Como si la hubiese conocido varios años atrás y mantuvieran una estrecha amistad, Jadie atendió a Aileen como si se tratara de una princesa. Preparó la cena, le dio de beber vino tinto y puso música al gusto de la muchacha griega. Sin embargo, Aileen se preocupó al sospechar de las intenciones de Jadie para pasar la noche. Hasta el momento no había dado señal alguna de querer organizarle una cama en el sofá de la sala. Ya se había percatado de la existencia de una sola habitación en la cabaña, en la cual solo se encontraba una cama doble. Además, a pesar de lo especial en el comportamiento y las maneras de Jadie, de su mente no podía escapar la figura de Pablo. No importaba dónde pasara la noche; no podría pegar el ojo y no estaría tranquila antes de llegar al muelle de Nanaimo y ubicar al escritor suramericano.
–Hace mucho no probaba una pasta tan deliciosa –dijo Aileen cuando Jadie se levantó a llevar los platos a la cocina.
–Es la receta de mi abuela, ella venía de Sicili