un estrecho pasillo que olía a aceite de cocina y moho, y se detuvo en lo que apenas podía llamarse una habitación. Sin puerta. Sin ventana. Solo paredes y un colchón enrollado en la esquina, cubierto por una fina capa de polvo. —Es... acogedor —dijo Carmen con voz débil. Lucía se rió, un sonido sin humor. —Al menos es honesto. La puerta se rompió el año pasado. Nunca llegué a arreglarla. —Señaló vagamente el marco vacío—. Pero tú eres joven. Aún no necesitas mucha privacidad, ¿verdad? Carmen pensó en su estrecho rincón en el almacén de Emma, en su casa; al menos ese tenía una cortina. «Empiezas mañana. A las cinco de la mañana». Lucía ya se estaba alejando. «Hay pozole sobrante en el refrigerador, si tienes hambre. Puede que tenga unos días, pero todavía está bueno». Sola en la habitación sin puerta, Carmen se dejó caer sobre el colchón polvoriento y se quedó mirando el techo agrietado. «Bienvenida a la ciudad», susurró sin dirigirse a nadie en particular.—¿Por qué esos dos son tan insoportables? —masculló Carmen mientras caminaba rápido hacia su refugio de siempre cuando estaba encabronada, triste o hecha mierda.Un árbol-casa en medio de un campo lleno de margaritas. Hacía una eternidad que no pisaba ese lugar.Se había metido por el camino secreto para que esos dos no la encontraran.—¿Dónde se metió? —Bastian se rascaba la cabeza, porque había seguido el camino y de repente… nada, Carmen había desaparecido.—¡Carmen! —gritó Bastian.—¿Dónde está? ¡Si hace rato venía por aquí! ¿Cómo carajos se esfumó? —se decía solo mientras se rascaba más fuerte la cabeza que le picaba de nervios.—¡Carmen, dónde estás! —bramó Leonel.—¡Todo esto es culpa tuya! —le soltó Leonel a Bastian.Bastian frenó en seco y se dio la vuelta. —¿Qué dijiste?—¡Que tú tienes la culpa, huevón.—¡Tú!—Oye, oye, si no hubieras tenido los huevos de aparecerte aquí, esto no estaría pasando.—¿Cómo que huevos, doctorcito? ¿Me estás diciendo atrevido? —Leonel dio un pas
La acalorada conversación se detuvo cuando Carmen regresó de la cocina acompañada por su abuela.—Abuela, este es Leonel, mi amigo.La abuela de Carmen tomó la mano de Leonel. —Mi más sentido pésame, señora.—Gracias por venir a visitarnos —respondió la abuela de Carmen.—Por favor, disfruten del chocolate caliente y los sándwiches. Lamento que solo podamos servirles...«No se preocupe, señora. Esto es más que suficiente. Estoy seguro de que los sándwiches de Carmen deben de estar muy buenos».«Uf...», respondió Bastian a las palabras de Leonel fingiendo toser.«Parece que alguien está tratando de impresionar a otra persona».Leonel sonrió triunfalmente, sintiendo que la abuela de Carmen le había recibido amablemente.«Siéntate, disfruta de tu tiempo», dijo la abuela y luego regresó a la cocina para preparar la comida para los invitados que vendrían al servicio religioso.***«Carmen, ¿cuándo piensas regresar a la ciudad?», preguntó Leonel, hablando como si solo estuvieran ellos dos e
El funeral de Emma había terminado. Carmen, su abuela y Bastian habían regresado a casa. El funeral transcurrió sin contratiempos, solo acompañado por una ligera llovizna que cayó justo momentos después de que el ataúd de Emma tocara el suelo."Sr. Mendoza, no puedo ir a su casa ahora. Déme tres días—""¿Cuándo te pedí que volvieras a casa, Carmen?" Bastian interrumpió rápidamente."Entonces, ¿por qué sigues aquí? ¿No tienes que trabajar?" preguntó Carmen frunciendo el ceño.Bastian se volteó y miró a la chica profundamente. "Yo..."Carmen desvió la mirada, no queriendo ahogarse en los ojos hipnotizantes y profundos de Bastian."Por favor permíteme quedarme contigo aquí, solo por unos días," continuó Bastian."¿Quedarte aquí? ¿Te refieres a mi barrio pobre?" Carmen jadeó."Esta casa es habitable. No la llames barrio pobre.""Mi casa ni siquiera es mejor que la perrera de tu perro, Sr. Mendoza..."Bastian bajó la mirada. Soltó un largo suspiro, luego levantó la cabeza de nuevo y miró a
