Mundo de ficçãoIniciar sessãoPerseguido y acosado por varias mujeres, Pablo, un escritor que empieza a conocer el éxito, deberá resolver dos problemas: a cuál de las dos hermosas gemelas debe amar, y por qué una hermosa y juvenil pintora de arte es idéntica, en todo sentido, a la muchacha creada en su mente como protagonista de su última novela de ficción, y a quien jamás había visto antes de escribir su obra. Un misterio escenificado en el verano de una paradisiaca isla en el pacífico.
Ler maisNo merecía el amor de Pablo, tampoco su perdón ni consideración alguna. Con los ojos puestos en el techo de la cabaña, habiendo estado despierta, según sus cálculos, por más de media hora, sus sentimientos de culpa no se apartaban de su mente haciendo imposible el volver a conciliar el sueño. Su cuerpo desnudo bajo las sábanas, sus piernas rosando las de Jadie, quien dormía plácidamente, sintiendo ganas de abandonar la cama, trató de descifrar la hora. Pero ya no importaba el tiempo, tampoco el momento exacto para salir de la cabaña. Había traicionado al hombre de quien estaba enamorada. Sería demasiado premio el volver a tenerlo entre sus brazos. Recordó lo sucedió la noche anterior. Jadie le hizo el amor como nadie se lo había hecho. Superaba la experiencia vivida con Karla o con alguno de sus anteriores novios. La dueña de la cabaña, después de una charla en la cual se enteró de los detalles de la relación de las gemelas con el escritor, además de la existencia de Marize, fue dulce
Como si la hubiese conocido varios años atrás y mantuvieran una estrecha amistad, Jadie atendió a Aileen como si se tratara de una princesa. Preparó la cena, le dio de beber vino tinto y puso música al gusto de la muchacha griega. Sin embargo, Aileen se preocupó al sospechar de las intenciones de Jadie para pasar la noche. Hasta el momento no había dado señal alguna de querer organizarle una cama en el sofá de la sala. Ya se había percatado de la existencia de una sola habitación en la cabaña, en la cual solo se encontraba una cama doble. Además, a pesar de lo especial en el comportamiento y las maneras de Jadie, de su mente no podía escapar la figura de Pablo. No importaba dónde pasara la noche; no podría pegar el ojo y no estaría tranquila antes de llegar al muelle de Nanaimo y ubicar al escritor suramericano. –Hace mucho no probaba una pasta tan deliciosa –dijo Aileen cuando Jadie se levantó a llevar los platos a la cocina. –Es la receta de mi abuela, ella venía de Sicili
Aileen se cansó de tocar a la puerta de su vecino. El no encontrar su auto estacionado en el camino de entrada había sido la primera señal de su probable ausencia. Resuelta a no dejarse vencer por un primer intento, rodeó la casa mirando a través de las ventanas, aprovechando la escasa luz del atardecer, con la ilusión de encontrar alguna señal de su presencia. Los muebles y decoraciones lucían igual a como los había visto durante su última visita al interior de aquella vivienda, pero a través de la ventana del estudio notó la ausencia de la máquina de escribir. Su pulso cardiaco se aceleró; el no encontrar su principal elemento de trabajo solo podría significar su partida. ¿O podría haberla trasladado a la mesa del comedor? Se desplazó hasta la correspondiente ventana y solo encontró la mesa con sus cuatro sillas. Corrió de regreso al borde del acantilado; necesitaba hacerle una pregunta a su hermana. La encontró sentada sobre el césped, su mirada puesta en el sol mientras
Aileen se cansó de tocar a la puerta de su vecino. El no encontrar su auto estacionado en el camino de entrada había sido la primera señal de su probable ausencia. Resuelta a no dejarse vencer por un primer intento, rodeó la casa mirando a través de las ventanas, aprovechando la escasa luz del atardecer, con la ilusión de encontrar alguna señal de su presencia. Los muebles y decoraciones lucían igual a como los había visto durante su última visita al interior de aquella vivienda, pero a través de la ventana del estudio notó la ausencia de la máquina de escribir. Su pulso cardiaco se aceleró; el no encontrar su principal elemento de trabajo solo podría significar su partida. ¿O podría haberla trasladado a la mesa del comedor? Se desplazó hasta la correspondiente ventana y solo encontró la mesa con sus cuatro sillas. Corrió de regreso al borde del acantilado; necesitaba hacerle una pregunta a su hermana. La encontró sentada sobre el césped, su mirada puesta en el sol mientras
Pablo y las tres muchachas dieron la misma versión de lo sucedido a los investigadores de la policía. La “defensa propia” había sido la razón por la cual Aikaterina y Karla habían empujado al teniente Williams contra la baranda antes de verlo perder el equilibrio y caer al vacío. Todos fueron interrogados por separado y al notarse la falta de inconsistencias en los testimonios, además del concepto dado por la presidenta del concejo, testigo de la violenta actuación del teniente en la playa, se logró evitar la formulación de cargos en contra de las dos muchachas o de quienes las acompañaban. Habían transcurrido cuatro días desde el día de la muerte del teniente. Sin embargo, ninguna de las dos gemelas había vuelto a cruzar palabra con el escritor. Las dos muchachas sentían vergüenza por el engaño del cual había sido víctima su vecino. Pablo, por su lado, parecía no querer acercarse a ellas. Aileen, aunque había gozado de su experiencia con Karla, tenía en su mente la seguridad de
Pablo, los ojos abiertos como platos, llevó su mirada al rostro de quien había llegado con la joven rubia. La expresión de sorpresa de la muchacha griega no podría haber sido más elocuente, así mismo la de muchacha de Manitoba. En seguida, giró su cabeza para mirar a quien había estado besando durante los últimos minutos para encontrar un rostro acongojado. –¿Aikaterina? ¿Cómo así? ¿Qué es lo que está pasando aquí? –preguntó de manera aireada la joven rubia. –No lo sé –dijo Pablo–, pero parece que esto es más que una simple confusión. –Pablo, eso era lo que te iba a decir antes de que ellas llegaran –dijo Aikaterina. –¿De qué se trata todo esto? –preguntó Karla, su mirada puesta en Aileen. –Todo se dio para tratar de frenar al teniente Williams –dijo Aileen. –Claro, ahora recuerdo, todo esto es muy lógico –dijo Karla−. Yo quería ir a protegerte de ese hombre –la rubia puso su mirada en Aikaterina –pero tu hermana me lo impidió y para que no me fuera para
Último capítulo