Perseguido y acosado por varias mujeres, Pablo, un escritor que empieza a conocer el éxito, deberá resolver dos problemas: a cuál de las dos hermosas gemelas debe amar, y por qué una hermosa y juvenil pintora de arte es idéntica, en todo sentido, a la muchacha creada en su mente como protagonista de su última novela de ficción, y a quien jamás había visto antes de escribir su obra. Un misterio escenificado en el verano de una paradisiaca isla en el pacífico.
Leer másEl dolor y la rabia se adueñaron de su ser. Se sentía culpable, pero así mismo culpaba a las cartas. Pero no tenía por qué echarles la culpa, ellas nunca mentían, siempre decían la verdad. Pero entonces, ¿en qué quedaba la lectura hecha por Karla? ¿Podría fiarse de una muchacha de diecisiete años, quien no llevaba más de un año haciendo lecturas, así estas hubieran sido correctas? No lo sabía, y su estado mental no le permitía hacer una profundización más objetiva de la situación. Aparte de su frustración en cuanto a su vecino, ahora se veía obligada a enfrentar a su hermana, con quien había sido imposible tener cualquier tipo de diálogo la noche anterior. Aikaterina, al volante del campero durante el regreso de la casa donde se hospedaban Marla y Karla, le había dejado en claro su falta de ánimo para discutir cualquier tema, y le había subido el volumen a la radio evitando así el ser confrontada. Al llegar a casa, la fuerte lluvia aun cayendo, Aikaterina se limitó a darle las bu
La tormenta de la noche anterior dio paso a un día dueño de un cielo olvidado de las nubes. Las altas temperaturas estaban de regreso, y Pablo, sentado detrás de su escritorio, no paraba de recordar lo sucedido la noche anterior. Al lado de su nuevo amor, había despertado y, tratando de no hacer demasiado ruido, se levantó a prepararle un suculento desayuno, después de haber quedado sorprendido al encontrar una despensa y un refrigerador repletos de gran variedad de alimentos. Disfrutaron de un desayuno acompañado de empalagosos besos de miel antes de compartir la refrescante ducha, la cual sirvió para experimentar por primera vez, tanto ella como él, la adición al agua tibia a ciertas sensaciones corporales de conjunto. Con un camino aun encharcado, Pablo, luciendo ropas prestadas, y Marize vistiendo un conjunto de zapatos tenis, shorts y camiseta, descendieron lentamente de la montaña, agarrados de las manos, conversando de cualquier tema, disfrutando del paisaje y de la n
–Lo siento –dijo Aileen, sus ojos totalmente abiertos –, solo queríamos saber si estaban bien. Se dio la vuelta, vio a una Marla avergonzada y se limitó a decirle –: volvamos abajo, creo que estamos interrumpiendo. Minutos después, totalmente empapadas, Aileen y Marla no tardaron en cambiarse de ropas. En medio de la tensión creada por lo visto en la sala de control del faro, a Marla le pareció llamativa la manera cómo el vestido prestado por Aileen lucía en su cuerpo. –¡Nunca me había puesto algo así, creo que me fascina! –dijo mientras se miraba en el espejo de cuerpo entero ubicado en la habitación de Aileen. –¿No sueles usar vestidos? –No, solo jeans…, y shorts durante el verano, con alguna blusa o camiseta… Aunque supongo que tendré que conseguir uno para el prom de la escuela. –Bueno, este modelo es más un traje de verano, no propiamente algo lo suficientemente elegante para un prom –dijo Aileen mientras su mirada pasaba por el vestido de tono amari
Pablo aún no lo podía creer: sintiendo la tibia cobija bajo su espalda, la proximidad de las llamas de la chimenea, el sonido de la lluvia y los truenos en el exterior, no paraba de observar el dulce y angelical rostro de Marize, quien dormía apaciblemente, su cabeza apoyada en su pecho. Había sido un momento de ensueño, algo inolvidable, la mejor experiencia de su vida en cuanto a mujeres se trataba. La ternura de la joven rubia había sido inigualable, la dulzura de sus besos y sus caricias sobrepasaban todo lo esperado, y su forma divertida de comportarse le había dado mayor valor. Sin embargo, se preguntó si no estaría exagerando. ¿Acaso, no podría tratarse simplemente de la impresión dejada en su mente al haberse visto haciéndole el amor a quien consideraba la mujer perfecta, idéntica clonación de su creación literaria? No lo sabía, necesitaría de algunos días o de pronto semanas para analizarlo, para saber si se encontraba con la mujer de su vida o si tan solo eran la imp
Se cansó de golpear a la puerta de su vecino. Después de insistir por más de cinco minutos, le dio la vuelta a la casa, miró a través de la ventana de la sala, la de la habitación y la del estudio para confirmar que no había persona alguna en su interior. ¿Pero dónde diablos podría estar? ¿Es que acaso no ha tenido en cuenta la tormenta que se avecina?, se preguntó Aileen. El auto se encontraba estacionado cerca a la entrada, lo cual indicaba que no podría estar en el pueblo ni paseando por sus alrededores. Tampoco podría estar en la playa, habiendo ésta desaparecido una hora antes. Solo quedaban dos posibles respuestas: había salido a caminar o a trotar o alguien lo habría recogido. ¿Pero lo habría recogido Martín o habría sido Marize? ¿Pero cómo no lo había pensado antes? Las rosas eran para la rubia. Simplemente no había ido desde el muelle hasta la casa de Marize para entregárselas. Seguramente habían quedado en que fuese ella quien lo recogiera y aquel habría sido el momen
Sintió deseos de regresar a su país. El encanto del paraíso, a pesar de seguir siendo el mismo, empezaba a perder encanto dentro de su ser. Pero no se trataba de la presencia de un mar más oscuro o de un cielo repleto de nubes negras o de experimentar unas temperaturas bajo cero; no, el lugar continuaba pareciéndose más a una isla del caribe que a las costas del oeste canadiense. Sin embargo, su espíritu estaba más cerca de sentirse en el infierno que en el paraíso. Había venido a escribir y se había encontrado con tres hermosas mujeres quienes, fuera de apartarlo de su trabajo, de ahuyentar su concentración e inspiración, habían logrado convertirlo en un personaje ineficiente. Lo más correcto hubiese sido sentarse a escribir después de haber sentido el portazo en la nariz por parte de la hermosa Aikaterina. Sin embargo, no le habían quedado ganas ni de prepararse un sánduche para almorzar; el apetito se había marchado sin avisar cuando volvería y tan solo la sed lo acompañaba. S
Último capítulo