Leonel acababa de quedarse dormido cuando sonó su teléfono. Enterró la cara en la almohada mientras su mano se estiraba para buscar a tientas la mesita de noche y contestar la llamada.En cuanto vio que era Carmen quien llamaba, Leonel se incorporó de un salto, murmurando.«¿Por qué llama Carmen a estas horas?».«Hola».«Leonel, mi mamá ha muerto».Carmen sollozaba.«¡Mi mamá ha muerto!».«¿Qué hago?».«¡No quiero perder a mi mamá, Leonel!».«Carmen, cálmate. Cálmate. Dime dónde estás ahora mismo».«Estoy en mi casa. ¡Mi mamá ha muerto, Leonel! Me ha dejado para siempre. ¡Se ha ido, Leonel!». Carmen estaba histérica entre sollozos.«Envíame tu dirección. Voy para allá ahora mismo», dijo Leonel.«Te necesito...», susurró Carmen entre dientes.***El viaje, que resultó durar casi diez horas, había dejado a Bastian inconsciente.«Señor, despierte. Ha llegado a la ciudad de Grome».«Oiga, señor, ¿está muerto?».«¡Levántate!», gritó el conductor del autobús, lo que casi hizo que Bastian se
«¿A qué hora llegará este autobús a la ciudad de Grome?», preguntó Bastian al conductor.«En unas ocho o nueve horas, señor».«¿Tanto tiempo?», protestó Bastian.«Si quieres ir rápido, puedes tomar un jet privado o un superdeportivo, ¡no un autobús!», dijo el conductor enfadado.«Qué grosero», murmuró Bastian.«¡Oiga, señor, está bloqueando la entrada! Apártese, vaya hacia atrás. ¡Hay otros pasajeros que quieren subir al autobús, no solo tú!», chilló enfadado el corpulento conductor, gritándole a Bastian en tono severo.«¡Sí, sí, está bien!», respondió Bastian bruscamente y se dirigió a la última fila de asientos del autobús, donde se dejó caer.Bastian no recordaba la última vez que había viajado en autobús o en cualquier otro transporte público. Hasta ahora, como hijo de un rico hombre de negocios, la vida de Bastian nunca había sido difícil. Podía ir donde quisiera, tener lo que quisiera cuando quisiera, sin importar dónde fuera. Tenía una vida que mucha gente envidiaba. Lujo y riq
Bastian esperaba vestido con su traje negro junto a su coche en el lugar que Sergio te había indicado.Sergio había prometido llegar en diez minutos. Ya habían pasado quince minutos y no había ni rastro de él.«¿Dónde diablos está ese detective?», murmuró Bastian, perdiendo la paciencia.Finalmente, un sedán negro clásico se detuvo justo delante de su coche. Un hombre bien vestido con un traje blanco salió del coche, un tipo con un bigote espeso que corrió hacia Bastian.—Mis disculpas, señor Mendoza. El tráfico era una pesadilla, así que...—Empezaba a pensar que te habías largado —dijo Bastian, mirándolo con irritación—.—¿Podemos ir ya a la fiesta?—Por supuesto, señor Mendoza.—Pero tendrás que dejar tu coche en el aparcamiento del centro comercial cercano. Iremos a la fiesta en mi coche. ¿Te parece bien?—Lo que tú digas, Sergio. Pero ten en cuenta que si tu plan sale mal...—Si sigues el guion que he preparado, te garantizo que funcionará a la perfección. ¡Tasa de éxito del cien










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