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     Se sentó frente a la máquina de escribir, pensando no solamente en la belleza de su vecina, sino también en su frustrado intento de bañarse en las aguas del mar. Acababa de descubrir su baja temperatura, la cual las ponía por fuera del calificativo de frías para mejor calificarlas como heladas, lo cual lo llevó a alejarse de ellas, evitando así ser víctima de una hipotermia.  El día podría estar bastante caluroso, pero las altas temperaturas no parecían estar reflejándose en la totalidad de elementos que componían el hermoso paisaje; evidentemente estaba obligado a esperar por un nuevo viaje a las costas del Caribe para volver a disfrutar de un adecuado baño de mar.

     No había logrado avanzar más de dos páginas en la escritura de su nueva novela para cuando observó las manecillas de su reloj marcando la una de la tarde. Lo mejor sería conducir hasta el pueblo y buscar algo de almuerzo. Luego podría visitar la tienda de Martín en procura de víveres para sus próximas comidas. Aunque su auto contaba con aire acondicionado, prefirió conducir con las ventanillas abajo y disfrutar del calor del día y de los aromas marinos arrastrados por la brisa. Después de unos minutos en la carretera se cruzó con un pequeño grupo de adolescentes, quienes montaban sus bicicletas y lucían ropas más propias de una jornada de natación más no de una de ciclismo por carretera.  El recorrido le pareció un poco más largo, comparado con el de la tarde anterior, a pesar de estar recorriendo la misma distancia, inferior ésta a los seis kilómetros.  Al igual que la víspera, el pueblo lucía un ambiente festivo. Distaba mucho de presentar el aspecto de aquellos pueblos “fantasma” en donde raramente se veía persona alguna atravesando sus calles. No faltaban los niños saltando en lugar de caminar por los andenes, el grupo de jóvenes amigas pretendiendo no darse cuenta de los muchachos que las admiraban desde el otro de la acera, o de la pareja de ancianos disfrutando de un refresco.

     Le llamó la atención no encontrar a Martín atendiendo su pequeño supermercado, y en su lugar, detrás de la caja registradora, y aparentemente muy dueño de su puesto, se hallaba un muchacho de no más de veinte años. Después de observar su rostro por unos segundos concluyó estar, muy posiblemente, ante la presencia del hijo del dueño del negocio. Generalmente las facciones no mentían y estaba casi seguro que este caso no sería la excepción.

     –Me imagino que eres familiar de Martín.

     El joven sonrió antes de responder, mientras empacaba en una bolsa de papel las compras de la señora mayor, quien antecedía a Pablo en la fila.

     –Es mi padre, todos dicen que nos parecemos bastante.

     –No se puede discutir…, pero me presento, soy Pablo Montaña, llegué ayer en la tarde a vivir en la casa cerca del faro –dijo mientras dejaba sus compras sobre el mostrador.

     –Soy Tomás…, Tomás Woods –y dejó a un lado una lata de atún para estrechar la mano de su cliente–, pero sí, se puede decir que es un sitio bastante… llamativo.

     –¿Te refieres al pueblo?, ¿o al lugar que he alquilado?

     –Este sitio no tiene mucho que ofrecer, hablo del sector del faro… y de tu nueva casa.

     –Sí, es muy atractivo, pero el pueblo parece bastante alegre, por lo menos lo que he podido ver hasta ahora.

     –Sí lo es, aunque no son muchas las oportunidades que tienes por aquí, sobre todo a los diecinueve años.

     –Me imagino que te gustaría estar en alguna ciudad importante… –así como él mismo lo había hecho en sus años juveniles, aunque todavía se consideraba una persona joven.

     –Me gustaría probar suerte en Vancouver, o por qué no Toronto, o inclusive Montreal.

     –¿Hablas francés?

     –Muy poco, claro que en realidad no lo necesitas, todos entienden inglés en Montreal –dijo Tomás mientras registraba las compras de Pablo–, pero no he sido capaz de arrancar, aunque mi papá quiere que lo haga…

     –¿Y por qué no arrancas? –Nuevamente era consciente de su manera de entrometerse en la vida de la gente sin ni siquiera haber cruzado con ellos más de unas pocas palabras. Sin embargo, era algo a lo cual se había acostumbrado desde que tenía memoria; una cualidad que así como en muchas ocasiones lo había hecho quedar mal ante la gente, en otras lo había ayudado a conseguir sus objetivos.

     –Si estuvieras saliendo con alguien así –dijo Tomás, y su mirada se dirigió hacia la puerta del establecimiento–, ¿estarías dispuesto a irte y dejarla botada?    

     Pablo volteó a mirar hacia el lugar en donde Tomás tenía fija la mirada, para encontrarse con una imagen que parecía haber brotado de la portada de su libro y por el cual se encontraba en aquella alejada población. La imagen de la rubia de cabellos largos, ojos azules y cuerpo de modelo, coincidía a la perfección con la apariencia física que, no solamente había imaginado para el personaje principal de su novela, sino también era el exacto retrato de la joven pintada por el ilustrador colombiano encargado de diseñar la portada de su libro. Inclusive los detalles de su respingada nariz, sus cejas mágicamente delineadas, la forma de su boca y hasta la manera de sonreír se acoplaban como una fotocopia a la descripción que de “Marize” había hecho en sus relatos. Rubias de ojos claros sobraban en países como éste, pero al igual que la protagonista de sus historias, el angelical rostro de esta jovencita, con una expresión supremamente dulce, y unos movimientos con la elegancia y distinción propias de una dama del siglo dieciocho, la ponían muy por encima del común y en una categoría bastante apartada de la de las demás muchachas, por más atractivas que estas fueran. Pero las coincidencias no paraban ahí: la forma como iba vestida, llevando una camiseta tipo esqueleto blanca, unos pantalones cortos de jean y unas sandalias del mismo color de la camiseta, definitivamente convertían a la amiga de Tomás en el clon vivo y hecho realidad de su personaje literario. Y si nunca había creído en la magia, la brujería, lo sobrenatural o los misterios ocultos, pensó éste como el momento de empezar a creer, especialmente cuando la hermosa muchacha, después de haber saludado a Tomás, dándole un pico en la boca, se le acercó, extendió su mano y dijo: – Hola, mucho gusto de conocerte, soy Marize, la novia de Tomás.          

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