«¿A qué hora llegará este autobús a la ciudad de Grome?», preguntó Bastian al conductor.
«En unas ocho o nueve horas, señor».
«¿Tanto tiempo?», protestó Bastian.
«Si quieres ir rápido, puedes tomar un jet privado o un superdeportivo, ¡no un autobús!», dijo el conductor enfadado.
«Qué grosero», murmuró Bastian.
«¡Oiga, señor, está bloqueando la entrada! Apártese, vaya hacia atrás. ¡Hay otros pasajeros que quieren subir al autobús, no solo tú!», chilló enfadado el corpulento conductor, gritándole a Bastian en tono severo.
«¡Sí, sí, está bien!», respondió Bastian bruscamente y se dirigió a la última fila de asientos del autobús, donde se dejó caer.
Bastian no recordaba la última vez que había viajado en autobús o en cualquier otro transporte público. Hasta ahora, como hijo de un rico hombre de negocios, la vida de Bastian nunca había sido difícil. Podía ir donde quisiera, tener lo que quisiera cuando quisiera, sin importar dónde fuera. Tenía una vida que mucha gente envidiaba. Lujo y riq