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Capítulo 10: El vestido elegido.

El Black Diamond era un monstruo de cristal negro y oro, ventanas tintadas que no dejaban ver dentro, seguridad discreta en cada esquina. Irina tomó su brazo con gentileza fingida.

—Vamos, señorita. El señor rentó todo el edificio. Solo para usted hoy.

Sofía siguió, el corazón latiendo fuerte. El lugar era un sueño irreal: pasillos de mármol pulido, tiendas privadas con nombres que sonaban a idiomas lejanos, música suave que flotaba como humo caro. Irina la guió primero al spa en el último piso, vistas a la ciudad nevada que quitaban el aliento.

—Relájese —dijo Irina, dejando a las estilistas con una sonrisa que no llegaba a los ojos.

Masaje primero. Manos expertas deslizándose por su espalda, evitando la herida profunda pero rozando cerca, haciendo que Sofía se tensara. Aceites calientes que olían a lavanda y vainilla, piedras suaves presionando nudos que no sabía que tenía. Por un momento, el fuego de la correa se apagó. Solo piel, calor, alivio.

Uñas después: manos y pies pintados de un rosa pálido suave, casi nude, que Irina aprobó con un asentimiento. Cabello: la estilista sugirió corte. Sofía dudó, tocando sus ondas negras largas.

—Corto —dijo bajito—. Hasta el cuello.

La tijera cayó. Mechones negros al suelo. El cabello quedó justo bajo la mandíbula, ondas expandiéndose libres a los lados, un frizz natural que enmarcaba la cara como halo rebelde. Se miró. Parecía... más ligera. Menos carga.

Maquillaje leve: labios rosados, ojos realzados sutil. El lunar sobre el labio superior brilló como estrella.

Almuerzo en el ático, mesa con vistas infinitas. Plato tras plato: ensaladas frescas, pescado delicado, postres que probó con miedo a repetir el error de la tarta. Irina observaba todo.

Compras después. Tiendas abiertas solo para ella. Vestidos, abrigos para el frío ruso, zapatos. Irina empujaba colores fuertes, telas ajustadas.

—No —dijo Sofía calmada—. Suaves. Tenues.

Eligió beiges, grises claros, blancos crema. Telas que caían fluidas, sin apretar, sin marcar. Vestidos que abrazaban sin gritar. Zapatos bajos, cómodos, ballerinas y botas suaves. Uno especial: azul pastel, mangas largas, falda hasta la rodilla, cuello alto que ocultaba marcas. Inocente. Suyo.

Irina alzó ceja, pero no protestó.

Al final, bolsas llenas. Sofía agotada, pero con algo nuevo: elección propia.

Cuando la sirvienta Irina llamó a Viktor, diciendo que ya habían terminado su compra, él simplemente les dice que llamará a su guarda y que esperen fuera del edificio, ya que Viktor no podrá por estar en una reunión de negocios ahora mismo. Luego cuelga sin despedirse, Irina ya estaba acostumbrada.

Al bajar del ascensor, salen por la puerta, Sofía miró una última vez hacia atrás, preguntándose internamente si algún día volverá a pisar este lugar. Vieron al guarda y entraron en el vehículo de vuelta a lo que Sofía no podría llamarle casa, no todavía.

En la mansión, subió las bolsas a la habitación. Viktor entró minutos después, al parecer terminó muy rápido sus negocios y tenía ansias por saber sí Sofía lo disfrutó, y como siempre Viktor, vino con el traje arrugado, olor a humo y vodka.

—Muéstrame —ordenó.

Sofía, casi con nervios, y un poco asustada por ver la expresión de Viktor sacó pieza por pieza. Él aprobó abrigos, botas. Pero cuando sacó el azul pastel...

—¿Esto? —gruñó, tomando el vestido con brusquedad casi arrancándoselo de las manos—. ¿Pareces una niña de colegio. Deberías vestirte como mujer, no como virgen inocente.

Lo miró fijo. —Es lo que elegí.

Viktor apretó la tela, ojos oscuros —Inocente, estúpido y ridículo.

Y rasgó. De un tirón, la tela se abrió por el frente, botones volando, el vearido protestando por el sonido desgarrado.

Sofía sintió el pinchazo en el pecho casi sintió que se cristalizaron los ojos.

—¿Por qué? —preguntó, voz temblando por primera vez en días—. Era mío, fue el que más me gustó.

Él tiró el vestido roto al suelo, pisándolo.

—Porque eres mía. Y te vistes como yo diga. Para Moscú te quiero mujer, no muñeca.

Escupió al vestido, luego a ella —un salivazo que cayó en su zapato, Sofía se indigna mirando hacia abajo con el ceño fruncido sin poder verlo a los ojos—. Aprende.

Salió dando portazo.

Sofía se quedó mirando los pedazos. Tristeza pesada. Protestó sola, voz baja.

—No... no lo permitiré.

No faltaba mucho para el viaje. Viktor se iba primero, negocios urgentes. Ella después, en el jet privado. Denigrante, viajar sola como paquete. Pero...

Se arrodilló, recogió los pedazos. Aguja e hilo de un cajón, era obvio, las sirvientas tenían todo tipo de herramientas de costura. Cosió en secreto, casi en tiempo récord, no durmió en toda la noche. Puntadas firmes, ocultas. El vestido quedó imperfecto, pero entero. Más fuerte y mostrando detalles igual de delicados y elegantes.

No se lo probaría delante de él, pensó para sí misma mientras lo contempla colgado en un maniquí.

Él lo vería después.

En Moscú.

Donde el frío ruso esperaba.

_____

El día llegó, Viktor claramente ya no estaba, él se adelantó, Sofía por otro lado, se habi puesto el vestido, se puso los zapatos estilo Mary Jane color beige, se maquilló sola y se dejó el cabello alborotado. La sirvienta llama, ella sale, Irina se sorprende pues había una extraña belleza a pesar de todo, a pesar del maltrato y el dolor, parecía traer luz a la oscuridad, como los brillos del Sol.

La sirvienta no dice palabra, pero sonríe, un atisbo de alegría por ella, y la Guía a Jet donde Markus, el piloto y Hades, el guarda encargado de cuidarla, la esperaban fuera del Jet. Sofía estaba muy nerviosa, pues no recuerda haber viajado en avión, mucho menos ahora de adulta.

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