El cuero silbó antes de caer. El primer golpe fue en el hombro, seco y preciso, dejando una línea que ardía como hierro. Sofía se encogió, pero no gritó. El segundo en el muslo, más fuerte, haciendo que las piernas flaquearan. —Cuenta —ordenó Viktor, voz helada.Uno. Dos. Hasta diez. Cada impacto era castigo puro, sin pausa, sin misericordia. La piel se encendrío en rojas, el cuerpo temblando bajo el vestido manchado. Cuando terminó, Sofía estaba de rodillas, jadeando, lágrimas silenciosas rodando.Viktor respiraba agitado, la correa colgando.—Nunca más —gruñó—. Me avergüenzas y pagas. Así de simple. La levantó del pelo y la tiró a la cama boca abajo. No hubo palabras suaves, ni dudas. Solo la tomó como castigo: duro, rápido, sin importarle los gemidos de dolor que se mezclaban con el placer traicionero de su cuerpo. Entraba como quien marca territorio, embestidas que dolían más por las marcas frescas.Cuando terminó, se apartó como si quemara, se arregló el traje y salió dando p
Ler mais