Alba
El zumbido discreto del jet privado me calma tanto como me oprime. A través de la ventanilla, el cielo italiano se acerca, vasto, deslumbrante. La luna de miel se acaba, y ya mi vientre se contrae ante la idea de este regreso.
Sandro está sentado a mi lado, piernas cruzadas, perfectamente tranquilo en su traje oscuro. Sus dedos giran distraídamente una copa de vino tinto, pero sé que su mente nunca descansa.
Lo observo. Incluso allí, en la comodidad de su avión, parece un general en espera, listo para enfrentar una guerra invisible.
— No has dormido en todo el vuelo, digo suavemente.
— No lo necesito, responde sin mirarme.
— Estás pensando.
— Siempre.
Se establece un silencio. Me atrevo a poner mi mano sobre la suya. Sus dedos se tensan al principio, luego se relajan. Finalmente, gira los ojos hacia mí.
— Tienes miedo, murmura.
Sostengo su mirada.
— No de ti.
Un destello oscuro atraviesa sus pupilas.
— ¿Entonces de qué?
Trago saliva.
— De ellos. De lo que nos espera.
Deja su copa