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Capítulo 11: Viaje a Moscú.

El jet privado brillaba bajo el sol frío de la pista privada, blanco con líneas negras, escaleras bajadas como invitación. Hades, alto y ancho, cicatriz en la mejilla, la miró de arriba abajo sin expresión.

—Señorita —dijo bajo, tomando las maletas—. Suba.

Markus, el piloto, sonrió profesional.

—Bienvenida. Vuelo tranquilo a Moscú. Cinco horas.

Sofía subió las escaleras despacio, el vestido azul pastel ondeando leve con la brisa. El interior era lujo puro: asientos de cuero crema, mesa de madera fina, champagne enfriándose. Se sentó junto a la ventana, manos en el regazo, corazón latiendo fuerte.

Irina se quedó abajo, solo Hades subió con ella, sentándose enfrente, brazos cruzados.

—Relájese —dijo—. Órdenes del jefe: cómoda y segura.

El jet despegó suave, Nueva York quedando abajo como recuerdo borroso. Sofía miró las nubes, el vestido cayendo perfecto sobre su cuerpo, ocultando marcas, abrazando formas reales. El azul que cosió en secreto, puntada por puntada, mientras Viktor dormía lejos.

Hades la observó un rato. —El vestido... bonito —dijo al fin, voz grave.

Sofía levantó la mirada, sorpresa. —Gracias.

Él asintió, mirando la ventana. —El jefe llega antes. Lo espera en la dacha.

Dacha. Casa de campo rusa. Sofía asintió, aceptando.

El vuelo fue silencioso. Comida servida: caviar, frutas, vino que no tocó. Leyó un libro traído de la biblioteca, uno neutral sobre paisajes rusos. Hades durmió un rato, Markus anunció turbulencia leve.

El jet aterrizó suave en la pista privada de Moscú, nieve cayendo ligera como polvo de diamantes.

Hades la guió. —El jefe llega en una hora. Lo lleva a la dacha.

Sofía bajó las escaleras con cuidado, el vestido azul pastel ondeando leve, zapatos Mary Jane beige pisando firme. El cabello alborotado con ese frizz natural enmarcaba su cara, maquillaje sutil haciendo brillar el lunar. Irina se quedó atrás, pero Hades la siguió, maletas en mano.

Un Mercedes negro esperaba, motor ronroneando. El chófer abrió la puerta sin palabra. El viaje a la dacha fue silencio blanco: pinos cargados de nieve, carretera solitaria, frío colándose por las ventanas.

La dacha era madera oscura y piedra, luces cálidas como promesa falsa. Chimenea rugiendo adentro, aroma a pino y especias rusas. Una empleada nueva, Olga, la guió a la habitación: cama enorme con sábanas de lino, ventanal al bosque nevado, armario abierto para sus cosas nuevas.

Sofía se cambió a suéter suave y pantalones, esperó. El vestido azul colgado, cosido en secreto, entero otra vez.

Viktor llegó al fin, abrigo negro con nieve derritiéndose, ojos grises cortando el aire. Entró sin golpear, la vio sentada junto a la ventana, libro infantil cerrado al lado.

Se quedó quieto.

El vestido azul no estaba puesto, pero lo vio en el armario abierto. Costuras visibles, imperfectas pero fuertes. —¿Lo cosiste? —preguntó bajo, voz ronca del frío.

Ella levantó la mirada, serena.

—Sí.

Él entró, cerró la puerta. Se quitó el abrigo, camisa blanca debajo, telaraña tatuada asomando.

—Te dije que no.

—Era mío —dijo calmada—. Lo arreglé. Para mí.

Viktor se acercó, dedos rozando la costura oculta en el colgador. —Terca —gruñó, pero no lo rompió otra vez.

Ella no retrocedió. —Como tú.

Él miró el cabello alborotado, ondas frizz enmarcando la cara, lunar brillando bajo la luz de la lámpara. —Te queda... diferente —dijo al fin, voz menos fría.

No bonito. Pero tampoco feo.

La tomó del brazo, suave esta vez, guiándola abajo.

—Cena. Mañana negocios. Aquí estás segura.

El comedor era una mesa larga, las velas encendida, y variedades de platos rusos: borscht rojo, pelmeni, pan negro. Viktor sirvió vodka, tomó trago largo. —Come.

Sofía obedeció, modales aprendidos con Irina. El borscht caliente quemó la lengua, pero tragó.

Viktor la observó. —El viaje, estuvo bien?

Ella asintió. —Primera vez en jet.

Él sirvió más vodka. —Moscú es diferente. Frío. Mis reglas más estrictas.

Ella sorbió sopa. —Entendido.

Él apretó el vaso. —¿No preguntas por qué te traje?

Ella levantó la mirada. —Negocios. Yo... adorno.

Viktor soltó una risa seca. —Adorno útil.

Cena en silencio. Él comía rápido, ojos en ella de vez en cuando. El vestido azul en su mente, cosido en secreto.

Después, la llevó a la sala con chimenea. Fuego crepitando, nieve afuera. —Siéntate —ordenó, sirviendo vodka para ella.

Sofía tomó el vaso, bebió poquito. Calor bajando por la garganta, apretó los labios e hizo una pequeña mueca, no le gustó, así que lo dejó de nuevo en la mesa sin mirarlo dos veces.

—Mañana habrá reunión con unos aliados viejos. Te quedas cerca. Y callada.

Ella asintió. —Como siempre.

Él se acercó, sentado a su lado, calor del fuego y de él. —El vestido azul... póntelo mañana.

Sofía parpadeó, sintió una sorpresa leve. —¿No lo rompiste?

Él miró el fuego. —Lo intentaste arreglar. Veamos si sirve.

Ella bajó la mirada, determinación escondida. No dijo nada, pues aún duda de si se puede romper en cualquier momento, pero también confía en sus habilidades y esfuerzos.

Viktor tomó su mejilla, su pulgar rozando el lunar sobre el labio. —Aquí eres mía más que nunca. Moscú no perdona errores.

Ella no se apartó, ni lo alejó. —Ni yo.

Él apretó leve, ojos grises brillando. —Ya estás aprendiendo, gordita.

Noche en la habitación grande. Viktor se quedó, tomó como siempre, posesivo pero menos brutal. Ella aceptó, cuerpo respondiendo, mente serena pero, guardando todo el dolor y el rencor.

Al amanecer, la nieve está cayendo fuerte. Viktor se fue temprano, beso en la frente rápido.

—Portate bien.

Sofía se levantó, se puso el azul cosido. Se miró al espejo: inocente, pero fuerte.

Moscú esperaba.

Y ella también.

La reunión fue en salón de la dacha, hombres rusos viejos, cigarros, vodka. Viktor la presentó callada. —Mi acompañante.

Ojos recorriéndola. El azul cayendo perfecto, ocultando marcas, abrazando formas reales.

Uno comentó:

—Diferente a las otras.

Viktor tomó trago. —Diferente entretiene.

Pero sus ojos en ella, algo nuevo picando.

Sofía callada, pero presente.

Luz en la oscuridad rusa.

Por ahora.

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